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Una escena de la última ópera de Richard Strauss que lelga al Real el lunes 27 de mayo Javier del Rel
'Capriccio', el colosal legado de Strauss, ilumina el Teatro Real

'Capriccio', el colosal legado de Strauss, ilumina el Teatro Real

Planteada como un reflexión sobre la ópera, la última obra lírica del genio alemán se estrena en el coliseo madrileño

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Martes, 21 de mayo 2019, 19:08

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Richard Strauss (Múnich, 1864 - Garmisch-Partenkirchen, 1949) dejó de escribir música orquestal para dedicarse en exclusiva a la ópera. Estrenada en Múnich en 1942, 'Capriccio', su última composición operística, es una reflexión sobre la ópera, sobre la música y la palabra, realizada desde el mismo corazón de la escena. Nunca se había programado en el Teatro Real esta ópera que se mira en el espejo y de la que a partir del 27 de mayo se ofrecerán nueve funciones en una nueva coproducción con la Opernhaus de Zúrich concebida por el director de escena alemán Christof Loy.

Será un «acontecimiento mayúsculo». El estreno de una pieza «colosal» que «ilumina» el bicentenario del Real, en palabras de Joan Matabosch, director artístico del coliseo que prosigue así en su empeño de ampliar su repertorio. Lo hace con «una obra maestra; el testamento operístico de Strauss, de una originalidad suprema» a juicio de Matabosch. La define como «una alegoría sobre la ópera y su sentido como obra de arte» y recuerda que la composición y el contenido argumental de este legado de Strauss «trascienden el valor artístico para invitar al debate en torno a la ópera» y plantear la pregunta eterna en la ópera: «¿es más importante la palabra o la música?»

'Capriccio' surge de una idea del escritor austriaco Stefan Zweig, quien descubrió una ópera breve de Antonio Salieri y Battista Casti, 'Prima la musica e poi le parole', y sugirió a Strauss crear una nueva obra inspirada en el debate al que alude el título. En colaboración con Clemens Krauss, Strauss elaboró un libreto «cargado de ironía, ingenio e inteligencia» en el que, en clave de comedia, «propone una reflexión, sobre la importancia que debe tener en la ópera la palabra en relación con la música», insiste Matabosch.

Es una coproducción con la Ópera de Zúrich concebida por el director de escena alemán Christof Loy

Con el mundo occidental sumido en el horror de la Segunda Guerra Mundial, en el corazón de la Alemania nazi, Richard Strauss se evade de la realidad con esta ópera que, ambientada en un castillo en París en 1775, cuenta la historia de la condesa Madeleine, culta y refinada aristócrata incapaz de decidirse por uno de sus dos pretendientes, un poeta y un compositor. Su cumpleaños dará pie a una pequeña obra teatral en la que participan ambos artistas y que originará un debate intelectual y filosófico, no exento de humor, sobre cuestión fundamental de la predominancia de la música sobre la palabra en el teatro musical. Un debate «para el que al final de su vida Strauss no obtuvo respuesta», apunta Matabosch.

«La ópera, como forma de arte total, es la fusión máxima de palabra y música, aunque toda la música de Strauss está basada en la palabra», zanja la cuestión Asher Fisch, batuta muy curtida en la música de Strauss y que estará en el foso al frente de la Orquesta Titular del Real. «No solo es difícil, sino que no se representa a menudo, especialmente fuera de Alemania», destaco el direto felictantro al Real por su elección,

Reparto

Los papeles principales son para la soprano Malin Byström (Condesa Madeleine), el barítono Josef Wagner (Conde), el tenor Norman Reinhardt (Flamand), el barítono André Schuen (Olivier) y el bajo Christof Fischesser (La Roche).

Christof Loy, ducho obra de Strauss, aborda primera vez la compleja ópera en la que descubre «las múltiples capas que perfilan los secretos del alma de los protagonistas, las inquietudes y motivaciones del ser humano derivadas de sus emociones ante la percepción de la belleza».

El personaje central es la sensible e indecisa condesa, que se debate entre sus pretendientes y la necesidad de definir los valores y los afectos que determinarán el resto de sus días. En un momento trascendental, y ante el omnipresente espejo que preside su salón, Madeleine mira el presente con la consciencia de que pronto será pasado, como la niña que fue, y que se encuentra en un tránsito hacia el futuro.

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