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Médicos y cronistas de su tiempo

Desde la antigüedad, los doctores han convivido con la literatura, abrazándola por completo o como válvula de escape a su quehacer diario

DANIEL ROLDÁN

Domingo, 7 de agosto 2016, 00:48

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Antón Chéjov bebió de su madre Yevguéniya la pasión por la literatura. Ella les contaba cuentos a sus pequeños y, al parecer, era una experta narrando las aventuras que más le gustaban a los pequeños. Antón fue el alumno más aplicado de esa cultura oral que en la actualidad se está perdiendo en el mundo occidental. Comenzó su carrera literaria escribiendo ácidos textos cortos de la vida rusa para ayudar a la economía familiar. Pero a pesar del orgullo materno, esta actividad era la segunda en el día a día del futuro escritor de 'La gaviota' o 'El jardín de los cerezos'. Lo primero era sacarse la carrera de Medicina en la Universidad de Moscú, estudios que sacó.

Atendió a numerosos pacientes. De uno de ellos contrajo la tuberculosis, en 1880, que acabaría con su vida en 1904. Pero no abandonó nunca al escritura. «La medicina es la esposa legal y la literatura solo mi amante», escribió en una de sus cartas. «La primera me da de comer y la segunda me llena las horas. En general siempre ha sido así, porque los médicos no han comido de la literatura», explica Carlos Lens, farmacéutico y economista tanto en el sector privado como en la función pública y que debuta en el ensayo con 'Médicos con buena letra' (Plataforma). No obstante ha habido excepciones: Pío Baroja y Arthur Conan Doyle, el padre de Sherlock Holmes, apenas se dedicaron a atender pacientes, la docencia o la investigación científica.

«William Somerset Maugham (autor británico de 'El filo de la navaja' o 'La carta') se hizo novelista porque era huérfano. Lo acogió un tío muy religioso, pero él era un 'bon vivant'. Y con la medicina vio que no iba a poder mantener ese nivel de vida y desde muy joven tiró por las calles de las letras», añade el autor. Gregorio Marañón, por ejemplo, sería la antítesis del escritor donostiarra. «A veces es hasta agresivo», indica sobre la padre de la endocrinología española. En cambio, Baroja es más «creativo y ácido». «Tiene esa capacidad de crear personajes muy autónomos y que sea capaz de recoger cosas de su entorno y aplicarlo a sus personajes como novelista», apunta.

Esa facilidad para sumergirse en la literatura reside, según Lens, en el contacto que tienen estos profesionales con el día a día. «Desde Hipócrates de Cos están inmersos en la vida. Saben de lo que hablan», recalca el autor. «Mientras que para un escritor no es tan fácil introducirse en el mundo médico. Hay una barrera de conocimiento», incide. Por ejemplo, está el riesgo de cometer asincronías, un fallo muy común en las películas: introducir elementos que no corresponden a la época. Uno de los autores que ha ahondado en este mundo profesional ha sido Noah Gordon. Y curiosamente se equivoca en una técnica para una alfombra que no existía en el siglo XI cuando se desarrolla 'El médico'. «Las disecciones son magistrales», apunta Lens, quien también reconoce que los médicos que se adentran en otras honduras literarias también comente errores.

Escasez

El hombre, la felicidad o el amor son algunos de los hilos conductores que han provocado quebrantos, azoramientos y pensamientos a lo largo de los siglos. Pero no muchos de galenos. «Es asombroso el escaso número de escritores médicos que hay hasta el siglo XV. Es probable que se deba a que los avances médicos fueron escasos. Era una medicina muy basada en el pensamiento personal, en las supersticiones. No había un elemento científico de prueba y error», añade Lens, que recalca que hay que esperar hasta que Occidente conozca a los autores árabes para ver los pasitos dados. «En la Europa de la Baja Edad Media, y gracias a las guerras, es cuando los cirujanos empiezan a dar pequeños avances combinados con el descubrimiento de determinados metales como el níquel que se empiezan a incorporar muy poco a poco a la terapéutica», añade.

Y con los avances se comienza a poner en duda, como la figura de Dios. «La plétora de descubrimientos que aparecen a partir del siglo XIX hace preguntarse todo. Y hay gran parte de los médicos con una evidente dosis de ateísmo», indica Lens, aunque los ejemplos contrarios, evidentemente, también abundan. «Somos algo más que carne y huesos. Hay una cierta naturaleza espiritual y algo de la mente que no podemos medir. No lo encontramos con todo nuestro equipo sofisticado, no podemos controlarlo o definirlo, y, sin embargo, está ahí», indica Benjamín Carson, neurocirujano y uno de los mayores divulgadores del conocimiento médico actual junto a Luis Rojas-Marcos. «A ambos les preocupan más transmitir bien y que se sepa. Eso es muy notable», comenta Lens, autor de las novelas 'Las monedas de Judas' (2013), 'Raíces de dolor' (2014) e 'Historias de ranas' (2015). Condecorado en el 2015 con la Cruz Sencilla de la Orden Civil de Sanidad, ha residido en Suecia, Alemania, los Estados Unidos y Japón.

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