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Miguel Ángel Martín, el último a la derecha, con varios alumnos invidentes a los que da clase en Brasil.
Un maestro para siempre

Un maestro para siempre

Miguel Ángel Martín Calagurritano en Brasil

I. ÁLVAREZ

Miércoles, 12 de noviembre 2014, 09:22

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La historia de Miguel Ángel Martín es sinónimo de superación, de lucha, de dedicación a los demás y de vocación por una profesión como es la enseñanza. Miguel Ángel, que perteneció durante su juventud a los Misioneros del Espíritu Santo en Calahorra, vive feliz desde hace 46 años en la ciudad brasileña de Curitiba, capital del estado de Paraná. «Es muy bonita, dicen que es la ciudad más europea del Brasil», comenta este calagurritano, que un 20 de febrero de 1968 se estableció en este lugar del planeta en el que asegura que conviven un centenar de calahorranos.

Miles y miles de alumnos han pasado por sus clases de español. «En 1970 era profesor en cursos preparatorios para la Selectividad y tenía en clase unos cuatrocientos alumnos», recuerda este maestro que tuvo que jubilarse en el 2006 al sufrir un desprendimiento de las dos retinas, que le causó una discapacidad visual. Pero este trance, que ha sabido superar con un envidiable sentido del humor, no supuso el fin de su dedicación a la enseñanza porque entonces «pasé a ser voluntario en el Instituto Paranaense de Ciegos, donde doy cursos de español», explica.

Antes de aterrizar en Brasil, Miguel Ángel estuvo una temporada en París. Allí llegó en 1967 con la idea de continuar sus estudios de filosofía y dar clases en un colegio religioso. Sin embargo, todo se complicó al conocer que el trabajo que le habían prometido se quedaba en nada. «Fue muy difícil, me había salido de los Misioneros del Espíritu Santo, donde me mandaron para dar clases», relata de aquella época. Esta situación le llevó a pedir ayuda a su hermana que vivía en Curitiba . «Me invitó a venirme y así lo hice», comenta Miguel Ángel, quien guarda buenos recuerdos de Calahorra. «Me acuerdo de ir a coger cerezas con mis tíos, de comprar castañas en portales, del zurracapote.», rememora este calahorrano, que dice muy alto «¡Calahorra es mucho Calahorra!».

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