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Procesión de los 'picaos' en San Vicente de la Sonsierra. /
Los 'picaos' cumplen la flagelación

Los 'picaos' cumplen la flagelación

San Vicente de la Sonsierra reunió de nuevo a miles de personas en sus calles

Diego Marín A.

Viernes, 18 de abril 2014, 11:46

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Lo que más llama la atención de la procesión con los disciplinantes de San Vicente de la Sonsierra es el silencio. El público murmulla, sí, y se oyen las órdenes de los cofrades, pero los 'picaos' no se quejan, ni siquiera se lamentan mientras se flagelan. Para ello emplean dos tipos de madejas con las que, alrededor de veinte minutos, se golpean la espalda cientos de veces. Es un rito impactante, ancestral, que no todos comparten, pero muchos acuden a verlo de cerca.

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Las calles del centro histórico de San Vicente se llenaron con miles de personas que se agolparon en las esquinas para ver pasar la procesión y, sobre todo, a los 'picaos'. La salida de la Ermita de San Juan de la Cerca y las esquinas de las calles Zumalacárregui y Mayor y Mayor y La Chamota fueron las que más público congregaron. El acto religioso comenzó puntual, a las 19:30 horas, con el inicio del ocaso sobre la atalaya sonserrana, tras un día con sol y calor de verano en toda La Rioja.

De la ermita se pudieron ver salir a siete disciplinantes, tres de ellos con grilletes en los pies. Todos parecían hombres jóvenes pero todos se autoflagelaron en el más completo anonimato. Primero partieron los cofrades de la Santa Vera Cruz con cuatro pasos, entre ellos La Última Cena y La Flagelación. Cerrando la comitiva, el paso de La Dolorosa, autoridades como el alcalde de San Vicente, Javier Luis Fernández, y el párroco, Fernando Azofra, así como la Banda Municipal de Música de San Asensio que, dirigida por Jesús Urrutia, interpretó composiciones como 'Mater mea' y 'Santos lugares'. Entre medio, los 'picaos'.

Cuando la procesión alcanzó la plaza Mayor aparecieron dos disciplinantes más para unirse al grupo. Después, unos iban y otros venían, cesando en su penitencia. Algo tiene que haber debajo de los hábitos que procuran la anonimia de los 'picaos', un pecado, una promesa, un sentimiento de culpa... En las calles, mientras transcurre la procesión, un rumor lanza y explica una leyenda del municipio: cuando un forastero se casaba con una mujer de San Vicente este debía de cumplir con el rito de la autoflagelación.

José Luis, de Burgos, esperaba con curiosidad la salida de la procesión desde el entorno del castillo, frente a la puerta de la ermita, y pregunta a quien tenía al lado si solo se pueden disciplinar los vecinos del pueblo. Había estado otras veces en San Vicente, pero casi siempre de paso, así que ayer quiso conocer de cerca la Semana Santa de la localidad riojalteña. «Es la primera vez que vengo, pero habíamos oído hablar de esto hace tiempo», explica.

El suyo, se puede decir así, es un turismo religioso, ya que reconoce que el año pasado acudió a ver también la 'Pasión Viviente' de Lerma. «No somos muy religiosos, es más por curiosidad. Yo me considero católico, pero no practicante», declara. En cuanto a los 'picaos', es claro antes de empezar el rito: «Se van a hacer mucho daño. Yo no lo haría, pienso que, si lo que buscan es la purificación, se puede ayudar a los pobres, ir a un comedor social... Hay otras vías con las que poder ayudar a terceras personas, porque hacerse daño no tiene sentido», opina.

En cambio, Elena, que es de Haro, acude de nuevo a San Vicente, como en años anteriores, a ver la procesión. «He venido otras veces y vengo porque, además de un bien turístico reconocido internacionalmente, llama mucho la atención, porque es una procesión muy bonita y viene mucha gente a verla». Para ella, la disciplina «es dura, pero es una tradición del siglo XV y, como tal, no hay que dejar que se pierda».

«Hay que verlo»

Lo más impactante, sin duda, es la sangre. Los penitentes, con la espalda desnuda, se castigan mirando a Cristo en los pasos. Todo el mundo les fotografía y nadie sabe quiénes son. Son protagonistas desconocidos. Cuando brota la sangre, sus acompañantes les pinchan en la zona lumbar para evitar daños mayores y, después, se aún se aplican unos pocos golpes más con los ovillos para terminar con sus actos de flagelación. Después son cubiertos con las capas y se retiran a la ermita para ser curados con agua de romero. Pronto tenía que quedar todo listo para la segunda y nocturna cita del día, la Hora Santa en la Iglesia de Santa María la Mayor.

Iñaki y Marcia acudieron desde Amurrio a ver la procesión. «He visto cosas en la tele y venía porque sé que es muy antigua, algo especial que no hay en otro sitio», explica Iñaki, que también reconoce que «de religioso no tengo nada, vengo porque ya es algo cultural». Y en cuanto a la disciplina, entiende que «es una cuestión particular, no estoy seguro de qué sensación tengo. Es fuerte, pero hay que verlo».

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