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Miércoles, 10 de agosto 2022, 18:15
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«Mi único talento es la curiosidad». Con su voz grave y cadenciosa, relajado y risueño, lo dice John Malkovich (Illinois, Estados Unidos, 68 años). Tras más de cien películas, un puñado de desafíos escénicos y varias series de televisión a sus espaldas, el veterano y apreciado actor recala en Madrid para representar a un depredador sexual. Lleva cinco años girando por el mundo con 'The Infernal Comedy. Confesiones de un asesino en serie', monólogo acompañado de orquesta y dos sopranos del que hoy y mañana ofrece dos únicas representaciones con las 2.500 localidades del aforo vendidas.
Malkovich da vida a Jack Unterweger (1950-1994), asesino confeso de una docena de prostitutas. «No puedo justificar a un personaje tan oscuro como éste. Nunca sé si se puede justificar a alguien así, ni condenarlo. Es difícil redimir a un asesino; quizá él pueda redimirse, aunque yo siempre desarrollo cierta hermandad con los personajes que interpreto», confiesa Malkovich en la víspera de meterse en piel del criminal en el patio del Centro Conde Duque de Madrid.
Cree el curtido actor que el teatro «es mucho más orgánico que el cine», por más que subirse a un escenario o colocarse ante la cámara en un plató sean dos caras de la misma moneda: mentir de forma eficaz para contar, a veces, grandes verdades. A su juicio, la diferencia radica «en que el teatro, además de ser más orgánico, es efímero». «Cambia, es único y se vive. Y el cine no. La representación de una misma obra teatral será siempre distinta, y una película será la misma ahora o dentro de cinco o de veinte años», plantea. Anticipa que en escena él deja espacio a la improvisación y que sus dos funciones no serán idénticas.
«El teatro y el cine son para mí como la música. El violín sería el cine y el teatro el piano. Ambos tienen su dificultad, pero trato de interpretar la partitura con la misma dedicación e intensidad», asegura. Y la música es crucial en el montaje que trae a España, con dos sopranos y una formación de cuerda. «La música es como si te golpeara una casa en movimiento. No puedes enfrentarla de cara, debes rendirte, dejar que te arrolle. Supone una experiencia única y la disfruto muchísimo», precisa sobre un montaje en el que impera la música barroca y suenan piezas de grandes compositores como Mozart, Gluck, Haydn, Vivaldi, Boccherini, Weber y Beethoven.
A lo largo de su carrera Malkovich ha demostrado su talento y se ha ganado su enorme prestigio interpretando a personajes envilecidos, atravesados y siniestros. «Pero no estoy seguro de que haya algo bueno en encarnar a personajes malvados», dice. «Es más, no creo que haya nada bueno ni nada malo en dar vida a seres retorcidos o que toman malas decisiones, aunque está claro que son la base de la dramaturgia», reconoce. «Mi trabajo no es caracterizar a los malvados y, en el fondo, no creo que haya diferencias entre buenos y malos», insiste. «Ni apruebo ni repruebo a los personajes. Me limito a hacer mi trabajo», zanja la cuestión.
Asegura que para sacar adelante su retos interpretativos, lo que le movió y le sigue moviendo es la curiosidad por el mundo y sus semejantes. «No sé si he evolucionado: puede que incluso haya involucionado. Está claro que todo cambia, pero yo no me veo muy diferente de cuando era joven», asegura consciente «de ser absolutamente afortunado». «La curiosidad por el ser humano me acompaña desde la infancia. Somos arcilla y cambiamos, insisto, pero mi único talento es la curiosidad. Lo tengo muy claro», apostilla.
El asesino en serie al que Malkovich da vida dejó su poética confesión por escrito. Célebre escritor, poeta y periodista, mujeriego irredento y fallido ejemplo de redención, fue encarcelado e indultado por el asesinato de una prostituta de 18 años a la que asfixió con su propio sujetador. En prisión escribió varios libros que llamaron la atención de narradores como Günter Grass y Elfriede Jelinek, futuros premios Nobel de Literatura, que se sumaron a un movimiento para solicitar la puesta en libertad del asesino, arguyendo que su caso sería un ejemplo de reinserción. Tras ser liberado, se comprobó su implicación en el asesinato de otras once mujeres en Viena, Graz, Praga y Los Ángeles. Huido a Estados Unidos, fue arrestado en Miami y trasladado a Austria. Condenado a cadena perpetua, se suicidó en su primera noche en la cárcel.
«Siempre es positivo si alguien se ofende por lo que haces. Siempre tiene un componente bueno», ironizó Malkovich cuando se le preguntó si algún colectivo había protestado por dar vida a un ser tan abyecto.
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