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«Niños, ¿qué significa romaní?»

«Niños, ¿qué significa romaní?»

La historia del pueblo gitano se estudiará en la escuela por decisión del Congreso. Cuatro miembros de esta etnia que escapan del mito cuentan sus vidas, expectativas y afanes

ANTONIO PANIAGUA

Sábado, 11 de noviembre 2017, 23:45

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Dentro de poco los niños aprenderán que en 1749 el marqués de la Ensenada decretó el encarcelamiento de todos los gitanos que poblaban España. Gracias a una iniciativa del Congreso de los Diputados votada por unanimidad, la historia romaní se incorporará al currículum escolar. Este periódico ha hablado con cuatro gitanos que escapan al estereotipo que se tiene de ellos. Un maestro, un informático, un policía nacional y una abogada cuentan sus vidas y tradiciones y opinan sobre los prejuicios que aún les acechan. Hacía falta una medida así, dicen, aunque esperan que no se convierta en una «anécdota».

Teresa Heredia Cortés Abogada

«Mis padres quisieron que tuviéramos educación»

Teresa Heredia Cortes, de 25 años, es la menor de seis hermanos y aspira a convertirse en una inspectora de trabajo o en una abogada laboralista. Por ahora esta licenciada en Derecho trabaja en la Fundación Secretariado Gitano en Cáceres y es miembro del equipo Calí, donde ejerce como técnica de igualdad. Ella disfrutó de mejores oportunidades económicas que sus hermanos, que abandonaron la escuela en la etapa de secundaria. Nota un viraje cualitativo entre su vida y la de sus padres, que no la animaron especialmente a hincar los codos, pero tampoco la intentaron persuadir de que arrumbara los libros. «'Si quieres estudiar, nos parece perfecto; pero si no, no pierdas el tiempo', me dijeron».

Desde los 13 años tenía muy claro que quería desenvolverse en el campo de las leyes. «La justicia, la igualdad, la equidad, la lucha por los derechos de los colectivos más desfavorecidos son inquietudes que siempre han estado muy dentro de mí». No en balde su trabajo de fin de carrera versaba sobre la explotación de los temporeros inmigrantes de Almería, de donde procede su familia.

Hija de una limpiadora y de un trabajador agrícola que compatibiliza su quehacer con trabajos esporádicos en la construcción, ninguno de los dos sabe leer ni escribir. «Sin embargo, siempre quisieron que sus hijos fueran al colegio y tuvieran, al menos, una educación básica», cuenta Teresa, quien pudo terminar sus estudios gracias al esfuerzo de sus progenitores, no por las becas recibidas.

Nadie la ha apuntado con el dedo ni ella ha sentido miradas reprobadoras por ser gitana, pero sí ha sufrido formas más sutiles de rechazo. «Cuando intenté alquilar un piso y les dije a los de la agencia inmobiliaria que trabajaba en la Fundación Secretariado Gitano, los intermediarios prefirieron decir a los arrendadores que estaba en una ONG, sin más, tal vez para no tener problemas. A veces noto cierta sensación de sorpresa cuando la gente repara en mis apellidos; piensan: '¿pero ésta es gitana?'». Pese a que es morena, a Teresa no la identifican con la estampa arcaica «de la gitana en bata y con grandes pendientes de aro».

Francisco Plantón Profesor

«No concebimos vivir en casa sin generar dinero»

«Una vez nos juntamos cuatro o más niños gitanos para ir a la discoteca y el portero no nos dejó entrar. Obviamente no te dicen que es porque eres gitano, pues entonces incurrirían en un delito de odio. Pero se reservan el derecho de admisión». Quien así habla es Francisco Plantón, de 24 años, profesor de primaria en el colegio Nuestra Señora del Pilar de Málaga y colaborador en Onda Azul, emisora de la misma ciudad. Ya de chico le gustaba la docencia. Se fijaba en lo que hacían su padre, también maestro, y su madre, monitoria escolar. «Se puede decir que nací en un entorno propicio al estudio», asegura Francisco, cuya hermana cursa segundo de Magisterio.

Algunos tópicos sobre la comunidad cañí le sublevan. Está harto de que se tilde a su gente de «subsidiada por el Estado y de ineficiente en el trabajo. Los gitanos no concebimos vivir en casa sin generar dinero». Tampoco soporta que se les tenga por tramposos y tergiversadores. El estudio de la historia de los gitanos en los colegios puede ser la oportunidad para deshacer esos mitos, aunque espera que no se convierta en «algo anecdótico. Ojalá no ocurra eso».

Para Francisco, las costumbres de su etnia no son ni mucho menos una rémora. «No me imagino una celebración de Navidad sin cuarenta o cincuenta personas, entre padres, tíos, primos y hasta bisabuelos; no me imagino a un tío mío enfermo y yo en casa sin ir a visitarle; no concibo una boda sin subir a hombros a los novios y sin el cante de la 'alboreá'».

Como católico y conocedor de su comunidad, Francisco es una voz cualificada para analizar la conversión masiva de un buen número de gitanos a la Iglesia Evangélica de Filadelfia. «Desde hace unos cincuenta años ha cobrado fuerza, quizá porque cuenta con sus propios pastores gitanos. El riesgo que veo es que se reduzca a una Iglesia de gitanos para gitanos».

Francisco S. V. Policía nacional

«Si yo no detengo a un gitano lo va a hacer otro»

Antes de ser policía nacional desempeñó los oficios más variopintos. Francisco S. V. , de 37 años, fue maletero, conductor de autobús e hizo «los mercadillos vendiendo 'souvenirs' de Canarias», siempre ayudando a sus padres, dedicados toda la vida a la venta ambulante. «Sacaba un sueldo y llegué a trabajar en cinco mercados a la semana, pero no me sentía útil». Por eso se hizo policía nacional, toda una paradoja para una persona cuya etnia estuvo antaño perseguida por las fuerzas de seguridad. A los 25 años empezó a prepararse las oposiciones por su cuenta, sin matricularse en ningún centro especializado, y a los 27 ingresó en la Academia de Ávila. «A partir de la democracia el pueblo gitano empezó a vivir de otra manera. Desde entonces no se encarcela a nadie por robar una gallina. Es verdad que antes la Policía y la Guardia Civil perseguían a los gitanos que no vivían en el buen orden. Pero ahora las leyes son iguales para todos». Y ¿le resulta doloroso detener a un gitano? «El dolor lo sufre la víctima del delito. Y en cuanto al hecho en sí del arresto, si no lo hago yo lo va a hacer otro».

Nacido en Arrecife (Lanzarote), Francisco tiene seis hermanos, entre los que hay gentes de ocupaciones diversas, desde repartidores a trabajadores de la limpieza en hoteles. Pese al cambio de mentalidad de los payos, todavía advierte recelos. «Es raro ver a una gitana como cajera de supermercado, pero quiero creer que cada vez ocurre menos».

Algo se está moviendo en su comunidad. El número de hijos por matrimonio está bajando, algo nada extraño en una sociedad que, como la española, cuenta con una tasa bruta de natalidad de 8,8 nacidos por cada 1.000 habitantes. «Gracias a Dios los nacimientos cada vez son más tardíos. Los niños se suelen comprometer muy pronto, a los 16 años, y se casan por lo general a los 18. Eso no hay por dónde cogerlo. A esa edad la mujer no tiene la firmeza para saber cuál es el hombre adecuado para su vida».

Raúl Jiménez Informático

«No es una catástrofe que un matrimonio no funcione»

Si no hubiera sido por su tío, que fue su mentor, la vida de Raúl Jiménez, hijo único de 28 años, hubiera sido muy distinta. De él aprendió lo que era el tesón y a hacer frente a la adversidad. «Es muy estudioso y consigue todo lo que se propone». Raúl trabaja como informático en la división tecnológica de la multinacional Accenture en Málaga y sueña con fundar con un amigo su propia empresa emergente. Hijo de un bombero forestal y de una comerciante, este sanroqueño especializado en programación informática ha diseñado con su compañero, experto en 3D, un videojuego para las plataformas móviles que funcionan con el sistema operativo Android. «Hice el bachillerato tecnológico. Estudiaba, pero tampoco demasiado», dice Jiménez. Tras sacar el título se matriculó en un grado superior de Formación Profesional para aprender el lenguaje de los ordenadores.

En el centro de FP, donde era el único gitano, se sintió respetado por sus compañeros. «Siempre he recibido de ellos un trato normal». Sin embargo, «notó rollos raros» por parte de la administración educativa de la Junta de Andalucía. Dos días antes de que comenzaran las clases se rompió un tobillo jugando al fútbol y no se pudo incorporar al curso hasta dos meses después, lo que le ocasionó algunos problemas con la Consejería. Las trabas, por fortuna, se desvanecieron.

Raúl reconoce que su familia es un caso especial. Su tía Rosario es una dirigente de una organización gitana, una prima suya es profesora, otra psicóloga y una tercera estudia Pedagogía. «No conozco a nadie en mi familia que no haya intentado estudiar».

Mantiene que aún hay gitanos que se resisten a que estudien las mujeres. «Depende mucho del ambiente familiar», apunta Raúl, que aduce que si un matrimonio gitano no funciona «tampoco hay tomárselo como una catástrofe».

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