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EL PUEBLO

CARLOS SANTAMARÍA - ANECDOTARIO

Jueves, 16 de noviembre 2017, 23:38

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Cuando el jurado se fue a deliberar salió un mago y realizó dos trucos para entretener al personal, pero la auténtica magia ya se había producido; sólo unos minutos antes el público gritaba, aplaudía, se ponía de pie y alzaba pancartas mientras en el escenario aparecía la cabeza de un santo, tres saltimbanquis con ramas por las cabezas, mujeres con trajes regionales, un tipo vestido de romano y unos niños disfrazados desfilando con gesto de solemnidad adulta. Eran hombres y mujeres hablando con emoción de sus vecinos, de sus calles y sus plazas, de árboles centenarios, de la música que suena en fiestas y de cómo las celebran.

Tras el mago llegó el final. El secretario del jurado caminó lentamente hacia el atril, se colocó ante los dos micros flexibles como antenas de un insecto gigante y movió suavemente el de la derecha para acercarlo a sus labios. Dos segundos de silencio dramáticos, espesos como el aire antes de una tormenta y finalmente nombró al pueblo vencedor. La atmósfera densa del auditorio se resquebrajó en aplausos, gritos y sonidos de charanga, pero a mí me volvió a pasar lo de siempre; cuando alguien gana algo yo busco a los derrotados. Y ahí estaban, silenciosos, congelados, tristes, pequeñitos en los butacones blancos. Un alcalde vino a saludarme; su pueblo no había ganado pero se iba orgulloso. En los brazos llevaba a su hijo pequeño con la cara llena de lágrimas.

Se fue marchando la gente y al recoger los papeles pensé que casi se me descontrola la gala como se desboca un caballo que escucha de cerca un disparo. Eso fue lo mejor de la noche, porque después de conducir tantos actos narcóticos con guiones previsibles se agradece hacer algo emocionante; hubo verdad, y cuando hay verdad hay entusiasmo y es fácil pisar la línea de la locura. La gente habló con pasión de sus pueblos porque el pueblo es sentimiento: ir de la mano de la abuela por las calles empedradas, el primer beso en el parque, sentarse en los bancos de piedra a comer pipas con los amigos viendo acabarse el verano. Eso es lo que tiene el pueblo, que es un territorio mítico, el lugar de la memoria en el que guardamos algunos de los mejores ratos de nuestra vida.

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