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MRS. BEAN

ARANTZA FURUNDARENA

Jueves, 16 de noviembre 2017, 00:04

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Se mire por donde se mire, Melania Trump es una de las primeras damas más desubicadas que existen. Lo dice a gritos su expresión facial (incluso a pesar de la paralizante cirugía), su lenguaje corporal, su rigidez, sus constantes titubeos y su forzada naturalidad cuando aparece en público junto a su marido. Ella no tiene la culpa. Acompañar a un mastodonte como Trump, que todo lo acapara y eclipsa, no debe de resultar nada fácil. Él va a su bola. Es un egocéntrico integral, de los de: 'Yo y el mundo'. O, en su caso, 'Yo contra el mundo'. Y a alguien así no puedes acompañarlo a nada. Ni a cobrar la lotería. Puedes caminar a su lado, que es lo que hace Melania cuando el protocolo se lo exige, pero él ni te ve, ni te percibe. Y encima, por estar tan cerca, corres el riesgo de acabar con una pluma de pavo real en el ojo cada vez que el susodicho despliega la cola.

Melania no acaba de dar la imagen de esposa. Menos aún, de compañera. Parece más bien una subordinada, una bella empleada llegada del Este. Quizá para el belicoso Trump sea un daño colateral (muy lateral) y si hablara español en la intimidad la llamaría 'parienta'. La escena que protagonizó la pareja presidencial a su llegada a Corea del Sur va mucho más allá del fugaz beso que ha dado la vuelta al mundo. Al beso (en la mejilla, aunque el teleobjetivo nos engañe) le precedió una secuencia digna de Rowan Atkinson, con Melania involuntariamente en el papel de Mister Bean.

Aterrizan. Aparecen en lo alto de la escalerilla. Él saluda con la mano. Ella no. Descienden (ella siempre un pasito por detrás). Avanzan por el pasillo protocolario. Saluda él a las autoridades, saluda él al pueblo... Y la deja atrás, colgada de la brocha. Ella duda. Luego avanza y decide colocarse a su lado, parece reivindicar su presencia. Pero para entonces él ya está a lo suyo. Mareado de sí mismo, sigue su camino en solitario. Hasta que (ante el reclamo de Melania) de golpe cae en la cuenta de que no ha llegado solo. Se acerca a ella y la despide con un beso de trámite: tú a Boston y yo a California. Tú con los niños y yo con los mayores... Lo tiene crudo Melania. Está claro que allá donde vaya nunca habrá espacio suficiente para ella... y el ego de su marido.

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