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IGOR BARCIA
Domingo, 22 de julio 2018, 23:57
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La segunda estrella que desde ya se dejará ver en la camiseta 'bleu' está levantada desde dos pilares. Por un lado, se sustenta en un estilo de juego innegociable basado en el físico, la solidaridad y el pragmatismo. Por otro, de un deseo de revancha que surgió desde que hace dos años Francia viviera una de sus noches más tristes, cuando perdió 'su' Eurocopa en Saint-Denis ante Portugal. Ese recuerdo ha estado presente en la selección de Didier Deschamps desde entonces, a cada momento, esperando la primera oportunidad que se cruzara en el camino para zanjar esa deuda. Ayer, esta generación de futbolistas y su seleccionador se quitaron una losa de encima y reivindicaron una identidad, un estilo, del que Deschamps hizo partícipes a sus jugadores desde que llegó al cargo y que por fin llevó a 'les bleus' a reeditar la gloria de hace veinte años.
Francia ha ejercido de segadora y ha ido desbrozando rivales a su paso, incapaces de meter mano a una selección que ha sido un equipo con todas las letras mayúsculas. Australia, Perú y Dinamarca fueron sus primeras víctimas, y por el lado complicado del cuadro, Francia se deshizo de Argentina, Uruguay, Bélgica y finalmente Croacia. Nadie ha podido con ellos, con su estilo práctico donde el resultado ha estado siempre por encima de cualquier añadido estético.
Por eso, en esta orgullosa selección del gallo que ha transitado en Rusia como un portaaviones, han destacado más aquellos futbolistas encargados de dar solidez a Francia que las estrellas destinadas a brillar en este Mundial. Aunque Mbappe o Griezmann estén siempre llamados a llenarse de elogios -solo así se entiende que el delantero del Atlético fuera ayer designado mejor jugador de la final- mucha culpa de la gloria gala tiene que ver con la labor que partido a partido han cuajado futbolistas que han sostenido a Francia a nivel defensivo. Deschamps ha levantado su selección desde atrás hacia delante, y aquellos futbolistas poco glamourosos han sido los grandes triunfadores.
Porque Kanté ha sido los dos pulmones de este equipo, el alma de un centro del campo incansable, que ha estado respaldado por una línea defensiva que ha encajado cinco de sus seis goles en dos encuentros (tres ante Argentina y dos ayer). Pavard, Umtiti, Varane y Lucas Hernández forman una línea de cuatro con una media de edad de 23 años, de gran presente y mejor futuro. En este Mundial parecía que llevaran toda la vida jugando juntos, cuando entre los cuatro no suman más de 90 internacionalidades.
Pero todos ellos se han reivindicado, en especial una pareja de centrales que ha sido la mejor sin duda del torneo. El barcelonista Umtiti ha superado sus dolencias físicas y ha estado en todas partes, lo mismo que un Varane que se ha sumado al selecto grupo de ganadores de Champions y Mundial. Y por si fuera poco, a su calidad atrás hay que unir su pegada, ya que esta Francia ha basado buena parte de su fiabilidad en acciones a balón parado donde ambos centrales han sido decisivos, como sucedió ante Uruguay y Bélgica. Habría que incluir en esta línea defensiva a Hugo Lloris, que pese a su borrón en la final ha sido uno de los porteros más destacados del Mundial.
Con esta solidez atrás e indestructible en un centro del campo de hormigón armado (con Kanté, Pogba y Matuidi apoyando desde la izquierda), a Francia le ha bastado con que sus estrellas aparecieran a cuentagotas, pero letales, para ir eliminando rivales. Así sucedió en cada eliminatoria y también en la final, donde los galos sólo tuvieron que esperar a que se presentaran sus oportunidades para aniquilar a Croacia. A pesar de que el infinito orgullo balcánico tratara de evitar lo imposible, Francia ha llegado a lo más alto, con dos años de retraso, para quedarse.
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