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Ya queda poco por recolectar en la huerta de Tomás.

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Ya queda poco por recolectar en la huerta de Tomás. María Caro

Venajos a pleno rendimiento en Haro

En las cerca de 200 huertas de la Fuente del Moro se termina la recogida de hortalizas y comienza la quema de rastrojo

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Lunes, 19 de octubre 2020, 09:22

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A punto de vencer la época más productiva, en los venajos de Haro concluye la recolección de muchas hortalizas y se arregla la tierra para las nuevas plantaciones. A partir de hoy ya se puede solicitar en el Ayuntamiento el permiso para quemar rastrojo, que se prolongará a lo largo de noviembre.

De una cosecha que califican de regular, lo que peor ha venido este año ha sido la patata, porque no se pudo sembrar en su época, ya que coincidió con el confinamiento. Así lo explicaba Tomás López, que llegaba con refuerzos para recolectar su cosecha.

Estas huertas municipales, ubicadas en los aledaños de la Fuente del Moro, tienen su origen oficial en el inicio del siglo XX, gracias a la cesión de los terrenos por parte de una mujer adinerada, para que pudiesen alimentarse familias con más necesidad.

En 1919 se firmó el primer reglamento de 'Cesión de terrenos comunales', según explica Fernando de la Fuente en su libro 'Temas jarreros', que abarcan 120.000 metros cuadrados.

Desde entonces, ahora rondan los 200 venajos, la cesión del terreno pasa de padres a hijos, por tiempo indefinido, debiendo abonar 3 euros anuales al Ayuntamiento, y cuya única obligación es cuidarlo y sacarle rendimiento para consumo propio.

Pedro lleva 30 años ya, y reconoce que «de él pueden comer bien hasta dos familias; si lo trabajas bien, cunde mucho». Viene dos o tres días por semana, ahora que se ha jubilado dispone de más tiempo para hacerlo: «Me paseo, vengo un rato, y me voy», dice. Y es que el venajo requiere un trabajo que no todos los que tienen la concesión dedican.

La cosecha de José Manuel ya está prácticamente recogida, «sólo quedan las berzas y los puerros», explicaba. Pero cuando echa la vista atrás su calma se agrieta: «Durante el confinamiento perdimos mucho. En los invernaderos teníamos los tomates y los pimientos y, al principio, durante más de un mes, no nos dejaban subir para nada».

A partir de entonces, se permitió el acceso muy restringido, según recuerda: «Veinte minutos para poder mantener lo básico, pero toda la tierra estaba sin preparar. Cuando llegó la época de plantar nos pegamos unas palizas tremendas, porque se llenó todo de ortigas. El trabajo se iba acumulando porque, como mucho podíamos estar una hora y no daba tiempo a nada. Hubo que plantar sin labrar».

Porque para José Manuel, como para la mayoría, pasar el rato allí es fundamental. «A mí lo que más me gusta es estar aquí. Vengo casi todos los días, aunque solo sea por oír cantar a los pájaros y ver lo que va llegando de la tierra».

Carmen Aparicio va a diario. Lleva toda la vida cuidando de tierras y, a pesar de la dureza, afirma estar acostumbrada: «Todo esto me lo llevo yo, sola», manifiesta orgullosa. Se queja de las hierbas que han salido, ha sido un año de mucha limpieza. Todos los días llega desde el cementerio, andando, y se queda allí hasta por la tarde, cuando llega su hijo a por ella.

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