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TRIBUNA

Tontochorras

PPLL

Lunes, 23 de febrero 2009, 01:16

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T engo para mí que la especie humana se divide en tres categorías y no hay más: los tontochorras, los inicuos y la gente del común. En las dos primeras, con notables diferencias en cuanto a cantidad y densidad, no aprecio distingos por cuestiones de edad, sexo, ideología, etnia o religión, aunque a veces estos matices contribuyen a su agravamiento. De la tercera hay poco hay que contar, salvo que está comprendida por la inmensa mayoría de los mortales, que han de sufrir a la primera y segunda con mayor o menor énfasis y en cualquier época del año. O de la Historia. De los inicuos no vamos a hablar porque habría para rato y existen hemerotecas, bibliotecas y videotecas. Y de los tontochorras, poco. Tan sólo de uno de sus múltiples subgéneros: el de los , que son aquellos que, perdida ya la cabeza, pierden hasta el culo por colocarle al prójimo el sambenito y la coroza: la etiqueta; y llegado el caso hasta el INRI. Porque la tontochorrez, que además es trepadora, puede tornarse tan peligrosa como la iniquidad (y tan espantosa: depende de su ubicación en el tiempo y sus circunstancias sociales). Ambas se amalgaman en situaciones sombrías, esas desgracias terribles que suelen acometer de vez en cuando a la gente del común: una conmoción social, una guerra pongamos por caso. Es entonces cuando el tontochorras deja caer sus etiquetas donde mejor le aproveche para trepar al subgénero de los inquisidores, y cuando los etiquetados pueden terminar sus días tirados en una cuneta por un infamante capricho. Menos mal que los de la gente del común vivimos todavía en una democracia aparentemente civilizada y las etiquetas nos las podemos sacudir de encima con un poco de sentido del humor. Pero, ojo, porque la expansión del tontochorras está siendo exponencial. Espoleado por el ejemplo de ciertos predicadores para quienes todo vale, subyugado por la repelente inmoralidad de los basurales televisivos, inmerso en el río revuelto y sulfurado de un panorama político mundial desolador, frustrado por su inexistente y miserable existencia y habiendo encontrado en Internet la mejor herramienta onanista para poder actuar desde el alevoso anonimato, el tontochorras señala a cualquiera que le venga en gana dejando caer sobre su aleatoria víctima toda la mezquindad de su pringue. Usted mismo, honorable lector de la gente del común, puede aparecer en la palestra mediática el día menos pensado y sin comerlo ni beberlo, convertido en racista, fascista, antisemita, rojo de mierda, amigo de Al Quaeda, filoetarra, antiamericano, progre desnortado, sociata pedófilo o corrupto pepero, por el solo hecho de que un tontochorras le haya escuchado en un bar un chiste de Jaimito. O por envidiosa y lejana ojeriza. Las brujas jamás volaron en sus escobas, cosa probada, pero los inquisidores y los infamadores, esos peligrosos tontochorras, confiscaron sus bienes y percibieron honorarios por los gastos de tortura y ejecución de quinientas mil. Ahora Berlusconi nos sale con la creación de somatenes. Verá usted cuántos tontochorras se apuntan al festín. Así que a los , por simple prevención e higiene democrática, hay que llevarlos ante el juez. Continuará.

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