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GLORIA

JONÁS SAINZ CRÍTICA DE TEATRO

Viernes, 24 de noviembre 2017, 00:09

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Envidio al viejo Faustino. Y no por el tabaco, la ginebra a raudales y las orgías postreras. Le envidio porque, a su muerte, su hijo lo recuerda lo bastante como para dedicarle un entierro vikingo y un homenaje póstumo digno de un padre tan excesivo. Convertir un fantasma de dudosa honra en personaje de Shakespeare es algo solo al alcance de un príncipe Hamlet. Andrés Lima, con las magníficas libertades que es capaz de tomarse con los clásicos y su personal derroche de imaginería, lo consigue en 'Sueño', su segunda entrega para Teatro de la Ciudad. Comedia trágica. Shakespeare limeño. Lima con sueño. Otra noche de verano con amanecer de invierno. Pero yo no envidio al viejo por quedar para los restos en la brumosa ebriedad de ese bosque mágico, sino por el amor, por la piedad que todo lo perdona, por el respeto, por la memoria. Eso y no otra cosa debe de ser la gloria de los pobres: que los nuestros nos recuerden sin rencor.

Si fuese pintor, los retratos a Andrés Lima le saldrían como a Bacon, los desnudos como a Freud. Pero es hombre de teatro y su teatro es parte de sí: poesía y miseria. Feo es lo bello y lo bello es horror, repetían las meigas de su 'Mácbez', y así sigue siendo ahora en esta otra adaptación libérrima del bardo. Su vena tremebunda convierte en comedia trágica este 'Sueño de una noche de verano' soñado por su padre moribundo. La ginebra barata obra el hechizo de conectar ambos mundos en un mismo plano de irrealidad. Igual que a Faustino se la va la mano con la bebida, Andrés abusa de los efectos que produce en el escenario, las luces estroboscópicas y los reiterados bailes desenfrenados, pero ese es el puente por el que nos empuja a acompañarle en su desvarío entre la creación shakesperiana y el relato de su propia vivencia de hijo que asiste a las últimas batallas que el padre va a librar y a perder sin remedio.

Entre el lóbrego geriátrico y el bosque idílico de Atenas, entre el trajín de las enfermeras y las correrías amorosas de Demetrio, Helena y Pili, entre las escapadas de Faustino a Gijón y a Talavera para enamorarse de una puta yonqui y despedirse de su exesposa, los Lima van consumando su esperpento: el padre, un dionisiaco y grotesco esperpento vital; el hijo, uno teatral, deudor de La Zaranda y 'El grito en el cielo', aquella luminosa alegoría de la decrepitud y el irrenunciable afán de libertad.

Repleto de imágenes con el patetismo de un Ribera y los negros akelarres goyescos, 'Sueño' es también un alarde textual y, para ambas cosas exige un extraordinario esfuerzo interpretativo: Chema Adeva está impresionante y se multiplican admirablemente las actrices Ainhoa Santamaría, María Vázquez, Laura Galán y, muy especialmente, Nathalie Poza, que, como en 'Penumbra' o 'Desde Berlín', vuelve a demostrar que la habitan hermosas criaturas escénicas. Sin ellos cinco todo esto resultaría un disparate. Así es una locura deliciosa. Gloria maldita.

Al menos la que nos canta Patty Smith: 'Mis pecados son míos, me pertenecen'. G-L-O-R-I-A.

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