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Alireza Beiranvand. Michael Dalder (Reuters)
El portero que antes fue pastor

El portero que antes fue pastor

Alireza Beiranvand, protagonista de Irán en la victoria ante Marruecos, llegó a dormir en la calle en su sueño de ser futbolista

aser falagán

Lunes, 18 de junio 2018, 14:10

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Se habla de la soledad del portero. Muchas otras soledades tuvo que sobrellevar Alireza Beiranvand antes de disfrutar un Mundial como portero de la selección iraní. Benjamín de una familia de pastores nómadas, trabajó como un pastor, pero también como pizzero y lavacoches mientras dormía en la calle en Teherán tras huir de casa. Así fue su triste odisea con final feliz hacia el fútbol profesional. Así forjó su carácter solidario y decidido, dos cualidades que combina con la agilidad y la extrema concentración, y que le han convertido en uno de los mejores guardametas de Asia.

Su nombre saltó a las letras de molde del alfabeto latino tras el partido inaugural de su equipo, en el que se erigió en héroe con dos inconmensurables intervenciones que propiciaron la victoria ante Marruecos: «Para mí, el mayor reto son todos los sacrificios que he tenido que afrontar a lo largo de mi carrera deportiva. Hace años no tenía ni un lugar donde dormir, estaba lejos de mi familia y eso fue el mayor de los obstáculos», explicaba tras el partido a la agencia Efe.

Nacido el 25 de septiembre de 1992 en Sarabias, la pequeña ciudad en que le tocó llegar al mundo en pleno nomadismo de su familia, ya de muy niño se vio obligado a trabajar con su padre mientras se aficionaba al fútbol. Tenía doce años y comenzó como delantero y una lesión de un compañero le llevó a la portería. Pero superada la edad infantil eso del fútbol dejó de gustar a su padre y a los pocos años tuvo que pedir prestado dinero a un amigo para fugarse.

Por el camino se encontró con Hossein Feiz, director de una escuela de fútbol teheraní que le ofreció entrar el equipo a cambio de una pequeña fortuna: 200 riales, así que perdió su primera ocasión y de pronto se vio durmiendo unos días en la calle.

Pasados los días, decidió presentarse en las instalaciones del club de Feiz y pasó la noche a la intemperie. Al despertar le habían echado unas monedas y Feiz se apiadó de él, le dejó hacer una prueba y se quedó en el club. A los pocos días, un compañero le ofreció brevemente alojamiento y otro comenzar a trabajar compo recadista en el taller de costura de su padre.

A partir de entonces, Beinvarand encadenó otros oficios precarios que combinó con sus primeros éxitos deportivos. Fue lavacoches en una estación de servicio de Teherán en la que un día, rememora él mismo, pasó la estrella iraní Ali Daei. Y pizzero nocturno en un restaurante donde vivió otro de los momentos más embarazosos de su carrera. Y así, tras sucederse en infinidad de trabajos para sobrevivir mientras buscaba un club que le hiciera contrato profesional, fue convocado por la selección sub-21 iraní y todo cambió. Ahora, titular con la absoluta con solo dos goles encajados en los trece partidos de la fase de clasificación, Beinvarand aguarda a España.

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