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Umberto Eco recibe el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2000. :: Efe
El tormento y la gloria de un gigante

El tormento y la gloria de un gigante

El intelectual italiano desveló las claves del pensamiento europeo y disfruta ya de un puesto de honor en la Historia de la Cultura

IÑAKI EZKERRA

Domingo, 21 de febrero 2016, 01:13

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Hay dos libros que por sí solos le hacen a Umberto Eco merecedor de un puesto de honor en la Historia de la Cultura: 'Apocalípticos e integrados' y 'El nombre de la rosa'. Curiosamente ambos se hallan relacionados de una manera estrecha y premeditada pese a pertenecer a diferentes e incluso a opuestos géneros. Puede decirse sin exagerar que uno es el desarrollo novelesco de las teorías del otro. El primero lo publicó en 1964 y es un ensayo de referencia para el análisis de la cultura y del arte porque analiza al propio ojo analítico, o sea, critica al crítico, eleva su mirada y lo coloca por encima o por detrás de sí mismo al hacerle reparar en que su retina no es imparcial y su juicio está condicionado por el prejuicio.

En ese lúcido y penetrante ensayo el profesor de Semiótica fallecido la noche del pasado viernes dibujaba dos arquetipos bien definidos e impagables en el debate sobre la cultura de masas: el que la rechaza en nombre de una supuesta sensibilidad de élites y el que la acepta en nombre de la masa social que accede a ella. Desde Umberto Eco sabemos que, cuando Antonio Gala repudia con aristocráticas ínfulas la adaptación cinematográfica que Vicente Aranda hizo de su novela 'La pasión turca', está adoptando una estudiada actitud «apocalíptica» que ya, de antemano, considera el cine un arte menor que el de la novela por el hecho de ser consumido por un público más mayoritario.

Y sabemos también que cuando Fernando Savater se burla de los que presumen de no ver la televisión, está jugando a «integrado», o sea, a provocar a los apocalípticos que lucen como un signo de refinamiento esa renuncia al consumo de un medio socializado de bajo coste. Desde Umberto Eco, tenemos, en fin, unas nuevas coordenadas y una nueva luz sobre la crítica y los críticos de la cultura.

Pero, yendo más lejos de la división y la definición de esos dos arquetipos, Umberto Eco delata en ese ensayo la impostura y la impureza que hay frecuentemente en ambas actitudes cuando constata el poder de las élites económicas que fabrican una cultura del entretenimiento poco sofisticada porque ésta les genera beneficios. O cuando señala el ingrediente kitsch que hay en un producto supuestamente perteneciente a la alta cultura como la novela 'El viejo y el mar' de Ernest Hemingway. Dicho de otro modo, nadie es totalmente apocalíptico ni totalmente integrado.

Buenos ejemplos de ello nos los brindarían desde el mismo Gala de 'La pasión turca', que es un homenaje al kitsch exótico, hasta el Savater 'integrado' en cuya apología de la televisión hay una concesiva autoafirmación del filósofo culto, pasando por el caso del propio Eco, tan dispuesto a desvelar las contradicciones de un elitismo ilustrado que denostaría la propia imprenta de Gutenberg, con la que nace la cultura de masas, como capaz de despacharse contra los «idiotas del Twitter» y de maldecir internet «porque ha promovido al tonto del pueblo a nivel de portador de la verdad».

Pero el verdadero trabajo de campo de las tesis de ese célebre ensayo está en 'El nombre de la rosa', que publicaría catorce años después. En esa novela Eco hace el experimento de mezclar dos géneros que representan los dos polos descritos y antagónicos: el género policíaco, que encarna la cultura de masas, y el histórico, que representaría el tesoro defendido por los apocalípticos. Hay un momento en la novela en el que se dibuja una síntesis conclusiva de esa dialéctica. Es el momento en el que el maestro Nicola da Morimondo se lamenta en pleno siglo XIV, de la mala calidad de las «actuales» vidrieras: «Ya no tenemos la sabiduría de los antiguos, ¡se acabó la época de los gigantes!». Es una de las muchas ironías de las que está sembrada esa maravillosa novela y a dicho comentario que podía ser el de cualquier cristalero de hoy, Guillermo de Baskerville, el protagonista, responde: «Somos enanos, pero enanos subidos sobre los hombros de aquellos gigantes y, aunque pequeños, a veces logramos ver más allá de su horizonte».

Cientos de imitaciones

'El nombre de la rosa' se convirtió en un bestseller para darle la razón a su autor. Es un curioso fenómeno del siglo XX porque reconcilió a los catedráticos de Semiótica y a los más irredentos ratones de biblioteca con el gran público, que a su vez tuvo, gracias a esa novela, la oportunidad de sentirse docto e incluso apocalíptico en las charlas de cafetería. A tanto llegó la ruptura de dicha línea divisoria que esa novela dio lugar a cientos de imitaciones o de productos fabricados con la misma receta literaria. Con aquella 'Poética' de Aristóteles envenenada que puebla de cadáveres una abadía benedictina de la Edad Media, Umberto Eco creó un fetiche. Asoció de manera indisoluble y con una envoltura esotérica el concepto de crimen al de objeto cultural codiciado por inencontrable. Desde entonces han proliferado como las setas las novelas en las que la simple búsqueda o la inocente posesión de un manuscrito, un incunable o una pintura, bien sea medieval, renacentista o barroca, que esconde una críptica revelación que cambiará el destino de la Humanidad, desata una infinita serie de asesinatos brutales.

Sin ir más lejos 'El código Da Vinci' de Dan Brown es un producto de esa moda y de lo que Eco llamó «ampliación del campo cultural». En esa herencia reside el tormento y la gloria de Umberto Eco. Fue el semiótico que saltó del pergamino al bestseller y de la biblioteca a la gran pantalla. Creó escuela, pero no de discípulos que le superaran. Fue un gigante pero quienes se han subido sobre sus hombros no lo han hecho para ver más allá de su horizonte.

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