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CARTA A SAGASTA

¿Quién teme a UPyD?

JORGE ALACID

Domingo, 28 de febrero 2010, 02:22

Egregio prócer. ¿Recuerdas aquellos tiempos, en tu mocedad, cuando la política española semejaba una sopa de letras, con casi tantos partidos como dirigentes y a cada líder se correspondía una sigla y acaso también un periódico, qué más da que sólo lo leyeran los adictos, qué importa que sus potenciales votantes se limitaran a familiares en distinto grado y al círculo de amistades. Qué tiempos. La prioridad del jefe de cada facción era evaluar la intensidad de los afectos y convencer a los afines de que era él y sólo él el destinado a guiarles a la tierra prometida (un asiento en las Cortes, tal vez un Ministerio) y apartar en medio del navajeo habitual a quienes fueran a hacerle sombra en su propia esfera ideológica.

Aquella era volvió a finales del siglo pasado. Fue durante la etapa llamada Transición, época cuya fase inicial estuvo dominada por la misma pirotecnia partidista propia de tus tiempos. Qué otra cosa era la UCD gobernante que la adicción de distintos grupúsculos situados entre el centro y la derecha. Y a la izquierda de la izquierda, cómo florecían las siglas según el grado de admiración que se sintiera por el maoísmo y otros ismos en boga que tan funestos se revelaron luego. La hiperactividad de los partidos devenía en una escena política algo más inquieta que la actual, asentada sobre este bipartidismo que nos lleva tras los pasos del resto de democracias occidentales, donde no está bien vista la proliferación de ideologías y se prefiere aliviar las dudas del votante: elija usted entre blanco y negro, señor mío, y olvide el resto de la gama de grises. Como si en el resto del mundo no hubiera electores identificados con las opciones llamadas bisagras, tan caras a la política alemana, por ejemplo.

O como si España hubiese sido siempre así, cuando en realidad lo peculiar de su sistema parlamentario es que los partidos nacionalistas ejercen ese papel reservado en principio a las fuerzas nacionales. De ahí la perversión sufrida, porque cuando los grandes coquetean con los pequeños, estos les responden en clave hiperlocal: qué hay de lo mío. Lo mío resulta ser siempre esa inversión en el terruño que al resto de compatriotas le trae sin cuidado y sólo promueve la deslealtad entre territorios, el abuso perenne y ya insufrible. De modo que el modelo democrático se envenena: los votantes de Izquierda Unida precisan el triple de papeletas para llevar a uno de los suyos al Congreso que las exigidas para convertir a Anasagasti en senador, ya ves tú qué cosas.

Hay quien prefiere la atonía derivada del modelo bipartidista, habida cuenta la tendencia ibérica a convertir en un gallinero rico en cacareos cualquier Parlamento con superávit de ideología. ¿Tú qué opinas? Yo recuerdo que las instituciones que me tocan más cerca, la Cámara regional y el Ayuntamiento logroñés, me resultaban más gratificantes si había más de dos grupos representados. Llegaban Pedro Aceña por la Casa Consistorial o Vicente Pascual por La Merced y sabías que podía pasar algo. Algo insólito. No necesariamente maravilloso, pero algo. Algo es algo.

Eso era antes de que el PP perdiera la mayoría absoluta en Logroño y Ángel Varea pasara de la oposición al Gobierno. La cosa municipal es menos entretenida, pero tal vez se vuelva a animar si prospera la opción de que Unión Progreso y Democracia (UPyD, siglas ideadas por algún enemigo de Rosa Díez) atrape algún concejal. ¿Lo ves posible? Pues no eres el único. No sólo piensan como tú los interesados (es decir, la tropa de UPyD), sino que ese temor albergan aunque eviten confesarlo los grandes partidos: que haya más invitados para repartir la misma tarta. ¿Cuál de ellos resultaría más perjudicado si emerge UPyD? Bueno, yo no creo que una escisión de izquierdas naciera para restar apoyos a la derecha, así que me malicio una doble pérdida: que UPyD se llevaría votos del PSOE pero los concejales se los arrebataría al PP. Misterios de la proporcionalidad. Otro día te hablo sobre la ley DHont.

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