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EL INFIERNO DE QUEVEDO

EL INFIERNO DE QUEVEDO

JONÁS SAINZ - CRÍTICA DE TEATRO

Sábado, 4 de noviembre 2017, 00:03

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Qué vedo, don Francisco! Pero qué vedo y qué veremos. Qué locura. Qué infierno. Qué demonios. Qué España de locos. Qué de locos en España. Qué hundimiento moral. Qué bellaquía. Qué política infame y qué nefasto teatro: tan mala farsa en Madrid, en Cataluña tal dislate. Qué esperpento. Qué momento. Qué removerse en la tumba para desear volver a morirse uno. No se levante usted, su señoría. Que ya vamos yendo nosotros, y a patadas, condenados por orates. No regrese a su casa amancillada ni a esta ruina ni a la mía. No haga otros sonetos que no sean póstumos panfletos de tanta fechoría. Y no se canse ya más. Ya no hay remedio sano. Ya no lo habrá, aunque lo hubiera. Ya no hay más nada.

Quién no se hartaría de esta tierra abúlica y cainita, que no le es leve ni a los difuntos. También vos.

Como un Orlando furioso, el Quevedo de 'Sueños' escapa desatado de su sepultura y vuelve a arrastrar sus molidos huesos y sus carnes sifilíticas por el manicomio español, embarrado y maloliente, para clamar como quien clama en el desierto: ¡Vergüenza! ¡Qué vergüenza! A tan grandes voces su siempre afilada poesía resuena tan doliente y tan amarga que es quizás un exceso de sus ya excesivos 'Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo', tratado literario y filosófico de un Quevedo que, siendo joven, ya está harto de esta España barroca y retorcida. Con razón nos sigue abroncando don Francisco, por no haber sido capaces de solucionar nada y descabalarlo todo aún más.

Pero no alcanzo a diferenciar a quién pretendían resucitar Collado, Vera y Echanove, si al poeta o al profeta. Se hace admirar su palabra, pero tanto lamento hastía. 'Sueños' es un ingente empeño fruto de la fascinación por un Quevedo extremo y visionario que, en efecto, nos abronca desde su maltrecho Siglo de Oro hasta este, nuestro siglo XXI de estos lodos. Con el tono admonitorio de una crónica de la decadencia española, de la corrupción y las mordazas, José Luis Collado firma una entusiasta pero agotadora versión libre de pasajes de sueños, sonetos amorosos y algunas sátiras. Ocasión magnífica de dar vida a lo inmortal. Pero o no han sabido cortar más un texto descomunal o no han podido sobrarse menos. Si el infierno es eterno, este de Quevedo, casi. Y blanco como un sanatorio de desesperados. Con grandilocuencia audiovisual y música muy fanfarriosa, como para despertar entre escena y escena, Gerardo Vera monta un gran retablo, muy ambicioso pero algo irregular, de personajes en torno al poeta con un juego teatral de apariciones fantasmales y reales entre las que destacan, en un admirable elenco, la bella Aminta de Beatriz Argüello y la más bella muerte de Marta Ribera.

Entre todos y entre tanto, Juan Echanove se hace enorme ante tan gigantesco Quevedo. El verbo hecho carne y la carne haciéndose del verbo. Se descoyunta el actor por sacarse de dentro un personaje febril. Se sublima el hombre por rozar un mito. Se estremecen juntos y juntos, de principio a fin, desesperan: 'Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Vencida de la edad sentí mi espada, y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte'. Infernal España.

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