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A DISTANCIA

CARLOS SANTAMARÍA

Viernes, 2 de febrero 2018, 00:24

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La distancia es un concepto relativo que no suele tener relación con latitudes ni longitudes; hay parejas que guardan entre sí distancias kilométricas aunque duerman cada noche en la misma cama. La paradoja del mundo moderno es que lo cercano se nos ha vuelto distante y lo más lejano nos queda al alcance de la mano; vemos en el móvil las fotos del atardecer en Marte que ha hecho un robot de la NASA y no sabemos que el vecino del 1º b sale cada noche a buscar comida en los contenedores.

A veces la distancia parece sólo una cuestión de tiempo, como bien saben en Amazon, pero otras veces el misterio de la lejanía se desdibuja, se esfuma, y por más que lo intentamos no hay manera de atraparlo. Es lo que debió de pensar Rajoy cuando se quedó veinte minutos parado en el AVE hacia Castellón. Ahí estaba Mariano, mirando por la ventanilla a los campos detenidos y sin entender nada.

En la escena final de 'El Show de Truman' el protagonista, consciente del engaño en el que le han hecho vivir, se escapa por mar en un velero buscando la libertad. Truman navega feliz hacia la línea difusa e inalcanzable del horizonte hasta que choca con él; el horizonte no era mas que el muro pintado de azul de un plató de televisión. Igual que el bueno de Truman, Puigdemont también ha chocado con su horizonte, que es la propia mentira en la que ha estado viviendo como el cangrejo ermitaño que ocupa una concha vacía. El prófugo vive en la distancia empecinado hasta la obsesión con gobernar Cataluña a través de Skype o de WhatsApp. Ni en esto ha podido ser original; ya hay un rey africano que dirige el destino de su pueblo en los confines de Ghana por videoconferencia y desde Alemania. Este monarca virtual se llama Cefas Bansha y trabaja de mecánico en Ludwigshafen.

El presidente a la fuga ha creado nuevas formas de cobardía y de ridículo, pero en lo de gobernar a mil kilómetros de Cataluña no ha inventado nada. En realidad Puigdemont podría presidir perfectamente en la lejanía; así llevan los poderosos mandando desde hace siglos, en un palacio, en un plasma, a años luz de distancia del pueblo que los aplaude.

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