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Nicolás Maduro, vicepresidente venezolano. / Efe
Venezuela: El orden sucesorio
análisis

Venezuela: El orden sucesorio

Para empezar mal ya hay una polémica sobre cómo aplicar las previsiones del artículo 244 de la Constitución “bolivariana”, que prescribe que, en caso de “falta absoluta de presidente”

ENRIQUE VÁZQUEZ

Martes, 12 de marzo 2013, 04:09

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No es imposible que se abra un cierto proceso de canonización social y política del presidente Hugo Chávez, un poco al modo de lo que sucede con Juan Domingo Perón y el peronismo en Argentina o, de modo distinto y menos polémico con Sandino en Nicaragua. Pero tampoco lo es que la sucesión y el legado político susciten discrepancias entre albaceas y herederos reales o presuntos.

Para empezar mal ya hay una polémica sobre cómo aplicar las previsiones del artículo 244 de la Constitución bolivariana, que prescribe que, en caso de falta absoluta de presidente se hace cargo interinamente de la jefatura del Estado el presidente del parlamento, pero eso se matiza a renglón seguido según el caso incluya una reelección (el caso presente, pues Chávez fue reelegido el siete de octubre) o se trate de un jefe de Estado distinto

Es como si los constituyentes hubieran querido aquilatar en exceso (un defecto subrayado a menudo por acreditados constitucionalistas) y en el contexto presente parece seguro que cuando Nicolás Maduro, vicepresidente de la República, dijo, o, más bien, hizo decir ayer que él se hace cargo en el mes que resta, se le había asegurado desde el Tribunal Supremo, presidido por la magistrada Luisa Estrella Morales, que eso es conforme a la ley.

La unción de Maduro

De hecho, el Tribunal estatuyó en su día que la ausencia prolongada del presidente Chávez en Cuba, que le impediría asumir en la fecha prevista tras ganar la elección del siete de octubre, no exigía nombrar un sustituto temporal porque él era reelecto y su ausencia, temporal. Esta decisión suscitó poca controversia y es lógico que así fuera porque lo relevante en términos prácticos a muy corto plazo era el debate político general, es decir, la posibilidad de derrotar al chavismo desprovisto eventualmente de su carismático jefe.

Y esa es la cuestión, en efecto. La eventual polémica sobre quién sería presidente interino por cuatro semanas era menor, aunque tiene, o tenía, un interés más bien para iniciados y politólogos si se asume que el presidente de la Asamblea, Diosdado Cabello, un militar retirado y compañero de la primera hora, tiene o tenía aspiraciones a la herencia y pasa por ser, para decirlo un poco toscamente, menos pro-cubano que la corriente central del régimen y un adversario de Maduro por el control interno del movimiento, formalmente institucionalizado en el Partido Socialista Unido de Venezuela, el partido fundado en 2008 para aglutinar al chavismo original (Movimiento Quinta República) con agrupaciones menores.

Cabello es vicepresidente del partido y su figura es desigualmente percibida y juzgada por algunos como potencialmente divisiva (fue mencionado como una alternativa moderada y más realista al propio Chávez en el interior del régimen) lo que pareció ser confirmado con el hecho, hoy clave, de la designación de Maduro por el propio Chávez como su sucesor eventual. Vale la pena recordar que con un pie en el avión que le llevaba a Cuba, el presidente dijo que su opinión firme, plena, irrevocable, absoluta, total () es que si el escenario obligaba a convocar presidenciales, lo que ha sido el caso, ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República bolivariana ()

La hora de la política

Los observadores, incluidos los más críticos, reconocen que, contra lo habitual cuando se trata de suceder a líderes personales tenidos por irremplazables y carismáticos, las previsiones legales, incluida Constitución votada, reformada y vuelta a votar fueron tomadas a tiempo y, en principio, no debe haber problema para elegir genuinamente a un sucesor de Chávez. En lo que hay también acuerdo es que el personaje era único y Maduro es como su antítesis: no muy ocurrente, no tan hiperactivo, nada teatral en fin, mucho más convencional y un leal entre los leales.

La muerte de Chávez, pues, priva a la situación de un factor decisivo: su propia personalidad acompañada de su modo de entender y hacer la política. Sobra decir que nada será del todo igual si Maduro gana, lo que se da por seguro visto el desconcierto de la oposición, que no ha conseguido recuperarse de la derrota de su candidato, Enrique Capriles, en octubre, pese a su buen desempeño y a su buen resultado (44 por ciento de los votos). Joven aún (40 años) parece preferir su condición de gobernador del importante Estado Miranda (donde derrotó al citado Cabello) que la de aspirante presidencial.

Es pronto para dar por segura, por probable que parezca, la victoria del ungido Maduro en la presidencial, pero también para dar por hecho que su mandato será un puro ejercicio de continuismo. Se le dice más realista tal vez por su pasado como sindicalista activo en la dimensión económica y sinceramente preocupado por la amenaza que sigue representando para el país su absoluta dependencia del petróleo. No sería razonable excluir del todo determinados cambios de tono y de gestión.

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