La Filmoteca Rafael Azcona dedica los dos títulos de la semana al actor, director y productor Clint Eastwood en su ciclo 'Clint Eastwood, la última ... leyenda', comenzando con la proyección de la película 'El jinete pálido' (1985), otra incursión de la famosa estrella en el universo del western que se podrá ver a partir de las 19.30 horas en la sala Gonzalo de Berceo.
Cuando parecía que las películas que abordaban la temática y estética del lejano y salvaje Oeste languidecían en un género considerado para mitómanos y minorías escogidas, irrumpió Eastwood, en esa etapa transitiva entre lo comercial y lo personal, y trajo a la pantalla grande una soberbia pieza resumen de las características que forjaron su emblemática figura gracias a la decisión de Sergio Leone de contar con él para sus spaguetti westerns.
El autor de 'Sin perdón' (1992) había filmado un pequeño puñado de películas populares que lo mantenían en el rango alto de intérpretes taquilleros. Por lo tanto tocaba retomar uno de sus registros preferidos y construir una historia acerca de un solitario y misterioso personaje, vestido como si fuese un estricto evangelizador, al que llaman El Predicador, que llega a una zona de colonos buscadores de oro para situarse a su lado y combatir contra un tirano corporativista que lo quiere todo bajo su control.
En un lugar próspero dominado con mano dura por el cacique de turno, encarnado por John Russell, la presencia de un hombre estilizado, rasgos intimidatorios y aura de redentor es recibida por la gente oprimida como un salvador que deslumbra cuando muestra su destreza con las pistolas. Eastwood construyó una imagen icónica a merced de una fisonomía letal, un verbo corto y preciso.
Es un pistolero místico surgido de la nada y resuelve un conflicto de desigualdades a favor de los desfavorecidos. Una lectura que acompaña a Eastwood en buena parte de su carrera. Su lado justiciero permite disfrutar de duelos y tiroteos impecables, con momentos climáticos de notable vigor, dejando para el recuerdo escenas sutiles en su coreografía y resolución. Sin olvidar a esa adolescente, Sydney Peney, hechizada por el magnetismo de El Predicador, pidiéndole que no se vaya. Y sí, se parece a 'Raíces profundas' (1953), de George Stevens.
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