De churros y castañas
El frío abre la temporada de humeantes puestos callejeros con regusto a nostalgia;al caer el sol, el calor se transporta concentrado en cucuruchos y bolsas de papel
SERGIO CUESTA
Lunes, 30 de noviembre 2020
Hay sabores que perduran por reiteración y van adquiriendo regustos nostálgicos con los años. Algunos bocados, en realidad, son viajes en el tiempo. Acuden prestos al paladar de nuestra memoria. Y allí, despiertan al niño que todos llevamos dentro. El frío abre la temporada de bocados calientes y en las calles de Logroño, al igual que en otras ciudades, humean los puestos de castañas y las churrerías. Al caer el sol, el calor se traslada concentrado en cucuruchos y bolsas de papel.
A unos veinte metros, el perpetuo Gorgorito. Hacia el otro lado, el Banco de España. La esquina de Vara de Rey con Gran Vía es una de las zonas más concurridas de la capital riojana. Son las siete de la tarde y, en apenas un cuarto de hora, una decena de clientes se suceden frente a la caseta que atiende Radoslava. En la preparación, prima la temperatura. Dependiendo de la lumbre, el frío exterior, el caldero e incluso el tamaño de las castañas, el tiempo de asado varía en torno a los cinco minutos.

Santiago Palacios aproxima la mano al calor. Es su forma de saludar a un producto que conoce y venera. Él estuvo aquí durante 16 años y ahora es propietario. «Llevo 38 años de campaña», cifras y experiencias que intimidan a cualquiera. «Empecé donde estaba el antiguo Simago –Gran Vía con Avenida de La Rioja–, estuve también en el Monumento a Donantes de Sangre y 16 años aquí antes de lanzarme a poner más puestos», repasa. Actualmente en la cadena El Castañero, administra 75 localizaciones en toda España y vende unas 100 toneladas por campaña.



«Se habla de que los romanos ya las vendían», advierte Palacios. La nostalgia adquiere tintes históricos. La venta, nos cuenta, varía mucho según días y meses, con gran influencia del clima. No es un año especialmente boyante, aunque durante estas últimas semanas, con la hostelería cerrada, las calles han sido suyas y de las churrerías. «Compramos casi todo en origen a agricultores y llega directamente al consumidor. Yo estoy siempre en movimiento buscando género en Portugal, en Galicia», se define.
A un paseo de distancia, Gran Vía arriba (esquina con Daniel Trevijano), Jessica Granillo debuta junto a las brasas. «El frío ayuda porque también sirven para calentar las manos», propone como remedio a prescribir durante los días marcados en negativo por los termómetros. «Vendemos entre 25 y 35 kilos durante el fin de semana, y entre semana, la mitad. Es un producto riquísimo con propiedades increíbles y gusta mucho a los niños», aporta. El corte que presentan las castañas asadas en su piel evita que estas exploten, pero sobre todo favorece su consumo.
Siete puntos de venta de castañas y seis de churros en la capital
Los puestos de castañas están ubicados en la glorieta del Doctor Zubía (frente a avenida de la Paz, 1-3), Gran Vía con avenida de La Rioja, Gran Vía 38, Gran Vía 57, plaza del Mercado, Bretón de los Herreros con Capitán Gallarza y Vara de Rey, esquina con Gran Vía. Por su parte, las churrerías se encuentran en el parque Rosalía de Castro, parque de la Laguna, Club Deportivo (Divino Maestro), glorieta del Doctor Zubía (junto a Muro del Carmen), plaza del Alférez Provisional (junto a calle Norte) y en el parque Gallarza (junto a Pérez Galdós).
«La castaña es delicada, perecedera, pero es un producto de los que ya no quedan», defiende Palacios. Según disponibilidad, la campaña terminará a finales de enero o se prolongará en febrero. «La castaña es minifundista y está empezando a crecer ahora, pero si no hay una gran extensión, nadie va a invertir. Se está perdiendo sabiduría de producción, se está abandonando», lamenta ese desamor.
Desde hace once años, Tere y Domingo reparten «cariño» desde La Perla Riojana, ubicada en el Parque Gallarza. Añaden churros a cada conversación amistosa porque es lo suyo. De algún modo, Tere nació churrera, que para el niño que aun nos acompaña es algo así como revolucionaria, romántica y, sobre todo, muy afortunada. «Sentimos mucho lo que está pasando con los bares, pero a nosotros nos ha venido bien», participa Domingo, asentado en el negocio durante esta última década.
El chocolate con churros es un ritual que multiplica adeptos cuando se aproxima el fin de año. «Nosotros abrimos desde octubre hasta mayo, pero diciembre y enero son los mejores meses», afirma Domingo. ¿El secreto está en la masa? «Hay que hacer las cosas con cariño para que los churros salgan crujientes. A la gente le gusta lo tradicional, los churros de toda la vida», expresa Tere. Al mal tiempo, buenos son los churros (y las castañas).
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