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EL SÍNODO  Y LOS JÓVENES

EL SÍNODO Y LOS JÓVENES

«Jesús ofrece vida, no consumo; comunidad abierta, no egoísmo»

IGLESIA

Domingo, 11 de noviembre 2018, 00:54

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Acaba de finalizar en Roma el Sínodo de los obispos, dedicado a los jóvenes. Durante el recién finalizado mes de octubre los obispos del mundo y los jóvenes se han visto, se han oído, hecho propuestas que suscitan anhelos, ilusiones de misión en común y de esperanza. El mundo es viejo y joven, necesita de todos para alcanzar la paz y la justicia. La Iglesia, vieja y joven, necesita soplar sobre el rescoldo de la fe y el amor, para que el mundo crea, confíe en que es posible hacer de nuestra tierra una familia.

Certeramente anticipaba el Papa en el Discurso de apertura: «Comprometámonos a procurar 'frecuentar el futuro', y a que salga de este Sínodo no sólo un documento -que generalmente es leído por pocos y criticado por muchos-, sino sobre todo propuestas pastorales concretas, capaces de llevar a cabo la tarea del propio Sínodo, que es la de hacer que germinen sueños..., estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos, e inspire a los jóvenes... la visión de un futuro».

El joven busca siempre, anhela lo mejor, no se conforma con lo que tiene ante la vista. ¿Recordáis aquel diálogo de Jesús con el joven? La eterna juventud, la vida eterna le pedía a Jesús el joven rico (Mt 19, 16 ss.). Quería asegurarse para siempre la dicha más completa, no sometida a los vaivenes de la suerte, al cambio permanente de los días. Pedía plenitud sin condiciones, belleza no caduca, felicidad sin riesgos. ¿Quién no se apunta a petición tan alta?

Jesús, tras recordarle los mandamientos (los derechos y deberes humanos esenciales), mirándolo con cariño, lo llevó a su terreno, al de la libertad que se desprende de toda ligadura posesiva para amar hasta el límite; al de la predilección por los más pobres de los pobres, al de la intimidad más asombrosa entre dos almas, al de la entrega que no pide recompensa: «Una cosa te falta: ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego, ven y sígueme».

Jesús ofrece vida, no consumo; comunidad abierta, no egoísmo. Tanto como tenía este buen joven y carecía de algo tan sencillo como saber darse, algo que está al alcance del más pobre, más frágil, más pequeño. Y se fue triste, el joven se fue triste; tenía muchos bienes y no quiso cambiarlos por lo que él añoraba y le hubiera dejado satisfecho: la vida en plenitud. Encadenado a aquello que tenía, no supo alzar el vuelo y se fue triste; tuvo la dicha al borde de la mano y no la asió, el abrazo amoroso de la luz a su alcance y se fue a oscuras. No supo comprender que si los bienes no se ponen al servicio de todos, en especial de los más débiles, generan más tristeza que alegría. A estas horas, el joven se pregunta cómo pudo volverse de vacío, cerrarse a aquellos ojos que le abrieron los cielos en la tierra.

Al despedirse, los Padres Sinodales animaban a los jóvenes a caminar juntos: «Durante un mes hemos caminado juntamente con algunos de vosotros... Deseamos continuar ahora el camino en cada lugar de la tierra donde el Señor Jesús nos envía como discípulos misioneros (...). Haceos compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida. Sois el presente, sed el futuro más luminoso».

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