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MIGUEL AIZPÚN
Martes, 18 de septiembre 2018, 00:16
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Ya al poeta Antonio Machado le gustaba viajar, aunque su precaria economía le obligara al vagón de tercera clase. Pero su sensibilidad de artista paladeaba, sobre todo, el placer de alejarse. Una sensación capaz de transformar la vieja locomotora en una rutilante centella... Pocas cosas hay tan gratificantes como la impresión de que la marcha que va construyendo la lejanía entierra también nuestras preocupaciones y problemas, al ritmo de un paisaje que cambia y desaparece en el horizonte.
Tras desplazarse en esa locomotora que se llama agosto, el viajero teme el regreso a la estación de septiembre, donde oscuros factores van devolviéndole los bultos que soñaba con perder. Pero ahí está ese equipaje, esperando que volvamos a cargar con él. Todos estos trabajos y preocupaciones, que también se fueron de vacaciones, están dispuestos a acompañarnos. Y con energías renovadas.
A este indeseado encuentro se le conoce como «síndrome postvacacional», algo así como la resaca y el ardor de estómago con los que se tributa por momentos excesivos, aunque tal calificativo no debiera aplicarse a lo delicioso.
La reincorporación a la vida laboral suele aliñarse con el remordimiento por los gastos desmedidos en vacaciones. Aquellos dispendios justificados por el placer de los momentos felices pierden su brillo cuando lo bueno, siempre breve, concluye, y debe afrontarse la financiación, cada vez más costosa, de las necesidades cotidianas.
También hay quienes viven los veranos como antesala de vacaciones en otoño. Los pocos que pueden permitírselo disfrutan doblemente, ya que las ciudades y los trabajos se vuelven más llevaderos en el estío. Las primeras, porque se vacían de pobladores y los segundos, porque la carga laboral disminuye y los jefes están lejos. Esta casta de mal llamados veraneantes se alejan de un ambiente relajado para ingresar en otro más placentero. A veces, incluso el sol, que ha azotado inmisericorde las pieles de los veraneantes propiamente dichos, se anima a acompañarles bajo un disfraz más dulce y tibio. No en vano es el otoño tiempo de cosecha y buen entorno para ir degustando la felicidad que vendimian los elegidos, que es tanto como decir los inteligentes que saben entender la vida.
Aprovecho este tiempo de vendimias para desearos a todos buena cosecha y muy felices fiestas y les dejo unos consejos para superar esta tan temida vuelta a la «normalidad».
1.- Evitar volver el último día. Para que el regreso al trabajo no se convierta en una cruz, los expertos recomiendan no dejar todo para última hora. Lo mejor es volver tres o cuatro días antes, para adaptarse progresivamente al ritmo habitual. También es aconsejable volver al «tajo» cualquier día de la semana que no sea un lunes, pues esto puede hacer más dura la vuelta.
2.- Acomodar el ritmo poco a poco. La reincorporación a la vida cotidiana y a los ritmos físicos básicos debe hacerse de manera gradual. En el plazo de un par de días, el rendimiento será mayor.
3.- Recuperar el horario.Retomar la jornada habitual, así como practicar ejercicio físico moderado pueden ser un buen antídoto contra el estrés posterior a las vacaciones.
4.- Ver la botella medio llena. El fin del descanso estival se debe afrontar con una actitud positiva y como un reencuentro con la normalidad. Cualquier periodo vacacional tiene un principio y un fin que debe ser asumido racionalmente. Hay que pensar en volver con fuerzas al trabajo, sin contar el tiempo que deberá pasar hasta el siguiente respiro veraniego.
5.- Vacaciones más cortas, más veces. Este es el práctico consejo de los especialistas. Lo más recomendable es repartir el tiempo de las vacaciones a lo largo del año. Así, dos periodos de descanso más cortos serán mejores que uno más prolongado.
6.- La suerte de tener un empleo. No hay que olvidar que el hecho de poseer un puesto de trabajo es algo que debe ser valorado muy positivamente.
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