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MIGUEL LORENCI
Martes, 24 de abril 2018, 00:26
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Alcalá de Henares. «Cerrar los ojos, apagar la luz, bajar la cortina, es traicionar el oficio», sostiene el escritor nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942). Viejo revolucionario de libérrima palabra cervantina, él se asoma al mundo desde el compromiso y la literatura. Lo dijo ayer al recibir de manos de Felipe VI el diploma y la medalla que le acreditan como el 43 ganador del Cervantes, premio que dedicó «a los asesinados por reclamar justicia en Nicaragua».
«La imaginación es dueña y señora de la libertad», dijo reivindicando «el vasto campo de La Mancha» como «el reino de la libertad creadora» en la solemne ceremonia que acogió el centenario Paraninfo complutense. Lucía un crespón negro en la solapa del preceptivo chaqué «por la terrible situación en mi país», en un acto al que la política se superpuso casi a la literatura con la atención centrada en los contactos entre el Rey y Mariano Rajoy con Cristina Cifuentes, la cuestionada presidenta madrileña.
En un tono monocorde que disfrazó la emotividad de su discurso habló Ramírez del enriquecedor mestizaje del idioma, de sus deudas con Cervantes, con Rubén Darío y Augusto César Sandino. Se refirió antes a la explosiva situación que vive su país, gobernado por un cercado Daniel Ortega, viejo compañero de armas, de revolución y de gobierno y hoy enemigo del escritor. Dedicó el premio «a la memoria de los nicaragüenses asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia» y «a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales para que Nicaragua vuelva a ser república».
«Ha habido casi treinta muertos en los últimos días y por eso llevo este crespón», se dolió Ramírez, que se había manifestado antes con sus compatriotas residentes en España. «La historia de mi país es reiteradamente desdichada», lamentó, tristísimo ante «tanto luto, tanto duelo, la anormalidad de la vida ciudadana y los tremendos saqueos» acaecidos antes de que Daniel Ortega derogara la reforma de las pensiones y seguridad social que los causó.
Regresaba Ramírez a Alcalá, la cuna del padre de la novela, 30 años después de acompañar a Carlos Fuentes a recibir su Cervantes. Esta vez como gran protagonista, arropado por su mujer, Gertrudis Guerrero, 'Tulita', sus tres hijos -Sergio, María y Dorel-, sus ocho nietos, su nuera y su yerno.
Se niega a mirar para otro lado y «traicionar» su oficio. Escribe «entre cuatro paredes pero con las ventanas abiertas» para contemplar la tragedia de su país. Recordó a «las víctimas del poder arbitrario que trastoca sus vidas, y del poder demagógico que divide, separa, enfrenta y atropella». «Que no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone aportando con desmesura, cinismo y crueldad», dijo.
«Todo irá a desembocar tarde o temprano en el relato, todo entrará sin remedio en las aguas de la novela», agregó celebrando «el poder de la imaginación». «Lo que calla o mal escribe la historia, lo dirá la imaginación, dueña y señora de la libertad, por la que se puede y debe aventurar la vida», sostuvo el autor de 'Adiós muchachos' y 'Castigo divino'. «No hay nada que pueda y deba ser más libre que la escritura, en mengua de sí misma cuando paga tributos al poder el que, cuando no es democrático, sólo quiere fidelidades incondicionales», denunció. «La novela es una conspiración permanente contra las verdades absolutas y que cuando toma partido arruina su cometido», aseguró Ramírez.
Doble viaje
Recordó sus años de revolución en los que «como nuestro padre Cervantes», dejó la pluma y las comedias por las amas. Evocó a Rubén Darío «que trajo novedades liberadoras a la lengua que recibió en herencia de Cervantes, sacudiéndola del marasmo». «Cervantino y dariano, ato mi escritura con un nudo que nadie puede cortar ni desatar», resumió. Y a través de Cervantes y Darío rehizo el doble viaje trasatlántico del idioma que une a quinientos millones de humanos. El de ida «cuando en 1605 llegaron a Portobelo los primeros ejemplares del Quijote», y el de vuelta «cuando los primeros ejemplares de 'Azul' -el revolucionario poemario de Darío- llegaron a España en octubre de 1888».
«En algún momento de la vida, uno se encuentra con Cervantes», y Ramírez agradeció a su madre, Luisa Mercado, que en sus clases de literatura de Secundaria le enseñara «a leer el 'Quijote', el 'Libro del buen amor', los versos del Marqués de Santillana, las 'Coplas' de Jorge Manrique, a Lope y Quevedo». «Soy la síntesis de mis dos abuelos, el músico y el ebanista», dijo antes de recordar al recién fallecido Sergio Pitol, y reconocer su deuda con amigos del 'boom' como García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa.
También el Rey se refirió al castigado país de Ramírez «en estas horas difíciles en las que toda España lleva a Nicaragua en su corazón». «Entregado por igual al compromiso con la lengua y con la ciudadanía» Ramírez «ha sabido según don Felipe nadar en aguas turbulentas y entender el poder como un accidente». Íñigo Méndez de Vigo abogó también por la «la concordia en libertad y democracia» en Nicaragua «como símbolo de esperanza» y aseguró que «el español es libertad, desde Cervantes a Sergio Ramírez».
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