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Una infografía de la propuesta.
Muchos metros robados al mar

Muchos metros robados al mar

Mónaco arranca otras seis hectáreas al Mediterráneo para levantar un 'ecobarrio' de lujo: 120 apartamentos y villas, parques, jardines y un puerto de recreo. El 20% de su territorio está construido en lo que antes fue agua

Inés Gallastegui

Lunes, 27 de marzo 2017, 13:23

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En Mónaco no cabe un millonario más. Es el segundo Estado más pequeño del mundo (después del Vaticano) y el más densamente poblado: sus 37.800 habitantes se las arreglan para compartir dos kilómetros cuadrados. Que buena parte de esa escasa superficie esté ocupada por cochazos, bancos, boutiques y joyerías exclusivas, casinos, hoteles de cinco estrellas y clubes pijos no hace menos acuciante el problema de espacio. Las posibilidades de conquistar nuevos territorios guerreando contra sus vecinos franceses son dudosas -los carabineros del príncipe son una pintoresca atracción turística más que un ejército, suprimido en el siglo XVII-, así que este minipaís ha depositado todas sus esperanzas en el mar. El objetivo: convertir sus aguas territoriales en metros contantes y sonantes. Y ahí se enmarca el proyecto de LAnse du Portier, un ecobarrio de lujo con 6 hectáreas ganadas al mar, con 120 viviendas de superlujo, jardines, tiendas y un coqueto puerto de recreo donde los residentes podrán aparcar el yate.

El proyecto, cuyas obras comenzarán en los próximos días, cuenta con todas las bendiciones del Gobierno del Principado: se trata de una inversión privada de 2.000 millones de euros que se amortizará con la venta de viviendas y locales comerciales. Sus impulsores se comprometen a garantizar la tranquilidad de los monegascos durante las obras, gracias a las últimas tecnologías en construcción sostenible. Y prestarán una especial atención al bienestar de las especies marinas afectadas, entre ellas las nacras -un mejillón gigante- y las posidonias.

El Principado llegó a tener 24 kilómetros cuadrados, pero en el periodo revolucionario de 1848 las dos comunas más grandes, Menton y Roquebrune, se independizaron para anexionarse a Francia. Desde entonces, Mónaco vive constreñido en una angosta franja de 350 a 1.700 metros de ancho entre la montaña y las olas, con 4,1 kilómetros de costa y 6 de frontera con Francia. La legalización del juego, la práctica ausencia de impuestos y su privilegiada localización en la Costa Azul lo convirtieron, ya en el siglo XIX, en destino favorito de europeos acaudalados.

No es solo que los ricos no aguanten las estrecheces. El turismo es la principal industria, así que cada metro cuadrado escamoteado a los peces es dinero. Mucho dinero. Por concretar: 54.405 euros, según la consultora inmobiliaria Knight Frank. Con ese dato, no choca tanto que desde los años sesenta Mónaco le haya arrancado a la grande bleue 40 hectáreas, el 20% de su territorio. Solo el distrito de Fontvieille, levantado en 1971 en el extremo oeste del litoral, supuso una ganancia de 22. Por algo a Raniero lo llamaban El Príncipe Constructor.

Contra la furia del mar

El plan de edificar una urbanización junto a las playas de Larvotto surgió por primera vez en 2006: la idea original era una ampliación de 15 hectáreas, pero la oposición de los ecologistas y la crisis económica convencieron al príncipe Alberto de aparcar el proyecto. Lo desenterró en 2013 con cifras más modestas y condiciones medioambientales más exigentes.

Resuelto el concurso internacional en favor de la sociedad anónima monegasca LAnse du Portier, los primeros movimientos -de aguas, que no de tierras- se verán en los primeros días de abril. La empresa adjudicataria de la infraestructura urbanística creará un terraplén a 50 metros de profundidad rodeado de un cinturón de protección frente al oleaje, hecho de 18 bloques trapezoidales de hormigón armado, de 10.000 toneladas y 26 metros de alto cada uno. Luego lo rellenará con casi tres millones de toneladas de piedra traída por barco de las canteras de Toulon y arena de Sicilia. «Es una obra enteramente marina: la mayor parte de los trabajos se hace desde el mar», ha explicado un representante de Bouygues Construction. Estos preparativos durarán cuatro años y medio.

«El barrio, que constituirá una nueva fachada marítima, se integrará en la identidad paisajística y urbana del Principado», señala el tratado de concesión del proyecto de urbanización, firmado en julio de 2015. El ecobarrio contará con dos áreas residenciales con zonas verdes y piscinas, con 60.000 metros cuadrados de viviendas: la zona más exclusiva la ocuparán una decena de villas, mientras los bloques de hasta 17 pisos albergarán 120 apartamentos de alta gama.

El nuevo distrito, que conecta con el Jardín Japonés a través de una colina, dispondrá de equipamientos públicos: 3.000 metros de locales comerciales, parques y senderos, una pequeña marina con 40 amarres, un aparcamiento subterráneo y un paseo peatonal en primera línea del mar. También incluirá una ampliación de 3.500 metros cuadrados del centro de congresos Grimaldi Forum.

Aguua clara

Las obras se desarrollan muy cerca de dos áreas protegidas, la reserva natural de Larvotto, donde se puede bucear entre doradas y salmonetes, y el arrecife de corales rojos de Spélugues. En el tratado, el Gobierno puso especial celo en definir cuidadosas medidas de protección ambiental con el fin de no molestar a los vecinos humanos, animales o vegetales. Por ejemplo, se empleará una aspiradora para evitar la turbidez del agua durante el dragado de los sedimentos, y el material de relleno vendrá ya lavado de las canteras. Los promotores afirman que las corrientes marinas apenas se verán alteradas. En tierra se construirá una pantalla antirruido para minimizar las molestias.

Hace unas semanas fueron extraídos del fondo arenoso, donde viven plantados, 135 ejemplares de nacra gigante, un bivalvo con aspecto de mejillón de concha rojiza que puede llegar a medir un metro. Se trata de una especie amenazada, endémica del Mediterráneo, que vive hasta 30 años en las praderas de posidonia. También esta planta de largas hojas de un verde brillante ha tenido que ser realojada en la reserva.

El diario local Monaco Matin informaba hace unos días de una reunión entre representantes del Gobierno y las asociaciones de comerciantes y propietarios, que expresaron sus temores por el impacto de las obras. Salieron mucho más tranquilos.

Para el Principado se trata de un negocio redondo. Sin invertir un céntimo, le serán cedidos equipamientos públicos -aparcamientos, muelle y palacio de congresos- cuya explotación está valorada en 500 millones de euros. Además, se embolsará el IVA de la venta de 60.000 metros cuadrados de viviendas de lujo. El barrio, que todavía no tiene nombre, debe estar terminado en 2025.

Arquitectura sin cicatrices

En España no se ha hecho nada parecido, aunque la construcción sobre el mar se aplica en «infinidad de pequeñas intervenciones en puertos y playas», señala Javier Neila, catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, especialista en Arquitectura Bioclimática y Construcción Sostenible.

A su juicio, la extensión del continente arañando terreno al océano, en general, no es sostenible. «Cualquier intervención que se haga en el litoral puede afectar a las corrientes, a la temperatura del agua, a la fauna y a la flora, a la cadena trófica, a la biodiversidad y, en definitiva, a los seres humanos», explica. Aun convencido de que en el proyecto monegasco habrá un control serio del impacto ambiental, recuerda que los accidentes existen: la Caulerpa taxifolia, un alga tropical tóxica que amenaza la biodiversidad mediterránea, fue liberada al mar precisamente por el Acuario de Mónaco en 1984. Allí empezó el desastre.

La alternativa a los terraplenes artificiales de relleno que proliferan en las costas de todo el mundo, a menudo con menos miramientos que en Mónaco, son las casas flotantes. La empresa holandesa WaterStudio promueve este tipo de arquitectura para dar respuesta a los desafíos del cambio climático: la elevación del nivel de los océanos y los desastres naturales. «Cuando las estructuras ya no son necesarias, puedes llevártelas, simplemente -asegura el arquitecto Koen Olthuis-. Tomamos prestado el espacio a la naturaleza y se lo devolvemos tal cual estaba. No dejamos cicatices».

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