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Cartel de publicidad de Facebook en una calle de California. JOSH EDELSON (AFP)

'Caso Facebook': la credibilidad de las redes en cuestión

Las mentiras más disparatadas se han convertido en un factor político gracias a la ausencia de control del invento de Zuckerberg

ÓSCAR B. DE OTÁLORA

Miércoles, 4 de abril 2018, 15:03

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Ciberhisteria. Primer caso: El 4 diciembre de 2016, Edward Welch se presenta en una pizzería de Washington con la intención de rescatar a unos niños que el propietario del local mantenía secuestrados para que los miembros del equipo electoral de Hillary Clinton abusaran de ellos sexualmente. Todo se basaba en una simple chaladura difundida en redes sociales por los miembros de la extrema derecha que apoyó a Trump y que se dio en llamar 'pizzagate'. Surgió después de que se divulgara un 'email' en el que el director de campaña de Clinton proponía una cita en el establecimiento de comida italiana. Ese simple texto disparó la locura. Y Welch fue detenido cuando se disponía a rescatar a unos niños secuestrados que no existían.

Ciberhisteria. Segundo caso. Europa quiere limitar los escotes de las camareras británicas. Esta fue una de tantas noticias falsas -como la de que se iban a prohibir los plátanos si estaban muy doblados- que alimentaron a los votantes a favor del 'Brexit' en el referéndum británico sobre la permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea. El origen de la información era una directriz europea que recomienda que los empleados que trabajan al aire libre limiten su exposición al sol para evitar el cáncer de piel. Las redes sociales y los tabloides convirtieron este reglamento en una ofensiva de los burócratas europeos contra la libertad de las británicas al elegir su ropa. Luego vendrían más mentiras para alimentar el odio a Europa.

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Ausencia de filtros

Ahora que Facebook está siendo investigado por haber perdido el control de los datos personales de 50 millones de suscriptores -tras haberle vendido información a la firma Cambridge Analytica-, también se está poniendo la lupa en la capacidad de esta red social para ser el mejor altavoz para influir en los acontecimientos políticos a través de la mentira. Algunos de los términos de moda como posverdad o ‘fake news’ (bulos) solo han podido nacer si se tiene en cuenta la disposición de las redes para propagar cualquier historia, por más estúpida que sea. Un potencial que se basa en la ausencia de filtros, de elementos de contraste que permitan al público discernir si la historia que están leyendo es cierta o una mera payasada. En cierta forma, lo que hizo Facebook al no establecer ningún tipo de control equivale a mezclar en los estantes de una tienda los productos auténticos de marca con sus falsificaciones más chabacanas.

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Se deben retener dos nombres para entender cómo Facebook alentó esta locura y la convirtió en un arma política: Paul Horner y Brad Parscale. El primero de ellos era un escritor de Arizona que se autodefinió como el padre de las noticias falsas. Desde su casa empezó a propagar todo tipo de sandeces a través de la red social de Mark Zuckerberg -por ejemplo, que Obama era gay y musulmán radical- que luego los seguidores de Donald Trump replicaron hasta el infinito. Horner, que falleció el año pasado de una sobredosis de medicamentos, camuflaba sus mentiras con la coartada de que eran una «sátira política».

El segundo nombre es Brad Parscale, el gurú digital de la campaña electoral de Donald Trump. El economista de 42 años -elegido por el magnate para que comience a preparar su reelección en 2020- fue quien convenció al equipo del millonario para que apostase por Facebook. Parscale utilizó la ingeniería social -algunos medios norteamericanos como Vox sospechan que pudo utilizar los datos robados por Cambridge Analytica- para difundir información e influir en los estados en los que la victoria de su jefe estaba en duda. Parscale ha confesado que llegó a pagar 50.000 anuncios al día en Facebook.

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Que este monstruo cobrase vida solo era posible por la intención de Zuckerberg de crear un monopolio en el que sus clientes vivan aislados. En palabras de Laura Cuesta, experta en redes de la universidad Camilo José Cela , Facebook «es un verdadero imperio, un ‘ecosistema’, basado en una línea de negocio publicitario. Sus últimas adquisiciones y aplicaciones (Instagram, WhastApp, Oculus) responden hacia dónde quiere ir: tener al usuario en todos los canales (mensajería, vídeos, fotos, red social, películas, realidad aumentada), y que éste no tenga la necesidad de salir de su plataforma».

Zuckerberg optó por este modelo de forma deliberada porque no es la única opción. El otro gran monopolio, Google, ha anunciado que creará herramientas para apoyar a los medios de comunicación clásicos de forma que se conviertan en socios a la hora de luchar contra la desinformación. El buscador destinará 300 millones de dólares para proyectos como un laboratorio que estudie las campañas de desinformación en época electoral Además, establecerá alianzas con grandes periódicos como el Washington Post o el Financial Times. Su opción ha sido recurrir a los profesionales frente a los salvajes de la red.

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