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Vista exterior nocturna del Museo del Futuro. Museo del futuro
Dubái cierra el círculo

Dubái cierra el círculo

El Museo del Futuro es la última joya arquitectónica del 'Manhattan del desierto' y el imán definitivo para atraer el turismo familiar con un viaje al año 2071

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Domingo, 17 de abril 2022, 00:18

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Cinco, cuatro, tres, dos, uno… el viaje al futuro acaba de comenzar. Muchos no viviremos para verlo pero lo podemos experimentar desde ya en Dubái. ¿Cómo será el mundo dentro de 50 años? Drones que nos llevarán de un lado a otro, robots que más allá de darnos los buenos días nos dirán cómo andamos de colesterol o medirán nuestros niveles de ansiedad... todo lo que su imaginación alcance anida en el Museo del Futuro de Dubái, el último tesoro arquitectónico que ha revolucionado el skyline más deslumbrante del mundo, el 'Manhatan del desierto', dominado por el imponente Burj Khalifa con sus 828 estilizados metros, al que le ha salido un competidor, y no en tamaño.

Los 78 metros de altura del museo lo convierten en una hormiga a su lado, pero este aerodinámico anillo metálico que parece suspendido en el aire se está llevando todas las miradas de la capital económica de los Emiratos, a 140 kilómetros del descanso del emérito, en Abu Dabi. Por algo lo consideran el edificio más bello sobre la faz de la Tierra ('National Geographic' dixit). La estructura, que se ilumina de noche, alberga la gran baza cultural de la metrópoli del Golfo Pérsico para, una vez clausurada la Expo, atraer un turismo familiar que rompa con esa imagen de Dubái, solo como destino de lujo y derroche sin límite, como urbe con más petrodólares que alma. Y lo está logrando. Inaugurado hace casi dos meses (el 22-2-22, curioso), el Museo del Futuro «es el lugar que desea visitar todo el que llega a Dubái», dice Karla Basurto, una mexicana que lleva once años de cicerone. Lo ha sido, por ejemplo, de Will Smith, de quien guarda un buen recuerdo: «Un cuate bien aterrizado».

El visitante viaja en esta nave espacial, la OSS Hope, con increíbles vistas al espacio.
El visitante viaja en esta nave espacial, la OSS Hope, con increíbles vistas al espacio. museo del futuro

Cinco, cuatro, tres, dos, uno… el viaje al futuro acaba de comenzar. Muchos no viviremos para verlo pero lo podemos experimentar desde ya en Dubái. ¿Cómo será el mundo dentro de 50 años? Drones que nos llevarán de un lado a otro, robots que más allá de darnos los buenos días nos dirán cómo andamos de colesterol o medirán nuestros niveles de ansiedad... todo lo que su imaginación alcance anida en el Museo del Futuro de Dubái, el último tesoro arquitectónico que ha revolucionado el skyline más deslumbrante del mundo, el 'Manhatan del desierto', dominado por el imponente Burj Khalifa con sus 828 estilizados metros, al que le ha salido un competidor, y no en tamaño.

Los 78 metros de altura del museo lo convierten en una hormiga a su lado, pero este aerodinámico anillo metálico que parece suspendido en el aire se está llevando todas las miradas de la capital económica de los Emiratos, a 140 kilómetros del descanso del emérito, en Abu Dabi. Por algo lo consideran el edificio más bello sobre la faz de la Tierra ('National Geographic' dixit). La estructura, que se ilumina de noche, alberga la gran baza cultural de la metrópoli del Golfo Pérsico para, una vez clausurada la Expo, atraer un turismo familiar que rompa con esa imagen de Dubái, solo como destino de lujo y derroche sin límite, como urbe con más petrodólares que alma. Y lo está logrando. Inaugurado hace casi dos meses (el 22-2-22, curioso), el Museo del Futuro «es el lugar que desea visitar todo el que llega a Dubái», dice Karla Basurto, una mexicana que lleva once años de cicerone. Lo ha sido, por ejemplo, de Will Smith, de quien guarda un buen recuerdo: «Un cuate bien aterrizado».

El Museo del Futuro tiene forma de anillo y su estructura está labrada con frases en caligrafía árabe.
El Museo del Futuro tiene forma de anillo y su estructura está labrada con frases en caligrafía árabe. Museo del futuro

La gente se acerca a ver el museo (y sale restregándose los párpados) antes incluso que a encaramarse a las alturas del icónico Burj Khalifa o perderse en los kilométricos pasillos del Dubái Mall, el mayor y más lujoso centro comercial del planeta. Con este anillo de acero, la ciudad cierra un círculo pendiente, el de que no todo lo bello tiene que tocar las estrellas.

Situado en pleno corazón financiero de Dubái, junto a su principal vía de comunicación (catorce carriles de ida y vuelta, aquí todo es a lo grande, también el calor), el anillo gana en diseño a cualquiera de los monumentales rascacielos que rivalizan a su alrededor por ver cuál es el de hechuras más futuristas. Es un museo distinto, el único que se atreve a proponernos un viaje al año 2071 por los 38 euros que cuesta la entrada. Eso sí, para disfrutarlo al cien por cien hay que saber inglés. O árabe, claro.

Obra del arquitecto sudafricano Shaun Killa, el último grito turístico de Dubái tiene una forma ovalada con un agujero en medio y sin esquinas. Su fachada está formada por 1.024 placas fabricadas por robots y labradas en caligrafía tradicional árabe con frases del jeque Mohamed, el emir de Dubái, en las que se pueden leer citas como «El futuro pertenece a quienes pueden imaginarlo, diseñarlo y ejecutarlo». No hay propagandísticas loas a Alá ni versículos del Corán. Solo las reflexiones de un rey obsesionado con la innovación (también con las mujeres, tiene seis y se le atribuyen 26 hijos) y al que le gusta decir que la palabra imposible «no está en nuestro vocabulario». Así que de alguna forma, el edificio despliega sus propios pensamientos, llenando el vacío con mensajes que funcionan como un gigantesco lienzo escrito en el aire dirigido a las actuales y futuras civilizaciones.

La sala llamada 'La Biblioteca' es un espacio futurista con el Adn de más de 2.400 especies vegetales y animales (también está el homo sapiens).
La sala llamada 'La Biblioteca' es un espacio futurista con el Adn de más de 2.400 especies vegetales y animales (también está el homo sapiens). J. A. G.

Salto al futuro

«El viaje empieza aquí». Es la sugerente bienvenida a los que se disponen a hacer esa travesía en el tiempo recorriendo las siete plantas del museo, que no contiene una sola columna y sí muchas pantallas interactivas. Se trata de jugar a imaginar el futuro con un arma muy poderosa, la inteligencia artificial, que, como proponen los creadores, ayudará a la humanidad a ser más sostenible, al tiempo que mejorará nuestros cuerpos y mentes.

Prepárese para ver con sus propios ojos cómo será el mundo en 2071, coches voladores, hologramas que se anticiparán a nuestras necesidades o inspiradoras soluciones para combatir los efectos del cambio climático dentro de 50 años. Y todo envuelto en una atmósfera de resonancias futuristas.

La visita echa a andar en una nave que traslada al viajero a una estación espacial, la OSS Hope (Esperanza, en inglés). Despegamos, y en cuatro minutos nos elevamos a 600 kilómetros sobre la Tierra. La experiencia reproduce lo que debe de sentir un astronauta en esas mismas circunstancias, con las vibraciones y el ruido de los propulsores, y las vistas de un cosmos al alcance de la mano. Pero recordemos que estamos en 2071 y nos cruzamos con un asteroide 'líquido', un embalse con reservas de agua pura en mitad del espacio por si llegaran periodos de sequía. O el proyecto Lunargy, para captar la energía del Sol desde la Luna a través de paneles solares. O el seguimiento desde allí arriba de catástrofes naturales. Por ejemplo la estación espacial detecta un incendio en un remoto bosque del Amazonas y en unos segundos pone en marcha un dispositivo para apagar las llamas y regenerar la zona con lluvia artificial.

Mullida alfombra que masajea los pies en 'El oasis', un lugar destinado a la relajación.
Mullida alfombra que masajea los pies en 'El oasis', un lugar destinado a la relajación. Museo del futuro

La nave nos devuelve al Planeta Azul y el recorrido prosigue a través de varias salas entre las que destaca una espectacular biblioteca con el ADN de 2.400 especies animales y vegetales. Luego podrá refrescar sus ideas en Al Waha (El oasis), adentrándose en espacios 'sensoriales', una invitación a cultivar el bienestar personal, desconectar de la tecnología y reconectar con los sentidos. Una terapia contra los tormentos de la mente –estrés, ansiedad, depresión...–, la pandemia que viene. Al Waha propone sanarlos mediante la relajación. A través de suelos que masajean los pies, vibraciones naturales en las palmas de las manos o envolventes sonidos de baños de gong, estos spás inmersivos estimulan regiones del cerebro relacionadas con la sensibilidad, el bienestar y la empatía, trasladando al 'paciente' a una dimensión donde fluyen energías de las buenas. «Aquí tomas conciencia de ti mismo, sales como transformado y con las baterías cargadas», cuenta Michael, un arquitecto de Singapur, que ha venido al Museo del Futuro atraído más por su continente –«una obra maestra»–, pero que se ha llevado una grata sorpresa con su contenido. «Tengo 66 años y nunca había visto nada igual. Arquitectónicamente es una maravilla y va a dejar huella, lo que ya es difícil en medio de este paisaje de rascacielos de diseño. Y por dentro es visionario, aunque creo que no tendrán que pasar 50 años para ver todo lo que nos plantea», apunta. A Amparo, turista colombiana residente en Miami, lo que le ha fascinado del museo es su creatividad y su capacidad de «imaginar el futuro», algo que también comparte Marian, que ha venido con sus hijos desde Eslovaquia. «Los niños han disfrutado. Es un museo inspirador para ellos, para avivarles las ganas de mejorar el mundo. Y a mí me ha emocionado ver que todo lo que propone para el futuro es alcanzable. Es como dar un salto en el tiempo». Un salto entre el cielo y el desierto.

El skyline de Dubái con el icónico Burj Khalifa (828 metros, el más alto del mundo), al fondo. J. A. G.

Del Burj Khalifa al zoco tradicional

Hace apenas 50 años Dubái era una aldea de pescadores que antes fueron beduinos del desierto. El petróleo lo cambió todo en los 70. Pasaron del camello al Range Rover en tiempo récord y de las casas de adobe a uno de los skylines más deslumbrantes y ultra rápidos de todos los tiempos. Pero sus emires, el actual jeque Mohamed, de 72 años, y su padre, el jeque Rashid, no lo fiaron todo al oro negro y apostaron por diversificar las inversiones. Construyeron puertos y aeropuertos (el actual es un hub por donde pasan 71 millones de pasajeros al año), erigieron en un abrir y cerrar de ojos impresionantes rascacielos que hoy albergan bancos y empresas de los 5 continentes y ganaron al mar 200 kilómetros de costa sobre los que levantaron apartamentos, villas turísticas y hoteles de ensueño. Hoy Dubái sigue teniendo petróleo, pero no vive de él.

Los servicios financieros, la logística de mercancías, la construcción y el turismo, que ahora se abre a familias y parejas jóvenes, tiran de una economía en la que los emiratíes, apenas el 10% de la población, nacen con la vida resuelta: gozan de enormes privilegios en vivienda, educación y sanidad; optan a cómodos créditos para emprender negocios, y tienen descuentos en las facturas de la luz y el agua, o en la compra de un móvil, además de rentas de miles de euros por cumplir 18 años, casarse o tener hijos. Y la gente, en general, está contenta con sus reyes. «Los jeques encontraron mierda, la convirtieron en oro y la repartieron entre todos sus pueblos; otros países tienen oro, lo convierten en mierda y la reparten a sus habitantes», suelen decir los emiratíes. Eso sí, el litro de gasolina (3,55 dírhams, 90 céntimos al cambio) cuesta igual para todos.

Locales y foráneos no pagan impuestos, solo el IVA, que es del 5% para una 'burger' o un Ferrari. En su idea de atraer otro turismo con dinero pero sin millones, las autoridades apuestan por dar a conocer la magia de sus desiertos, sus playas de arena blanca, sus tradicionales zocos, con el bazar del oro donde se exhibe el mayor anillo del mundo (63 kilos), o el Dubái antiguo, con sus museos del perfume y arqueológico y sus viejas mezquitas. Y, sí, merece la pena pagar los 35 euros por la adrenalina de subir al Burj Khalifa (se llega hasta la planta 124, a 500 metros del suelo de los 828 que tiene) y sentir lo que sintió Tom Cruise cuando rodó allí 'Misión Imposible'.

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