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CRÍTICA DE ARTE

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IGNACIO GIL-DÍEZ USANDIZAGA

Miércoles, 10 de junio 2009, 02:24

S orprende, después de tantas batallas, poder ver en la Sala Amós Salvador una exposición monográfica de Demetrio Navaridas (Cárdenas, La Rioja, 1954). También produce una enorme satisfacción. ¿Habrá llegado el momento de empezar a reconocer el valor de nuestros artistas? Me refiero a aquellos que no siempre han tenido todas las facilidades y que así lo merecen. Por otra parte, exponer en esta sala requiere una capacidad para ello, y es cierto que no todos los artistas la poseen. Navaridas ha demostrado esa cualidad con creces. En menos de seis meses ha compuesto un impecable conjunto de obras de gran tamaño realizadas, 'ex profeso', para esta ocasión.

Hace algo más de un año comentaba la exposición que Demetrio presentó en la Galería Pedro Torres. Ésta, en cierta medida, se nos ofrece como continuidad de aquella. Continuidad en los procedimientos: impresiones digitales sobre un soporte tradicional. Las imágenes se elaboran primero en la pantalla del ordenador. Trabajadas, ubicadas y manipuladas, son construidas en proporción, a escala, para después ser llevadas a la impresión mediante una tecnología propia del actual mundo de la fotocomposición. También continuidad en la referencia formal. El universo visual de Navaridas siempre halla correlato en el mundo real, por eso las alusiones a objetos y paisajes están allí.

Pero al comentar aquella exposición del año 2008 no hice suficiente hincapié en otro de los aspectos vertebradores de la creatividad de Navaridas: su interés por la acción, su necesidad por inmiscuirse en el mundo para asaltarlo y, a poder ser, asombrarlo. Las intervenciones por eso han sido bastante habituales en su vida artística, reciente y pasada. Por eso también emplea los grandes formatos para que inunden, rodeen y asedien al espectador, Esta confianza en la forma como referente de lo real y ese apego a su posible influencia sensible en el espectador, sitúan a Demetrio en el ámbito de la modernidad del siglo XX. Muerta para unos, viva para otros.

Veo últimamente a Deme como un demiurgo, una especie de ser omnipotente que ha descubierto una herramienta única. Que le asegura la facultad de crear pintura sin apenas tocarla, un sistema que le libera de la esclavitud del «puro oficio» para alcanzar los mismos fines. No obstante, pese a esta legítima utilización de estos medios, uno echa de menos el aliento real del pintor. Sobre todo porque la imagen resultante alude a él y reclama su presencia, ahora mediada. Estos enormes lienzos, dominados prácticamente por el bicromatismo, lejos ya del colorido de la muestra del año pasado, son el resultado de una búsqueda. Demetrio Navaridas, el espíritu inquieto, no parará nunca de buscar formas nuevas para alcanzar satisfacciones propias que, necesariamente, deberán ser de de los demás. Paisajes o ciudades, gestos y trazos, disposiciones, composiciones y construcciones, ¡qué mas da!, aventuras que nunca terminarán, arte siempre consciente, pese a su apariencia, un impulso tan fuerte como la Naturaleza.

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