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MUY BESTIAS

JONÁS SAINZ - CRÍTICA DE TEATRO

Martes, 22 de mayo 2018, 23:30

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Dicen que los gatos no son de fiar. Tampoco el ser humano. No hay más que ver al presidente del país más poderoso del mundo incendiando demencialmente una guerra para bautizarla con su nombre sin importarle el sufrimiento que causará. El fuerte aplastando al débil como una fiera a su presa. De niño vi una gata sacrificando a las crías que acababa de parir. Fue horrible, pero quizás el animal solo respondía a un instinto salvaje imposible de entender. Los que de verdad asustan son los Saturnos y las Medeas matando y devorando a sus hijos. Imposible racionalizar tanta atrocidad. La historia de la humanidad también podía intitularse así: 'Cronología de las bestias'.

El drama de Lautaro Perotti se ciñe al ámbito familiar, símbolo universal, y recurre a un parricidio con incesto para plantear una crónica negra y terrible como la que más. Un niño desparecido en circunstancias poco claras reaparece en casa de su madre once años después en circunstancias menos claras aún. Fuera, el pueblo sospecha y quiere saber. Pero el verdadero infierno está dentro y se irá insinuando en una espiral de mentiras. La mentira lo cubre todo de tinieblas y las tinieblas, de más mentiras.

Pero la historia, además de previsible, pierde peso al priorizar el modo de contarla: una estructura dramática que fracciona las escenas, juega con el tiempo, las reitera y superpone para ir creciendo en intensidad hasta un clímax de tensión insoportable. Un ejercicio de estilo que no es original pero sí bastante incómodo si no convence.

Lejos de la magia de Timbre 4, el proyecto porteño de Claudio Tolcachir en el que colaboró Perotti, el suyo parece un intento similar de taller actoral con Carmen Machi, Pilar Castro y Santi Marín, al que se suman Patrick Criado y Jorge Kent, todos ellos en estado febril. La consigna se diría que es sacar toda la furia o todo el temor o toda la culpa. También el lenguaje es tenso y violento. Y el movimiento en escena, con desairadas entradas y salidas, portazos y golpes, un sinvivir.

Tanto tremendismo a mí se me atragantó de principio a fin. Lo que sí reconocí fue el dolor y su respuesta más feroz: la brutalidad de las bestias.

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