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GREGORIO GORDALIZA
LOGROÑO.
Jueves, 31 de mayo 2018, 00:24
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Son tiempos para la viña. Con esta afirmación, no sólo quiero referirme a que estamos en uno de los momentos de mayor desarrollo vegetativo de la planta, que, por cierto, ha brotado de una manera más regular y homogénea de lo que se pudiese esperar, después del «terrorífico» año pasado, sino porque también los diferentes interlocutores de nuestro sector están empezando a dar la importancia que se merece a la viña, algo que un servidor lleva mucho tiempo demandando.
En las últimas décadas hemos visto cómo una gran parte del dinero del sector iba a parar a la construcción de faraónicas bodegas firmadas por arquitectos del mayor relumbrón, en las que en muchos casos se ha antepuesto la estética a la funcionalidad.
Me estoy acordando de una bodega, por ejemplo, en la que su mayor producción en ese momento era la elaboración de maceraciones carbónicas y que, después de acometer la nueva bodega, el arquitecto no había previsto el llenado de los depósitos con uva entera y nos las veíamos canutas, y perdón por la expresión, para poder afrontar dicha elaboración.
Por otro lado, hemos visto cómo las bodegas han desarrollado proyectos de I+D+i siempre en temas relacionados con el vino, en la búsqueda de mayores aromas, mayor color... etc, e incluso también cómo las revistas y la prensa especializada sacaba en sus portadas a enólogos reputados que hablaban de sus vinos, como hijos pequeños, pero salidos de no sé muy bien dónde.
Todo esto, por otro lado, está muy bien, ya que ha ayudado a posicionar al sector en boca de mucha gente, pero sin embargo siempre se ha pasado por alto, o muy de refilón, el factor más importante de la cadena, que es el viñedo. Afortunadamente, en los últimos tiempos, parece ser que esta tendencia se está revertiendo y que el viñedo está mucho más presente en las bocas de estos influencers, quienes ahora sí le están dando la importancia que se merece.
No hay visita de 'americanos' que se precie que no prefieran primero pasar por el viñedo, antes que por la bodega, pudiendo conseguir con esta visita previa entender las características de los vinos que se hacen en la bodega y también conocer una explicación real de las diferencias de precio en cada referencia. Por fin se han dado cuenta de que las bodegas, prácticamente, son iguales en todos los lugares, ya que todas contienen depósitos, barricas, huevos... etc. Algunas más bonitas que otras, pero la esencia es la misma. Lo único que cambia en cada zona es nuestro viñedo. En algunos casos cambian las variedades, en otras el sistema de conducción, su distribución en el terreno, la naturaleza de los suelos donde están ancladas... y que, a parte dar una riqueza paisajística inigualable, conceden a cada terruño una diferenciación y una riqueza que es la que nos puede hacer grandes.
Desde hace algún tiempo, ya hay bodegas que invierten parte de sus presupuestos de investigación en el campo, contratan asesores, ingenieros agrónomos, técnicos que les ayudan a potenciar ese patrimonio y esa diferenciación. Ahora solo falta que algunas de esas revistas especializadas saquen en sus portadas a los mejores viticultores, ingenieros o técnicos de campo, como ejemplo de esfuerzo, dedicación y trabajo, pero eso ya es harina de otro costal. Conformémonos con que empiezan a dar al viñedo la impronta que se merece, porque el vino todavía se obtiene de la uva.
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