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MILLENIALS SIN CAUSA

MILLENIALS SIN CAUSA

JONÁS SAINZ

Miércoles, 15 de noviembre 2017, 00:06

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Desde Columbine 1999 no deja de crecer la terrible lista de matanzas en colegios de Estados Unidos, por no mencionar otras que no tienen que ver con centros de enseñanza, como la última en Texas o la penúltima en Las Vegas, pero que responden igualmente a esa 'cultura' de la violencia y de las armas. En 2012, en la escuela Sandy Hook de la ciudad de Newton, en Connecticut, después de que un chico de veinte años matara a 27 personas y se suicidara, rodaron 'Evan', un vídeo para concienciar a los jóvenes sobre la necesidad de prestar atención a las señales silenciosas de la violencia antes de que estalle de forma irreversible. El corto cuenta aparentemente una historia de amor de instituto que termina trágicamente. Solo en un segundo visionado, cuando dejamos de centrarnos en la historia amable y miramos más allá del primer plano, podemos ver en segundo, pero siempre a la vista, a otro alumno que se va radicalizado. Sin ocultarse de nadie pero sin que tampoco nadie le preste atención, consulta revistas y vídeos de armas en la biblioteca y en el comedor, hace gestos amenazantes a compañeros y profesores, él mismo es víctima de los abusos de otros en los pasillos e incluso posa en las redes con una pistola. Y todo eso tan evidente se nos pasa por alto hasta que ese chico que parecía invisible irrumpe en el salón de actos con un AK-47.

'Punk Rock', del británico Simon Stephens, no pretende aleccionar sobre nada, ni siquiera trata de analizar las razones del fenómeno de la violencia entre los jóvenes, aunque termine con tiros en las aulas y chicos muertos. El drama es aún más ambicioso porque muestra esto como parte de un problema mayor, de un vacío social y cultural aún más extendido. Y lo que muestra en realidad es a esos mismos chicos muertos antes incluso de los disparos; jóvenes inteligentes pero sin esperanza, sin nada en que creer, sin gran cosa que perder y nada mínimamente valioso por lo que luchar. Jóvenes de hoy sin mañana. Es un buen retrato de los milenials y de la deriva de esta otra generación perdida entre el desencanto de sus padres y un horizonte apocalíptico como única certeza. Y es también el retrato de una sociedad ciega que está condenando su futuro al condenar de antemano a sus jóvenes a una prisión de apatía moral y vital.

La Joven Compañía, dirigida por José Luis Arellano y con un estimable reparto de jóvenes actores encabezado por Víctor de la Fuente, hace un gran trabajo en la puesta en escena claustrofóbica, en la construcción de los personajes y en el desarrollo de la acción. Dinamismo y frescura para atrapar a un público más habituado a efectos especiales y a pantallas que a diálogos y dilemas graves, como el resignado monólogo de Chadwick y el crudo lamento final de un William que hizo lo que hizo sin causa alguna, simplemente porque pudo. Pero sobre todo la Joven Compañía hace una labor extraordinaria al llevar al teatro a los jóvenes para verse a sí mismos. Ellos son quien más teatro y más cultura necesitan.

Esa mal llamada 'cultura de la violencia' es solo una cruel manifestación de no-cultura. Y, frente a ello, ¿qué mejor causa que cultura a secas? Contra un rifle, un libro. Y contra el hastío, teatro. Cultura.

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