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Ricciardo celebra la victoria en Canadá.
Ricciardo, el hijo de la anarquía

Ricciardo, el hijo de la anarquía

El último talento de Red Bull ha explotado como una de las grandes sorpresas de la temporada 2014, justificando así la decidida -y debatida- apuesta de sus jefes

David Sánchez de Castro

Lunes, 9 de junio 2014, 16:00

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Las quinielas no colocaban a Daniel Ricciardo como uno de los grandes protagonistas de la temporada 2014 de Fórmula 1. El australiano ascendía al equipo Red Bull en calidad de piloto oficial para sustituir a su compatriota Mark Webber en el papel de escudero del todocampeón Sebastian Vettel. Ese era el guión previsto, ese era su papel y eso era lo que, naturalmente, desde la propia escudería reina habían planificado. Nada hacía pensar que, siete carreras después del banderazo de salida de la presente campaña, ese guión haya girado como lo ha hecho.

Daniel Ricciardo aterrizará en dos semanas en el Red Bull Ring con su primera victoria en Fórmula 1 en el bolsillo, ocupando el tercer puesto de la clasificación general del Mundial y la franca sensación de que está batiendo con relativa facilidad a su compañero de equipo. Sebastian Vettel acepta de buen grado que su compañero le gane, o al menos ahora que se sabe fuera de la lucha por el título. Habrá que ver si las tornas cambian, y son los Red Bull los que pelean por un entorchado que se cincela con los colores de Mercedes a cada carrera que pasa. Quizá entonces Vettel no le abrace y le aúpe como hizo en el paddock del circuito Gilles Villeneuve. De siete carreras, Ricciardo ha acabado por delante en cinco o, incluso, en seis, si contamos el podio que le quitaron en Australia.

De Hispania a la gloria

Ricciardo no es un piloto muy común. Su camino hasta Red Bull no ha sido tan natural como el de otros posibles candidatos. Su primera oportunidad en la máxima categoría le llegó de la mano de la dos veces extinta Hispania Racing, reconvertida después en HRT. En la temporada 2011, después de ser el constante piloto de pruebas de Toro Rosso y Red Bull, un movimiento en los despachos le permitió montarse en el monoplaza del que auparon a Narain Karthikeyan. No brilló en exceso -menos aún con ese 'hierro' que era el monoplaza español-, pero consiguió esos kilómetros para justificar su ascenso a Toro Rosso en lugar de Jaime Alguersuari y de Sebastien Buemi.

Su lucha interna con Jean Eric Vergne, su compañero, para heredar el puesto de Webber se decantó en favor de Ricciardo por un simple motivo: el doctor Helmut Marko así lo quiso. La confianza del dirigente de la cantera Red Bull en su pupilo es total, y la salida de Webber le dio la excusa perfecta para colocarle al lado de Vettel. Y no fue una decisión fácil. Vergne, un trabajador incansable, se había ganado muchos apoyos en esa suerte de Juego de Tronos de la escuadra campeona, y desde Renault presionaron mucho para colocar a un compatriota en el equipo 'pata negra'. Los resultados del galo no le acompañaron en el peor momento posible (Ricciardo acabó 2013 con 20 puntos, Vergne con 13), y la dictatorial mano de Marko acabó por convencer a Christian Horner y compañía.

Estuvimos absolutamente acertados al coger a Ricciardo, sacaba pecho Marko en una entrevista en abril. Aquellos que, en nuestro propio equipo, estaban en contra de que él se uniera a nosotros, ahora están callados. Ha demostrado que puede mantener a raya a Sebastian, incluso bajo condiciones de extrema presión y dificultad. Daniel confirma nuestra filosofía, la de dar a los jóvenes pilotos una oportunidad de demostrar su potencial para ganar, afirmaba algo más de un mes antes de que pudiese confirmar su confianza.

Sólo hacía falta que el talento natural de Ricciardo saliera a flote. En la primera carrera llegó al podio, aunque luego le descalificaron por el famoso caso del caudalímetro. En la segunda se retiró él mismo, y su amplia sonrisa empezó a torcerse. Pero desde ahí todo fue hacia arriba: dos cuartos puestos, dos terceros y, al fin, la victoria. Vettel, como el resto del planeta formulístico, no tiene más que admitir que Ricciardo ha sabido entender mejor el coche y que le está batiendo sin paliativos ni excusas.

Ricciardo escribe sus propias reglas

El Red Bull RB10 no es el coche perfecto de antaño. Adrian Newey ha diseñado un monoplaza que, lastrado por un motor Renault que no está a la altura, se ha convertido en un auténtico infierno para el tetracampeón Vettel. El alemán no ha dudado en criticar el rendimiento de su coche, aprovechando de paso el palo para atizar también a la nueva Fórmula 1, ahora que le vienen mal dadas.

Mientras tanto, Ricciardo sólo podía sonreír al ver la anarquía que reinaba en su equipo. Él, pese al duro golpe que supuso ser descalificado en Australia, sabía que tarde o temprano se iba a resarcir. Sabía que su victoria estaba más cerca que lejos, que ya le tenía comido terreno a su compañero y que sólo le hacía falta una pizca de suerte para que los Mercedes fallasen. Canadá se presentó como el mejor escenario posible para realizar la gesta de tumbar a los titanes de la escuadra alemana. En medio de una carrera totalmente inesperada, con múltiples variables y con un devenir totalmente incierto, Ricciardo se alzó victorioso. Como es costumbre en él, sabe moverse con éxito cuando las aguas están más revueltas. El caos es el río por donde mejor navega, y mientras Red Bull no vuelva al anterior statu quo, este australiano, hijo adoptivo de la anarquía, seguirá sonriendo.

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