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OBRA MAESTRA

CARLOS SANTAMARÍA

Viernes, 20 de octubre 2017, 00:35

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Una de las palabras más curiosas del castellano es 'robot', que procede del checo 'robota' en la que significa sirviente, criado, esclavo. Es un vocablo precioso que tiene dentro un frío centroeuropeo, un cierto ritmo mecánico y kafkiano que a lo largo de la historia ha alimentado la imaginación de decenas de autores desde Asimov hasta Spielberg. De entre todas las obras maestras sobre robots e inteligencia artificial destaca 'Blade Runner', que ahora estrena una segunda parte.

Ya se ha contado todo acerca de la genialidad que hizo Ridley Scott en 1982: el libro original de K. Dick, las lágrimas en la lluvia, el sueño del unicornio... pero a mí me gusta recordar una de las frases que pronuncia el replicante Roy Batty a Deckard al final de la película. Deckard (Harrison Ford), agarrado con la mano rota a la viga de un rascacielos, trata de no caer al vacío mientras desde arriba y entre la lluvia los perfectos ojos azules de Batty le observan con mirada indescifrable: «Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad? Eso es lo que significa ser esclavo», le dice el androide a Deckard. Porque eso es lo que son los replicantes de la película: máquinas impecables, robots, hermosos esclavos.

La relación del ser humano con las máquinas es un argumento central en muchas obras de ficción: 'Ex Machina', 'Terminator', 'WALL-E', 'Chappie' o la serie británica 'Black Mirror' son historias sobresalientes, pero no alcanzan la belleza ni profundidad de 'Blade Runner'. La película de Scott es un cuadro de Hopper de dos horas de duración, un blues desesperanzado sonando por las ventanas en una noche lluviosa, una historia de cine negro en un futuro cruel y deshumanizado. 'Blade Runner' engarza todos esos elementos en su tela de araña pero, como el gran clásico que es, añade a su historia las grandes preguntas de siempre: ¿Por qué estoy aquí? ¿cuál es mi propósito? ¿cuánto tiempo me queda? Y al final del espectáculo queda brillando en la pantalla el triple salto mortal: ¿Quién es el esclavo? ¿quién es el humano y quién el replicante? Ese final te interroga como tu propio reflejo en un charco, pero es un cierre perfecto digno de las mejores historias del genero negro, esas en las que tras toda la persecución el detective termina convertido en aquello estaba combatiendo.

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