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PABLO GARCÍA-MANCHA
Domingo, 3 de enero 2010, 11:42
¿Qué tienen en común un funambulista, un matador de toros y un escalador? Ésa era la pregunta de la mesa redonda del ciclo 'Jugarse la vida con el arte', en la que tras la proyección del oscarizado documental , se iba a analizar la relación que tienen con la muerte (y con la vida) este tipo de profesionales. Pero pronto, quizás mucho antes de lo que había previsto el moderador -Jesús Rocandio-, el debate se convirtió en una profunda controversia entre antitaurinos y taurinos en la que el análisis y las sensaciones de los artistas quedó eclipsada para dar paso a una agitada diatriba en la que cada cual fue exponiendo sus juicios y opiniones entre el clamor, las ovaciones y las protestas de un respetable que desde muy pronto participó en la charla con sus opiniones.
La sala de butacas, más que en un teatro, pareció convertirse en un estadio de fútbol en mitad de una especie de finalísima: cada sector iba jaleando los 'goles' de su equipo, a pesar de que el árbitro -otra vez Jesús Rocandio- no tuvo más remedio que sacar tarjetas amarillas a diestro y siniestro para tratar de reconducir la acalorada conversación. «¡Censura!» le llegaron a gritar desde uno de los fondos.
Sin embargo, antes de que el partido llegara a su ecuador, hubo una brizna de escasos minutos para analizar un tanto el juego entre la vida y el ocaso que supone asumir el riesgo de jugársela en el momento de realizar un sueño. La sonrisa pícara de un Philippe Petit juvenil paseándose en el documental a más de trescientos metros de altura sobre un alambre casi invisible era algo demasiado profundo para que nadie asumiera las razones por las que un hombre es capaz de abandonarlo todo: «Desafiamos a la muerte porque amamos a la vida», dijo Denis Josselin, apenas unas horas después de haberle emulado caminando por el horizonte de Logroño en una mañana fría de enero entre esas dos torres gemelas, aunque góticas, que tiene la línea del cielo de la ciudad. Y éste fue uno de los escasos puntos en común que se descubrieron en la charla. Diego Urdiales dijo que lo que le llevaba a torear era lograr una sensación «muy especial que me hace sentir la libertad». Salvador Boix, el apoderado de José Tomás, también habló del concepto de transgresión que ha de tener el artista y se interesó por el «arnés y la seguridad», preguntándole al funambulista qué pensaba sobre las medidas de seguridad que a veces se colocan. Denis, en un arrebato poético, dijo que animaba a todas las personas a que llegaran «a ser capaces de jugar con sus propios límites saliéndose de los caminos balizados».
El escalador Simón Elías profundizó en esos puntos en común que en su caso se encuentran en lo alto de las montañas: «Buscamos la libertad, no desafiamos ninguna ley pero sí que lo hacemos a la naturaleza que tiene normas mucho más duras y rígidas pero que sin embargo nos permite desarrollar una expresión que significa para nosotros algo muy íntimo. Buscamos sentirnos libres y encontramos en esa soledad un sentimiento de paz muy peculiar». Simón Elías también relató las sensaciones que sintió en el dramático e infeliz rescate de Óscar Pérez: «Todo el mundo quería buscar y encontrar un sentido a lo que hacíamos; pero no sólo eso, parecía que lo que se pretendía es dar una solución».
Rocandio le preguntó al matador riojano si pensaba en la posibilidad del morir en la plaza: «Jamás me lo he planteado; cuando se torea sabes que eso está ahí presente, pero lo que buscas es algo distinto, hay algo que va más allá de que el toro te pueda matar que es el propio sentimiento que desarrollamos al torear».
En ese momento terció Jean Louis Blondeau, fotógrafo y compañero de Philipphe Petit en la hazaña de las torres gemelas para marcar diferencias entre él y el toreo: «La lógica del funambulismo es la de la vida; la de las corridas de toros es la de la muerte», espetó... y a partir de ahí la mesa redonda se convirtió en un ataque/apología de las corridas de toros, en la que se habló de la ética de los espectadores, de la cocina de Carme Ruscalleda, de los gladiadores, e incluso de la flor de loto y del sistema nervioso central, si es que lo tienen, de las lechugas.
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