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PERFIL | HUGO chávez

El caudillo que soñó con ser 'pitcher'

El calendario siempre llevó al cuello un escapulario de su bisabuelo Maisanta, un legendario coronel guerrillero, al que atribuye su buena suerte

JULIÁN MÉNDEZ

Martes, 19 de marzo 2013, 08:18

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El 4 de febrero de 1992, doce horas después de encabezar el fracasado golpe de mano contra el presidente de Venezuela Carlos Andrés Pérez, el entonces coronel Hugo Rafael Chávez Frías (Sabaneta de Barinas, 28 de julio, 1954) accedió a rendirse. Solo puso una condición. Que se le permitiera dirigirse al pueblo por televisión. «El joven coronel criollo, con la boina de paracaidista y su admirable facilidad de palabra, asumió la responsabilidad del movimiento. Pero su alocución fue un triunfo político (...) muchos partidarios, como no pocos enemigos, han creído que el discurso de la derrota -escribió Gabriel García Márquez- fue el primero de la campaña electoral que le llevó a la presidencia de la República años después».

Aquel día, con apenas 175 palabras y el poder y la vehemencia que emanaba de su cuerpo de «cemento armado», Chávez deslizó un «por ahora» que se instaló en la conciencia de los venezolanos, y que 20 años después le mantiene en el poder. El domingo, Venezuela se citó en las urnas para reelegir a Chávez que idolatra a Simón Bolívar, otro Leo refulgente, frente al cambio representado por Henrique Capriles Radonski, candidato unitario de la oposición y nieto de una superviviente judía del Holocausto en Varsovia.

¿Pero, quién es de verdad Hugo Chávez, ese visionario de camisa roja convertido en incómodo golondrino del imperialismo americano? «¿Quién es este hombre que agita un crucifijo mientras cita al Che Guevara y a Mao Tse Tung? Chávez -responde el antiguo guerrillero comunista y candidato a la presidencia Teodoro Petkoff- es Zelig, aquel personaje de Woody Allen que se mimetiza según el interlocutor que tenga delante. Es un encantador de serpientes que busca seducir a todo aquel que cruza palabra con él. Puede ser católico, musulmán, maoísta, peronista, conservador y hasta... bolchevique. El militar, el pelotero, el showman, sea el Chávez que sea, siempre desea obsesivamente el poder. Más poder».

Este camaleón aupado hasta la cima tras haber sido minusvalorado una y otra vez por sus adversarios es, también y antes que nada, un 'venao', un pobre niño campesino, como llamaban a los de su especie los lechuguinos de la capital Caracas. El presidente del Gobierno Bolivariano de Venezuela es el segundo de seis hermanos de nombres resonantes: Adán, Narciso, Argenia, Aníbal, Enzo (que falleció) y Adelis, traídos al mundo por Elena Frías, una maestra de escuela que no quería ser madre y que trató con indisimulada dureza a sus vástagos. «Mi trabajo era puro tener familia. No podía hacer nada más», recuerda la madre de aquellos tiempos vividos en una casa con techo de hojas de palma. «Parí con una comadrona, como una cochina. Eso era pura partera», añade hoy, enjoyada, vestida de marca y rodeada de guacamayos, loros, ninfas y pavos reales en su casona de ex primera dama de Barinas. El padre, un garañón, maestro de escuela también, la desposó a los 17 y le hizo tres hijos en el imperioso plazo de tres años y medio.

Así que con su madre de nuevo en estado de buena esperanza, en un hogar sin luz eléctrica y sin más entretenimientos que el catre y las lecturas, el tierno Hugo Rafael y el primogénito Adán fueron entregados a su abuela paterna, Rosa Inés Chávez, uno de esos personajes bondadosos, desmedidos y torrenciales de las novelas de García Márquez. La mujer cocinaba dulces de lechosa (papaya) llamados «arañitas» que el pequeño Hugo vendía en una carretilla que empujaba por las calles.

El niño sin zapatos

Chávez recuerda esos días como «una infancia pobre, pero muy feliz». Aunque, como todo en el personaje, hay mucho de recreación, de reconstrucción de la memoria. En 'Hugo Chávez sin uniforme', biografía no autorizada escrita por Cristina Marcano y Alberto Barrera Tyszka, su tía Joaquina Frías recuerda el primer día en que Hugo fue al liceo O'Leary: «No lo dejaron entrar. Llevaba unas alpargatitas viejas, las únicas que tenía. La abuela Rosa Inés lloraba y lloraba porque no tenía dinero para comprarle zapatos. Daba dolor ver a aquella mujer, tan fuerte ante la vida, penar de aquel modo».

La buena mujer no solo logró comprarle unos zapatos al crío sino que le habló también de un pasado mejor y de su bisabuelo, el legendario coronel guerrillero Pedro Pérez Delgado, Maisanta. Por su boca descubrió que llevaba en la masa de la sangre la querencia del poder: su antepasado caudillo se destacó en la escaramuza de La Mata Carmelera, en 1898, que acabó con la vida del ex presidente Joaquín Crespo. Por aquellos días, la abuela Rosa Inés le colgó un escapulario centenario, que perteneció al coronel, y que Chávez siempre lleva prendido al cuello. Lo considera responsable de su buena estrella.

Su madre, a la que odia, según el testimonio de Herma Marksnan, profesora de Historia que fue su amante durante nueve años, quiso hacerle cura, pero solo llegó a monaguillo; eso sí, muy bien dotado para el toque de campanas. Toda la comarca sabía por el tañido cuándo el pequeño Chávez manejaba los bronces. Con su padre pescaba en el río y hablaba, horas y horas. De todo. Era un crío bien dotado para el dibujo, para el béisbol y para la música: tocaba el cuatro con maestría (aún lo hace en sus programas de radio y TV, donde canta sones llaneros), poseía buena voz, pintaba como los ángeles y soñaba con jugar como 'pitcher' en las Grandes Ligas, como su colombroño Isaías 'Látigo' Chávez. El camino más corto era la academia militar. Y para allá marchó. El mismo día de su ingreso, en otra carambola sideral, se aprobaba un plan que permitía a los cadetes acceder a estudios universitarios.

A tiros por la selva

Chávez ya se sabía de memoria todas las consignas de Bolívar, y se dejó los codos estudiando Ciencias Políticas, Historia y marxismo. Aprendió de corrido poemas de Neruda y Whitman y páginas enteras de Rómulo Gallegos que aún recita, con su cerebro de elefante, para epatar a las visitas.

Dotado de «la cordialidad inmediata y la gracia criolla de un venezolano puro», se estrenó en el mando como comandante de un pelotón de 13 soldados en Oriente. Allí topó con conscriptos malnutridos y miedosos y con guerrilleros temerosos y hambrientos, una ecuación que le hizo plantearse su destino. Iba a ser el Nuevo Libertador. Con 23 años fundó el Ejército Bolivariano del Pueblo y empezó a conspirar dándole la vuelta al juramento de Bolívar. Prometió batallar sin descanso «hasta que no rompamos las cadenas que nos oprimen y oprimen al pueblo por voluntad de los poderosos».

Hace carrera en el Ejército, se embarca en campañas de alfabetización, protagoniza la asonada de 1992, recibe el perdón tras dos años de cárcel y la promesa de abandonar la milicia, funda el Movimiento V República con la que gana las elecciones de 1998. En 1999 saca adelante la Constitución Bolivariana y es reelegido presidente en julio del 2000. Poco después logra de la Asamblea Nacional nuevos poderes especiales: su puesta en marcha desemboca en una huelga general, ruido de sables y violentos disturbios. Es abril de 2002. Fue depuesto y deportado a la isla de La Orchila, como un Napoleón caribeño, pero las movilizaciones populares de los chavistas lo devuelven al poder en tres días. En diciembre de 2006 es reelegido y jura de nuevo el cargo con una consigna de rancio aroma cubano: «Patria, socialismo o muerte».

Amante fiero y múltiple, acusado de nepotismo (ha colocado en la Administración a casi toda su familia, su madre llegó a gobernadora de Barinas y su hermano Adán, a ministro), populista y verborreico (hasta el Rey de España tuvo que mandarle callar), todo en Chávez adquiere caracteres excesivos, telúricos, como la naturaleza misma de su petrolera Venezuela. Él hará lo que sea por seguir en esa 'vaina' divina que es el poder.

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