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Ilustración sobre los duelos a sable, que proliferaron en el siglo XIX, como en el que segó la vida del joven Celestino Olózaga. :: BNF
El duelo letal que hundió a la familia Olózaga

El duelo letal que hundió a la familia Olózaga

Hijo de José Olózaga y sobrino de Salustiano, Celestino Olózaga encontró la muerte en un desafío de honor frente a un aristócrata en 1869. Con sólo 26 años, era ingeniero, secretario del Congreso y la gran esperanza del progresismo español

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Viernes, 9 de marzo 2018, 19:15

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F ue Olózaga uno de los apellidos con mayor alcurnia y peso específico en los campos de la política y de la sociedad en la España del siglo XIX. Si bien la cabeza visible de la saga recayó en Salustiano, jefe de Gobierno, varias veces ministro, académico, líder del progresismo y un revolucionario nato desde la adolescencia, otros miembros de la familia Olózaga, con Arnedo como cuartel general, también escribieron brillantes -y no tan brillantes- páginas en la Historia de nuestro país.

Hermano menor de Salustiano, José Olózaga fue ministro de Gracia y Justicia y hombre muy comprometido en la lucha contra la desigualdad que sufría España. Como director del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid procuró que los más necesitados tuvieran techo y comida y, como político y escritor, su amistad con el rey Amadeo I (Amadeo de Saboya) le llevó a redactar el discurso de despedida del monarca cuando abdicó del trono en 1873.

El relevo familiar y político de su padre, José Olózaga, y de su tío Salustiano llegaba de la mano de Celestino Olózaga, un joven ingeniero de Caminos y brillante orador que, a sus 26 años, ya atesoraba cierta experiencia parlamentaria y ocupaba el cargo de secretario del Congreso. Sin duda, la gran esperanza del Partido Progresista, cuyos líderes eran, además del citado Salustiano, Juan Prim y el también riojano Práxedes Mateo Sagasta. Sin embargo, el lado más salvaje del Romanticismo se cruzó en su camino de manera fatal.

A CELESTINO OLÓZAGA: ¿Quién no llora al ver apagarse, cuando apenas había empezado a brillar tu privilegiada inteligencia?

Concepción Arenal Escritora

Había acudido el joven diputado Celestino Olózaga al Teatro Español, en la madrileña plaza de Santa Ana, cuando por una disputa de galanteo cruzó ciertas palabras con el americano Conde de Jara. Intentaron varios de los presentes templar gaitas, pero la trifulca fue subiendo de tono hasta alcanzar insultos algo más que gruesos como para dejarlos pasar por alto. El honor era el honor. Ambos se citaron en duelo a sable con punta el 17 de marzo de 1869.

El Conde de Jara, gran duelista

Trataron de convencer a Celestino de lo descabellado del desafío, sobre todo porque el Conde de Jara era todo un experto en el arte de la esgrima y duelista profesional. Pero no hubo manera de disuadir al secretario del Congreso. El también parlamentario Jacinto Anglada se ofreció como padrino, sin que la familia Olózaga nada supiera del desatino.

Nada más arrancar el combate, atacó el joven Celestino con tal violencia que, tropezando con el terreno, se abalanzó desbocado contra su rival. Con la frialdad que da la experiencia, el aristócrata sólo tuvo que presentar la punta, que atravesó de lado a lado el cuerpo del desdichado Olózaga. Así de gráfico era el escritor Benito Pérez Galdós en su novela 'España sin rey', de los 'Episodios Nacionales': «(...) el caso de Celestino Olózaga, que por acometer airada y ciegamente se clavó en el sable de su contrario».

El mazazo sufrido por la familia fue salvaje, al igual que les ocurrió a las filas liberales. Ya nada fue igual. Salustiano fallecería en 1873, José Olózaga, en 1877, y el Partido Progresista se disolvió en 1874.

La conmoción y el duelo inundó La Rioja, donde la luctuosa noticia tuvo gran repercusión, así como en el resto de España y en periódicos de todo el mundo. La más altas autoridades del Estado acudieron al sepelio y posterior cortejo fúnebre el joven Celestino, que recorrió las principales calles de Madrid hasta el cementerio de San Isidro.

La escritora Concepción Arenal publicó un sentido obituario sobre su amigo: «¿Quién no llora al ver apagarse, cuando apenas había empezado a brillar tu privilegiada inteligencia? ¿Quién no llora al pensar en tu desventurado padre?».

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