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Fernando Alonso observa el prototipo con el que correrá las 24 Horas de Daytona. :: Gerardo Moraefe /
Un día en el gran atasco

Un día en el gran atasco

Fernando Alonso se aventura este fin de semana en las 24 Horas de Daytona, una prueba con mucho más tráfico que la F-1.La carrera se disputa en un fastuoso estadio remodelado hace dos años

FERNANDO MIÑANA

Viernes, 2 de febrero 2018, 00:24

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Fue una de las maquinitas más codiciadas de los ya extintos salones recreativos. El juego 'Daytona USA' atrapaba a los jóvenes de los noventa y convertía en mítico, pese a no haber visto nunca una de sus carreras por televisión, el Daytona International Speedway, el circuito conocido como Daytona Rising. Los españoles solo lo conocían por las películas recurrentes en las que aparecían estrellas como Clark Gable, James Stewart, James Cagney... y, sobre todo, Paul Newman en 'Winning', la cinta de James Goldstone estrenada en 1969.

Fernando Alonso, que ya disputó en mayo las 500 Millas de Indianápolis, se deja llevar por la mística del automovilismo y este fin de semana (sábado y domingo) probará también en las 24 Horas de Daytona como experiencia, quizá, para estrenarse más adelante en las aún más míticas 24 Horas de Le Mans.

El asturiano correrá en un bólido cerrado -el Ligier JS P217, que se turnará con los jóvenes pilotos ingleses Lando Norris y Phil Hanson, que ayer estrelló el coche en los primeros entrenamientos- en el que está considerado como uno de los mejores estadios del mundo. Un recinto donde habrá más de 170.000 espectadores y que se remodeló hace un par de años con una inversión de 400 millones de dólares (319,6 millones de euros).

Fue una operación gigantesca para convertir las viejas gradas destartaladas donde comer hamburguesas, pretzels y perritos calientes en un lugar realmente cómodo, rodeado de alternativas de ocio y gastronomía de lo más variopinta con 1.200 monitores para no perderse ni un adelantamiento. Se utilizaron 14 millones de kilos de acero -Estados Unidos produjo 78,6 millones de toneladas en 2016-, se colocaron 101.500 nuevos asientos, más amplios y cómodos, y cinco entradas, conocidas como inyectores y bautizadas por patrocinadores como Toyota o Chevrolet, que dan acceso a 17 ascensores y 40 escaleras mecánicas -más que en ningún otro estadio- por los que llegar a once áreas denominadas 'vecindarios', del tamaño de un campo de fútbol. En la remodelación se incluyeron sesenta suites de lujo con vistas al circuito.

Estuvieron dos años y medio de obras con la idea de crear algo magnífico, un estadio de 1.600 metros de largo que obligó a los ingenieros a compensar la curvatura de la Tierra. Al final lograron el objetivo, un aliciente capaz de levantar a los estadounidenses de sus sofás, donde ver el espectáculo en imágenes de alta definición en televisores de 52 pulgadas y pagar un dineral por una entrada. «Queremos que la gente quede deslumbrada cuando venga», sentenció el director de la pista, Joie Chitwood III.

No siempre fue así. Su origen está en Daytona Beach, en las carreras que se celebraban en la playa, sobre arena prensada, cerca de un balneario en la costa este del norte de Florida. Eran los tiempos de la Ley Seca y los mismo pilotos que luchaban por la victoria en la orilla del mar corrían luego por la carretera transportando cajas de whisky ilegal de un lugar a otro.

Llegó un día en el que no cabía más gente viendo las carreras y el fundador de la Nascar, Bill France sr., decidió trasladar el espectáculo a un circuito permanente. La última prueba en Daytona Beach fue en 1958.

Un ganador español

La envidia germinó esta carrera por la proximidad de las 12 Horas de Sebring, que entonces era la principal carrera de resistencia del país. Bill France sr. pidió en 1961 a la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) que les incluyeran en el calendario y, para su sorpresa y la de la competencia, el 11 de febrero de 1962 Daytona abrió el Mundial con una carrera de tres horas que se repitió al año siguiente. En 1964 y 1965 albergaron una prueba de 2.000 kilómetros. Y en 1966 ya se comenzó a celebrar las 24 Horas, aunque la cita estelar del circuito es el Daytona 500, la competición de 500 Millas sobre un óvalo de dos millas (4.023 metros) y curvas con un peralte de 31º. En las 24 Horas se combina con un trazado de 5,73 kilómetros y doce curvas.

Fernando Alonso tendrá que recorrer cerca de 4.000 kilómetros, 650 vueltas, donde todo será mucho más caótico que en la Fórmula 1. En lugar de veinte bólidos, se encontrará en la pista con una cincuentena en tres categorías diferentes: prototipos (la de Fernando Alonso, con máquinas de casi 600 caballos de potencia y velocidades punta de 320 km/h), GT (hasta 500 caballos y 290 km/h) y GT Daytona (hasta 450 caballos y 270 km/h). Algo así como el gran atasco durante 24 horas en las que los pilotos hacen paradas en boxes de 25 segundos en las que no pueden calentar las gomas.

Nadie puede pasar de las trece horas de pilotaje ni hacer más de cuatro en cada fracción de seis horas. Alonso, Norris y Hanson tendrán muy complicado convertir su prototipo número 23 en el ganador. Eso les llevaría a recibir la copa, la botella de champán y un Rolex personalizado en el que inscribirán su nombre y la fecha de su proeza.

Solo hay un español que ha ganado las 24 Horas de Daytona (y tres veces en Le Mans). Es Antonio García, vencedor en 2009 compartiendo el volante con tres estadounidenses. Este madrileño de 37 años es, curiosamente, amigo íntimo de Fernando Alonso, un año más joven, con quien mantuvo intensos pulsos de niño, cuando corrían con karts. Sus padres coincidían en los circuitos y ellos en el podio. Una amistad que les llevó, incluso, a disputar juntos una prueba de resistencia en Montmeló en 1999. Antonio García saltó a los monoplazas de la mano de Adrián Campos, el expiloto de F-1 que también dirigió los primeros pasos del bicampeón mundial.

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