Clamor por la lentitud del toreo de Urdiales en Sevilla
El diestro riojano logró la única vuelta al ruedo de una tarde definida por la leal competencia de toreo de cante grande entre el riojano y Morante de la Puebla
Urdiales en sazón en Sevilla tras cuajar al primero de su lote de Juan Pedro Domecq tras una faena de suma lentitud que no ... logró el premio de la oreja al rematarla con un espadazo que cayó bajo. Pero mucho más allá del premio peludo que se fue al limbo de las estadísticas, el diestro de Arnedo firmó una faena para el recuerdo, una labor con el capote y la muleta que se fraguó en esa forma suya tan personal y genuina de concebir y sentir el toreo.
Veroniqueó de lujo en los lances de recibo con una donosura especial tanto en el embroque como en la resolución de cada uno de los pases. Hubo tres o cuatro verónicas que estallaron en la plaza acompasadas con los olés al torero de Arnedo como si fuera uno de los suyos. Venía con la vitola del arte, con los triunfos de Bilbao y Madrid a cuestas y con la bendición de Curro Romero, que ha hecho suyo el toreo y el límpido concepto del riojano.
Prosiguió por verónicas en un quite para el recuerdo y brindó la muerte del cornúpeta a sus hermanos, Juanjo y Rubén, como regalo a tantos días de fraternal complicidad.
Y después, destiló el toreo en una faena marcada por la ausencia de la más mínima velocidad y definida por una naturalidad sencilla y transparente.
La corrida
Seis toros de Juan Pedro Domecq, corrida preciosa de lámina, noble, con clase pero justos de raza y fuelle. El cuarto, devuelto; sobrero del mismo hierro. El mejor de la corrida fue el sexto, que derrochó clase y calidad por ambos pitones.
Morante de la Puebla: silencio y ovación con saludos tras aviso.
Diego Urdiales: vuelta al ruedo y silencio
.José María Manzanares: silencio y ovación.
Plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería: lleno de no hay billetes. 8° de abono; lunes, 6 de mayo de 2019.
Urdiales se recreó, en fin, en redondo y al natural, con tiempos para el toro, ahondando en la paciencia para traerse al toro embebido desde los embroques y afianzar el escaso fuelle que desarrolló desde su comparecencia en la candente.
No hubo música; sonó el estremecedor compás del sonido de las telas rozándose con el albero. Tiempo y compás; compás del tiempo. Y Diego bordando el natural; con el medio pecho o como al final de la faena, a pies juntos, homenaje al toreo de frente, a una forma de ser y sentir la tauromaquia. Una belleza desplegada sin una mota de afectación. Sevilla asombrada y una pena la estocada baja que le privó de la oreja pero le puso en bandeja una vuelta al ruedo aclamada y sentida como pocas.
El quinto fue un toro rebrincado por el que apostó más allá de lo necesario dejándoselo crudo en el caballo y al que le ofreció todas las ventajas. Se quedó muy quieto y expuso más de la cuenta. Salió rebotado, afortunadamente sin consecuencias, del espadazo y escuchó un aviso.
Morante ofreció momentos también sublimes. Disfrutó con un sobrero al que se empeñó en torearlo en terrenos de chiqueros tras embarrar el albero con un inoportuno manguerazo en mitad de la corrida. El diestro de La Puebla salió arreado y planteó una faena de bragueta y colocación en la que logró momentos extraordinarios al natural. Morante salió espoleado por el toreo de Urdiales. Retar al artista máximo del toreo con la naturalidad de los vuelos tiene estas maravillosas consecuencias. Y aunque marrara con los aceros, el público asistió embelesado a una gran tarde de toreo. Dos diestros diferentes en el palo de la misma expresión, frente a frente. Ojalá vengan más tardes para descarrilar la monotonía que nos abruma y revolver los cimientos del toreo con la imprevisibilidad del arte.
El mejor toro fue el sexto. Completo y exigente en los tres tercios. Pero la verdad, la cruda realidad, es que Manzanares no está, por eso lo toreó a la voz, hacia fuera, con el consabido aletazo antes de los pases de pecho y sin capacidad para imponer ni su mando ni su elegancia. Eso sí, hubo un natural excelso, uno entre un ciento de muletazos sin demasiado sentido.
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