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El director bilbaíno Galder Gaztelu-Urrutia con tres de los cuatro galardones obtenidos por 'El Hoyo' en el Festival de Sitges. Juan Dopico
Galder Gaztelu-Urrutia: «Shyamalan ha pedido ver 'El Hoyo'»

Galder Gaztelu-Urrutia: «Shyamalan ha pedido ver 'El Hoyo'»

Netflix estrenará en todo el mundo la ópera prima del director bilbaíno, que ha arrasado en Sitges con esta fábula futurista donde los protagonistas luchan por comer: «Todos somos igual de crueles y egoístas»

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Domingo, 13 de octubre 2019

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'El Hoyo' arranca con un exquisito festín elaborado por un ejército de cocineros. Dispuesto en una plataforma, el banquete va descendiendo diariamente como si fuera un ascensor deteniéndose brevemente en cada celda-piso, donde los dos reclusos que la comparten se lanzan a devorar las viandas. Los de los pisos más altos se llenan, pero los de abajo se encuentran los platos vacíos. Y hay más de doscientos niveles. La metáfora de la lucha de clases está clara en la ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia (Bilbao, 1974), que ha arrasado en el Festival de Sitges al hacerse con los premios de mejor película, dirección novel, efectos especiales y el del público.

'El Hoyo', que llega a los cines el 1 de noviembre, es una cinta imaginativa, intrigante y salvaje cuando le toca serlo y sus protagonistas no tienen más remedio que recurrir al canibalismo. Cuenta con dos actores soberbios: el catalán Iván Massagué y el vasco Zorion Eguileor, cantante, locutor y actor dotado de una voz arrebatadora, que a sus 73 años rebosa magnetismo. El filme ya ha sido adquirido por Netflix para su estreno mundial y, según su productor, Carlos Juárez, el mismísimo Shyamalan anda detrás del remake.

–¿Le gusta la definición de 'El Hoyo' como un thriller social?

–Yo lo califico como thriller de ciencia-ficción con más elementos sociales que los que suele tener el cine fantástico.

–'El Hoyo' no es exactamente una cárcel: algunos de los personajes ingresan voluntariamente.

–'El Hoyo' es una especie de centro de reclusión, no se sabe muy bien qué son los internos. Las celdas o habitaciones están dispuestas verticalmente y cada día desciende una plataforma con comida por el agujero que las comunica. Según avanza la película te imaginas que es muy difícil salir de allí, pero tampoco intuyes cómo va a acabar todo aquello.

–Como si fuera un experimento sociológico.

–No exactamente, porque no situamos 'El Hoyo' en un mundo real. Nunca se muestra el mundo exterior ni se dice dónde ni en qué fecha transcurre la acción. Lo hemos evitado precisamente para que el espectador se haga todo tipo de preguntas y juegue con nosotros en el universo que le planteamos. Es la típica película que podría culminar con un secuencia final que muestre, no sé, que estamos en Marte dentro de quinientos años.

–Como en 'El planeta de los simios'.

–Sí. Podría tener un final así, que no lo tiene. La idea era deslocalizarla lo máximo posible.

–¿Es una película sobre la lucha de clases?

– Sí, pero más enfocada a cómo nos despedazamos las clases de abajo.

–Los pobre no tienen por qué ser buenos, ya lo mostraba Buñuel.

–Sí. Las personas somos muy parecidas independientemente de donde hayamos nacido, después dependiendo de cómo te han educado y de tu nivel social vas adquiriendo una ideología. De partida todos somos igual de crueles y egoístas.

–¿Ha hecho una película que da esperanza?

–Tiene un final bastante esperanzador, abierto. 'El Hoyo' es una película que plantea preguntas, nunca quisimos que fuera adoctrinadora ni sermonear a nadie. Son preguntas que a nosotros mismos nos cuesta contestar. Es un final esperanzador porque el personaje central por fin toma la determinación de hacer lo que tiene que hacer, más que porque consiga algo efectivo.

–El rodaje fue complicado, todo en interiores y casi en una única localización.

–El 95% del rodaje transcurre en 'El Hoyo'. Gracias al Ayuntamiento de Bilbao encontramos un lugar gestionado por la autoridad portuaria que era de la Cruz Roja, en Zorroza. Hubo que inventar y construir un espacio irreal. Gracias a la fotografía de Jon Díez hemos conseguido unos valores estéticos muy altos.

Antonia San Juan, Emilio Buale y Zorion Eguileor en 'El Hoyo'.
Imagen principal - Antonia San Juan, Emilio Buale y Zorion Eguileor en 'El Hoyo'.
Imagen secundaria 1 - Antonia San Juan, Emilio Buale y Zorion Eguileor en 'El Hoyo'.
Imagen secundaria 2 - Antonia San Juan, Emilio Buale y Zorion Eguileor en 'El Hoyo'.

–Toronto, Austin, Sitges... La película se comprende y gusta en todo el mundo.

–Es muy poliédrica, tiene múltiples lecturas. El tema social está en primer término, pero después se hace muchas preguntas. Jugamos con el límite de la corrección política, arriesgamos, y se demuestra que se ha entendido en todas partes.

–El filme ha sido adquirido por Netflix, que lo estrenará en todo el mundo.

–Es maravilloso. Tenemos muy buena relación con ellos y estamos seguros de que va a hacer un lanzamiento muy cuidado. Fíjate, la típica peli hecha en Bilbao, con fondos locales y coproducción catalana, muy modesta, que con aguantar unas semanas en cines con unas cuantas copias ya cumplía el expediente... Y de repente Netflix la quiere antes del primer pase.

–El productor Carlos Juárez asegura que M. Night Shyamalan, el director de 'El sexto sentido', está interesado en el remake.

–Yo solo sé que ha pedido el link para verla. Y Jake Gyllenhaal y mucha más gente que no puedo citar.

–Recupera para el cine a Antonia San Juan y le empareja con un gran Iván Massagué. Son dos actores asociados con la comedia.

–Esa era la idea, descontextualizarlos y que el bagaje que traían funcionara como contrapunto. Sabíamos que una película que trata temas tan serios tenía que estar recorrida por un humor negro y desconcertante, kafkiano. Iván y Antonia nos daban ese punto atípico.

–Usted estudió Gestión de Empresas. ¿Le ha valido para el cine?

–He producido pelis y publicidad, al final un rodaje no deja de ser una estructura con sus jerarquías que hay que saber llevar. Seguro que me ha ayudado sin saberlo. He saltado al largo con 45 años, esa edad me ayuda a llevarlo con tranquilidad y a asumir que el rumbo del viento puede cambiar con facilidad.

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