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J. SAINZ
Jueves, 8 de enero 2015, 23:47
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De aquel artículo burlón con parientes y costumbres, '¿Son de alguna utilidad los cuñados?', toma su título el segundo libro de la serie de tres 'Todo Rafael Azcona en La Codorniz', en la que las editoriales Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel reúnen las aportaciones literarias y gráficas del escritor riojano a la revista humorística entre 1952 y 1958, el periodo entre su llegada a Madrid y sus comienzos como trabajador de la industria del cine, en la que pronto destacó como guionista.
Hace dos años fue publicado el primer volumen -interrogándose también por cuestiones primordiales-, '¿Por qué nos gustan las guapas?', con los textos correspondientes a los tres primeros años de colaboración. Ahora sale el segundo con el resto de artículos (1956-1958) y próximamente lo hará el último, 'Repelencias', con todos sus dibujos, viñetas, chistes y .
Esta trilogía, de la que son responsables los editores riojanos Julián Lacalle, José Ignacio Foronda y Víctor Sáenz Díaz (Pepitas) y César Sánchez (Pimentel), con la colaboración de Bernardo Sánchez, posee un indudable valor documental por contribuir a preservar la obra primigenia de quien ha sido el mejor escritor del cine español y porque en estos textos e ilustraciones se puede observar el surgimiento de su inimitable estilo. Un estilo, según Lacalle, «que le permite asomarse a la realidad y, acompañado de una mirada incrédula y única, descubrir el deslumbrante brillo de una sociedad completamente gris».
Aprendiz de Azcona
Rafael Azcona (Logroño, 1926-Madrid, 2008) se plantó en Madrid en octubre de 1951, poco antes de cumplir los 25. Era un joven de provincias con ínfulas de poeta que recaló en el café Varela, lugar de ambiente literario, para sentirse entre iguales y tener la oportunidad de compartir el fruto de su melancolía. Allí le conoció Antonio Mingote, siete años mayor que él, que, si alguna vez había pertenecido al bando de los existencialistas, hacía ya tiempo que militaba en el único hedonismo al alcance de la calle en aquella España con olor a gallina: el humor.
Bajo su ala, Azcona comenzó a colaborar en 'La Codorniz', y en su redacción del Palacio de la Prensa enterró Rafael los versos y se entregó con prometedor talento a escribir artículos humorísticos y a dibujar viñetas cómicas. Había nacido el profesor Azconovan. Pero ni él, con su natural perspicacia, imaginaba entonces la película que le aguardaba a la vuelta de la esquina. En el semanario con el que colaboraría hasta 1958, antes de comenzar a trabajar con Marco Ferreri y Luis García Berlanga en el cine, antes del inicio de la carrera del gran guionista del cine que fue, Azcona encontró su estilo, encontró su propia voz.
Su 'obra perdida'
Es voz vuelve a hacerse escuchar ahora. «Con el fin de recuperar su 'obra perdida' -escribe Sánchez- y de ofrecer a los lectores no solo una extensa muestra del talento humorístico de Azcona sino también un retrato coral de la sociedad española de los años cincuenta, hemos reunido en tres volúmenes todas las colaboraciones firmadas (con su propio nombre o bajo seudónimo) que publicó en la que fuera 'La revista más audaz para el lector más inteligente'».
«Estas aportaciones, contemporáneas de sus obras más celebradas ('El pisito'; 'Los muertos no se tocan, nene'; 'Los ilusos', etcétera), no son simplemente las creaciones de un joven desbordado de talento que huye de mediocridad provinciana para ganarse la vida como escritor, sino que son también el humus -muy enriquecido- de sus posteriores aportaciones tanto cinematográficas como literarias».
Y, a propósito de los cuñados, Azconovan proponía una solución: '»».
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