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DOS TIPOS  ESTUPENDOS

DOS TIPOS ESTUPENDOS

A mí siempre me han molestado profundamente dos tipos de personas. De una parte, las que vocean para llevar razón, que discuten todo y que siempre han de decir la última palabra. Y de otra, aquellos que piensan que la religión es cosa de niños, de gente ignorante, simplona, de cortos alcances

Miércoles, 6 de febrero 2019, 17:22

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El jueves pasado, los periodistas riojanos festejábamos a nuestro patrono con una misa en la espléndida iglesia de San Bartolomé, y con un vino bien acompañado en la sede de la Asociación. Como es sabido, nuestro patrono es un señor no muy conocido del gran público y también un tanto extraño para los propios periodistas. Nacido en el siglo XVI, que ya ha llovido, hijo de padres ricos, deportista de élite en montar a caballo y ducho en esgrima, ya saben, la cosa esa del manejo de la espada, y, por encima de todo, un gran estudiante que sacó unas notas formidables en Humanidades y en Derecho. Su padre tenía una perra muy agresiva con ese hijo: que fuese magistrado, diputado en Cortes y que se casara con una chavala rica, joven, guapa y buena. Una perla, vamos.

Pues mira por dónde, va el hijo, llamado Francisco y De Sales de apellido, y dice que «va a ser que no». Que no se casa y que de diputado y de magistrado, «nanay que te vi». Que él lo que quiere ser es cura, así como suena. La madre, ¡ay las madres!, se pone de parte del hijo y convence al padre para que deje al hijo hacer lo que quiera, aunque no sea más que para evitar malos rollos y malas caras. Pues nada, a lo dicho: «Que sea cura y que salga el sol por Antequera». Y fue cura. Y obispo. Y como era muy listo y con dos carreras, se partió el pecho con los herejes calvinistas de Ginebra y convirtió al catolicismo a la mitad de ellos al menos. La verdad es -y que de esto no se entere nadie- que los convenció más por su carácter amable y su buen humor que por los tomos de Teología, gruesos y profundos que escribió. Y aquí quería yo llegar: es patrono de los que nos dedicamos a informar y a la comunicación porque se especializó en un periodismo de cortas distancias, hojas volanderas, muy populares, equivalentes a nuestro buzoneo o a nuestros whatsapps de hoy.

A mí siempre me han molestado profundamente dos tipos de personas. De una parte, las que vocean para llevar razón, que discuten todo y que siempre han de decir la última palabra. Y de otra, aquellos/as que piensan -y dicen- que la religión es cosa de niños, de gente ignorante, simplona, de cortos alcances. Y así oponen la cultura y la ciencia -ellos son los cultos- a la religión. De estos les podría yo mostrar a docenas aquí en Logroño. El caso del patrono de los periodistas es como para ponerlo en un marco en muchos despachos junto a tantos títulos universitarios.

Pero voy a terminar con un suceso muy divertido. Finales del siglo XIX. En un transporte público coinciden un chaval y un abuelete, sentados frente a frente. El viejo saca un libro, se coloca sus antiparras y se dispone a leerlo. El muchacho, al ver las tapas del libro -una Biblia-, se queda viendo visiones y pregunta al señor que cómo se le ocurre leer semejantes leyendas, semejantes bobadas, que lo que hay que leer es algo científico, serio, con fundamento, no ciencia ficción, ni cuentecillos infantiles, «que eso y no otra cosa es la religión». Y apostilla con la mejor de las intenciones: «Si usted me deja su dirección yo puedo prestarle material de lectura sólida, culta, ciencia pura, que amueblará muy bien su cabeza». El viejecillo, encantado, echó mano al bolsillo de la chaqueta y sacó una tarjeta que dio al mocete. Al leerla «Profesor Louis Pasteur, director general del Instituto de Investigaciones Científicas Universidad Nacional de Francia», al chico lee dio un patatús. Y no era para menos.

¿Verdad que son dos tipos estupendos?

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