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ACOMPAÑAR

«Acompañar, en su sentido más común, es recorrer con alguien un trecho del camino o el camino en su totalidad; es recorrer con alguien un trecho de la vida o la vida entera, incluso más allá»

VICENTE ROBREDO GARCÍA

Sábado, 14 de julio 2018, 23:38

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Qué sabias las palabras, cómo nos desentrañan los secretos más puros de la vida, nos muestran su sentido y la senda veraz para alcanzarlo.

Acompañar es una de ellas. En su origen, las palabras latinas 'comedere' y 'panis' nos señala su fondo y su trasfondo: comer el mismo pan. Significado hermosamente humano, solidario, que se utiliza aún literalmente cuando alguien dispuesto a comer algo invita a otro -¿me acompañas?- a gustarlo con él. El que acompaña es, así, el invitado. Y es el acompañado el anfitrión. El agasajo es mutuo.

Acompañar, en su sentido más común, es recorrer con alguien un trecho del camino o el camino en su totalidad; es recorrer con alguien un trecho de la vida o la vida entera, incluso más allá. Que hay personas amadas que siguen estando con nosotros más allá de la vida y de la muerte. Porque se han instalado en lo profundo de nuestro ser más íntimo y ya no se irán nunca; porque nos llevan consigo en lo más hondo de su ser y no nos dejarán. Comunión de caminos y de vida: gozoso acompañar.

Acompañar es ir con alguien, no solo en el momento del peligro sino en todo momento. Es actitud, presencia permanente, visible a veces, más discreta en otras. Y es actitud atenta tanto del que acompaña como del que es acompañado. Que si acompañar precisa amor y tacto, no menos los precisa dejarse acompañar; si acompañar implica oído atento y ser eco afectuoso, dejarse acompañar exige entrega confiada y total. La compañía es diálogo de seres. Y acompañar y ser acompañado es mutua donación.

Ofrecer amistad y compañía a quien las necesita honra nuestra persona. Y rehusarse a hacerlo, sobre todo en situaciones de necesidad extrema, es ignorar la entraña de lo humano y traicionar su esencia. Que todo cuanto afecta a las personas nos es común, es patrimonio nuestro ante el que no cabe indiferencia.

Con qué delicadeza Ray Lamontagne, cantautor estadounidense, se ofrece a acompañar, a ser amigo del que lo necesite. Se ofrece como pidiendo permiso y lo hace de la más bella de las maneras, vertiéndose en las notas de su canción: «Cuando te llegue el momento,/ ese tiempo que la gente atraviesa en la vida / en el que nada parece ir por buen camino, /en el que todo se tuerce y nada sale bien; /cuando llegue el momento en que no puedas / encontrar la salida para continuar, / en que todas las puertas que toques se te cierren; /cuando necesites a alguien,/ alguien a quien llamar/ porque tu fe se ha esfumado / y sientes que no puedes continuar, /cuenta conmigo,/ deja que sea yo; /si lo que necesitas es un amigo/ que sea yo, deja que sea yo». (Let it be me).

Todos necesitamos acompañar y ser acompañados. Nuestra vida no sería tal sin compañía. Lo reconocía, también cantando, Pablo Milanés: «Mi soledad se siente acompañada». Agradecía así a la vida el privilegio de tener alguien al lado, atento a su persona, esa cálida mano afectuosa que acaricia y comprende. ¡Qué otra es la soledad cuando se sienten cercanos otros ojos!

Jesús, que exhortaba a ir siempre más allá en el amor y el servicio a las personas, señalaba como una de las maneras esenciales de amor saber acompañar con generosidad: «A quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos». (Mt, 5, 41). Es decir, acompáñalo siempre, ámalo siempre. Ajústate a su paso. Parte tu pan con él. Sé tú su pan.

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