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EN PEQUEÑAS DOSIS

Nuria Alonso

Logroño

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Lunes, 26 de agosto 2019

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Es innegable el enganche de las series que se dilatan en el tiempo para deleite de sus azorados seguidores que devoran sus uñas hasta el tuétano esperando el desenlace. A su conclusión se arremolinan en grupúsculos chillones para comentar las tramas y despiezar los argumentos. Durante años. Y cuando por fin acaban (porque las cancelan o se agotan), los seguidores de la serie padecen -padecemos- una suerte de orfandad pasajera, en la que añoran -añoramos- a los personajes y sus vicisitudes como si fueran amigos perdidos. Transcurrido el duelo transitorio, el espectador vuelve a desentrañar tímidamente otra historia, otras vidas... Y el ciclo se reinicia.

Dicha sucesión de altibajos emocionales se condensa en las miniseries. Como en botica, hay de todo. Pero si uno pulsa la tecla adecuada en la elección, el placer es tremendo. Aunque en dosis mínimas. O quizás por eso mismo. Uno de los hitos de la temporada, 'Chernobyl', ha supuesto un auténtico bombazo. La crítica y el público han aplaudido sin recato la miniserie histórica de HBO. No han hecho falta más que cinco horas largas de exquisita narrativa audiovisual para que aflore en la audiencia un renovado interés por las catástrofes nucleares. Hasta el punto de que muchos fanáticos hayan reservado plaza en alguno de los siniestros 'tours' que recorren los fantasmagóricos alrededores de la central que estalló en 1986.

De factura nacional es 'El caso Alcásser', una miniserie documental sobre el terrible caso que convulsionó a la sociedad española hace más de treinta años. Otros cinco capítulos bastan para que el público respalde esta producción de Netflix que ahonda en la dudosa ética de la televisión-espectáculo que se ofreció con motivo de aquel triple asesinato. Como un entretenimiento más puro y algún episodio más, figura otra miniserie, 'La verdad sobre el caso Harry Quebert', que traslada a la pantalla el 'best-seller' y que sin desmerecer a la novela original, casi la mejora. No en vano está detrás Jean-Jacques Annaud, ahí es nada. Y es que con un puñado de (pocos pero excelsos) capítulos sobra para, de un plumazo, relegar al olvido a oscuros dragones y demás parafernalia. Por desengrasar un poco, digo.

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