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Adiós, zapatos, adiós

Adiós, zapatos, adiós

El calzado tradicional pierde el paso ante las zapatillas deportivas. Muchos jóvenes desconocen el mocasín. Los nuevos tiempos imponen la comodidad y relajación

LUIS GÓMEZ

Sábado, 10 de febrero 2018, 23:00

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Basta echar un vistazo a las calles. Observen el andar de la gente y ahora intenten recordar cuántas personas caminan con los zapatos de toda la vida. Ya, se sorprenderán al constatar que cada vez menos. Muchísimas menos. Asistimos obviamente a un cambio de costumbres y estilo. Casi una revolución. Las zapatillas deportivas, y hasta las botas más propias de montaña que de ambientes urbanos, imponen su tiranía e invaden las aceras este invierno. Pero tampoco se trata de una tendencia sujeta a las condiciones meteorológicas, porque los veranos han pasado a ser coto de las sandalias, chanclas, náuticos... Ni rastro de los zapatos con los que crecieron todas las generaciones anteriores a la 'millennial'.

No hay duda. El zapato tradicional va con el pie cambiado por la extrema competencia de unos modelos que han rejuvenecido el paso. También han sufrido un traspié de aúpa por unas normas, sin duda, más desenfadas que priorizan, por encima de todo, la comodidad y la relajación. Entre los jóvenes hay una palabra que ha caído prácticamente en desuso: mocasín. Entre los más chicos están a punto de pasar a mejor vida.

La 080 Barcelona Fashion, uno de los certámenes de moda más importantes de España, concluyó el pasado viernes y confirmó lo que es un secreto a voces: nuevos tiempos, nuevos estilos. Casi todos los diseñadores catalanes acompañaron sus colecciones, tanto masculinas como femeninas, de las 'sneakers'. Todo lo más que se atrevieron a subir a las pasarelas que recordaban a los 'viejos' zapatos fueron las 'naíf' merceditas.

Logos a discreción

¿Quiere decir esto que tengan los días contados? Por supuesto que no. Pero solo de momento. Es curioso porque el impacto de la moda deportiva coincide con un momento de esplendor para la industria del zapato de lujo. ¿Conclusión? Los consumidores que se lo pueden permitir continúan gastando fortunas en unas buenas hormas. Prefieren pagar más, aunque compren menos pares. Se ha abierto una brecha en la industria propiciada por el distinto comportamiento de los consumidores en función de su poder adquisitivo. Que se lo pregunten a los grandes iconos del calzado masculino vanguardista. Casas como Jimmy Choo, Prada, Christian Louboutin y Ferragamo viven días de gloria. Igual suerte corren firmas imprescindibles como Berluti, Crockett&Jones, Edward Green o John Lobb Bootmaker, que constituyen la quinta esencia de la zapatería a media. Para el estilista y escritor alemán Bernhard Roetzel, autor del best-seller 'Guía del calzado para el hombre' (Ullmann Publishing), los zapatos siguen siendo un gran indicador social y referente de estatus. «Dicen mucho sobre una persona y la sociedad en la que vive», enfatiza.

Pero la sociedad actual vive al día e impone otros códigos y tendencias con las que la industria del lujo está haciendo el agosto. Encabeza el ranking el chico malote de la moda. Al frente de la dirección creativa de Balenciaga, Demna Gvsalia está arrasando con sus «zapatillas feas», como las tildó el prestigioso diario 'The Business of Fashion'. Da igual. Las 'Triple-S' llegaron al mercado el pasado septiembre y se agotaron a los pocos días, pese a su escandaloso precio: 650 euros.

«Una dosis extra de moda»

Nuevas versiones se han sucedido desde su fecha de lanzamiento con los mismo resultados. La reventa en el comercio 'online' ha llegado a duplicar su precio original, pese a que la edición británica de 'Esquire' despreciase estos modelos con las peores críticas que se pueden hacer. Los comparó con las «zapatillas que llevaría tu padre para ir al centro comercial, pero con una dosis extra de moda».

Porque esa es otra. La inmensa mayoría de modelos que tanto seducen a adolescentes, jóvenes y, también, maduros echan atrás. Uno echaría a correr para olvidarse de ellas. Todas parecen cortadas por el mismo patrón: extravagantes suelas de goma, llamativos logos (desproporcionados los de Gucci), corpulentas siluetas y unas inusitadas mezclas de colores. Por no hablar de la altura de las espectaculares plataformas. Sin embargo, los expertos justifican su masivo éxito por la nostalgia que sigue inspirando la moda urbana de los ochenta y los noventa. Las redes sociales han ayudado a expandir el fenómeno al transformar estas zapatillas escultóricas y excéntricas en las piezas más 'instagrameables'. Se da la paradoja de que este culto tiene como principales discípulos a un público que fue adolescente en aquellos años y hoy presume de lo que renegaba antaño. Una extraña pirueta que convierte lo extravagante en 'cool'.

El experto en estilo masculino José Luis Díez-Garde da más razones que ayudan a explicar por qué las 'Air Jordan 2 Just Don't Beach', por ejemplo, valoradas en algo más de 900 dólares, tienen un precio similar al de un mocasín de pitón de Ferragamo. «Llevamos décadas rebajando el nivel de etiqueta, de ahí que se permitan trajes combinados con zapatillas deportivas». Destinadas en principio a la práctica del tenis, skate o golf, las zapatillas se llevan. Y no sólo para ir a clase o camino del gimnasio. Combinan con los 'looks' más sofisticados. Con las Converse bajo el brazo, ya lo advirtió hace años el modisto bilbaíno Carlos Díez: «Los tacones no son necesarios».

Simbolizan un estilo de vida urbano y confortable. «El hombre está sufriendo una crisis que está claro que nos va a llevar a nuevos horizontes. El hecho de que estemos ante una elegancia más deportiva y que los creadores hablen cada vez más de la feminización del hombre nos dice que de aquí a unos años vamos a encontrarnos con un varón distinto al actual», apostilla Díez-Garde. A la espera de la llegada de esos años, una cosa parece clara: la zapatilla deportiva es el nuevo mocasín, la nueva bailarina e incluso el nuevo tacón. Para desgracia de un zapato, que parecía pisar a gusto.

El modelo icónico de Balenciaga es el triunfador de la temporada, pero únicamente es apto para bolsillos desahogados. El par sale a 650 euros.

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