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J. SAINZ
Domingo, 18 de febrero 2024, 19:00
Nunca una boca cerrada dijo tanto ni unos ojos caídos alumbraron iconos que ya nada esperaban desde la desolación de sus tinieblas...' Con versos como estos, un libro de poesía recupera la memoria y la obra de Daniel González, el artista riojano más importante del siglo XX y también el que tuvo peor fortuna al ver truncada su carrera por una temprana enfermedad degenerativa. 'Daniel, la herida hecha luz', de Luis Alfonso Iglesias Huelga, con fotografías de Jesús Rocandio y edición de Los Aciertos, es una iniciativa de la fundación que vela por su legado. Con este libro, en el que poeta y fotógrafo interpretan una selección de esculturas, pinturas y dibujos, la obra de Daniel adquiere una nueva dimensión y se convoca su recuerdo.
Daniel González Ruiz (Cervera del Río Alhama, 1893-Logroño, 1969) nació un 16 de febrero hace ciento treinta y un años en el seno de una familia numerosa dedicada a la alpargatería que tuvo que trasladarse primero a Santander y luego a Vitoria. Su primer oficio fue como cantero en la Catedral Nueva.Y también fue en la entonces llamada 'Atenas del Norte' donde inició su formación en la Escuela de Artes y Oficios.
Su vocación le llevó a París a los veinte años, pero el estallido de la Gran Guerra en 1914 le hizo regresar y trabajar en la decoración de fachadas (del Banco de España de Bilbao, del Palacio de Telecomunicaciones de Madrid y del Casino de Biarritz) al tiempo que acometía sus primeros retratos y desnudos femeninos. En 1918, al finalizar la contienda, vuelve a la capital francesa coincidiendo con el periodo de efervescencia del arte nuevo y las vanguardias.
En el taller del escultor, ceramista y orfebre Paco Durrio, con el que colaborará durante una década, en los museos y en las tertulias de los cafés de Montmartre y Montparnasse se relaciona con otros españoles de la Escuela de París, como Manolo Hugué, Llorens i Artigas, Pere Creixams, Pablo Gargallo y Pablo Picasso.
Es en esta época cuando desarrolla un estilo personal, rotundo y puro. «Un escultor ardiente y paciente frente al natural –como lo describe entonces el escritor y crítico Gustave Geffroy–, consiguiendo así reunir los innumerables detalles ofrecidos por el modelo en una poderosa síntesis expresiva».
A partir de 1927 participa con regularidad en exposiciones colectivas en la galería Charles-Auguste Girard o en la Société des Artistas Indépendants, y protagoniza otras individuales tanto en España (Ateneo Riojano, 1930) como en Francia (Atelier Perrier de París, 1931). Esta última supuso la culminación del capítulo más apasionante de la carrera del escultor al situarlo en el círculo multidisciplinar y bohemio de dicho atelier, sede del melómano Le Club R-26, que frecuentaban todo tipo de artistas, como el arquitecto Le Corbusier, la diseñadora Sonia Delaunay, la fotógrafa Florence Henri, la bailarina Joséphine Baker o el guitarrista y músico de jazz Django Reinhardt.
Pero la fortuna cambió dramáticamente para Daniel cuando, con solo cuarenta años, empezó a sufrir síntomas de párkinson. Su prometedora trayectoria terminó con la década de los treinta y fue su esposa, la maestra logroñesa Ernestina Negueruela, la que en adelante sostuvo la familia trabajando en escuelas de varias provincias hasta establecerse definitivamente en Logroño en 1960.
En la capital riojana moriría a los setenta y seis años antes de verse verdaderamente reconocido para la posteridad. No fue hasta 1985, al ser incluido en la exposición 'Escultura española 1900-1936', del Ministerio de Cultura, cuando la prensa especializada y la historiografía artística descubrieron su obra y la integraron en la historia contemporánea.
En la actualidad, Daniel González forma parte indiscutible del patrimonio artístico español. Sus esculturas y dibujos pertenecen a colecciones de diferentes instituciones y museos públicos, como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), el Museo de La Rioja, el Museo de Bellas Artes de Álava y la Colección del Senado.
Y en su tierra natal, Escultor Daniel es al mismo tiempo un nombre tan integrado en el acervo popular que a veces se olvida su verdadera dimensión. Esa que pretende recuperar un libro de poemas y fotografías que nos recuerda la pulsión vital de la materia que a todos nos hace renacer. La obra maestra que nos hace.
De la madera brota una niña.
De la sonrisa brota una flor.
En el jardín transitivo de los relievesse esculpen formas imposibles y se imaginan otras improbables.Todas colaboran en armónico juramento.
El cuello de pirámide truncada, la línea de la boca que sujeta el círculo,la nariz de triángulo dudoso;los ojos de pícara mandorla.
Y en una alianza sublimeel rectángulo abre la ventana al peinado circular.
Los árboles son niños quietos a los que les gusta jugar a lo que brote.
De 'Daniel, la herida hecha luz' de Luis Alfonso Iglesias Huelga
'Daniel, la herida hecha luz' ha sido publicado solo un mes después de 'Daniel, el escultor', un cuaderno ilustrado por José María Lema con textos de Carles García y Berta Bartolomé, nieta del artista y directora de la Fundación Escultor Daniel. Ambos libros, del sello editorial Pepitas de Calabaza, son iniciativa de dicha fundación y persiguen divulgar su figura y su obra. «Con el libro ilustrado queremos acercarlo a los jóvenes y con el de poesía y fotografía buscamos la conexión con otras disciplinas artísticas, como fue la propia experiencia de Daniel en París», explica Bartolomé.
El poeta Luis Alfonso Iglesias Huelga sostiene que «el arte y la personalidad de Daniel rezuman poesía». «Su obra –dice– es una herida estética por la que brota una luz intensa y armónica, capaz de cauterizar nuestra mirada contemporánea, a veces tan perdida en vivencias elementales. En su caso se cumple la afirmación de que cuando la vida imita al arte es porque el arte ha logrado anunciar la vida».
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