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El monasterio Mater Ecclesiae está situado en los jardines del Vaticano. / RC
«¿El Papa va a vivir en nuestra casa? ¡Qué ilusión!»
una renuncia por sorpresa

«¿El Papa va a vivir en nuestra casa? ¡Qué ilusión!»

La hermana Pilar, una religiosa sevillana de 35 años que reside en el pequeño convento de clausura al que se retirará Benedicto XVI, explica cómo son las dependencias, ubicadas en los jardines del Vaticano, y su relación con el Pontífice

YOLANDA VEIGA

Miércoles, 15 de mayo 2013, 18:04

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Ayer tenían permiso para saltarse el voto de silencio. Y la hermana Pilar (sevillana, 35 años, religiosa desde hace doce) atiende sin prisa al teléfono. «Mi hermano me llamó por la mañana para contarme lo del Papa. Me ha dado mucha pena porque yo le quiero mucho. ¿Es verdad que va a ir a vivir a nuestra casa, que va a dormir en nuestras habitaciones...?». Sí, y si quiere Benedicto XVI también podrá cultivar el huerto que abastece de verduras dos días por semana a la familia pontificia (él, dos secretarios y cuatro laicas consagradas a su servicio).

Aunque más que los tomates, las berenjenas y las coliflores que crecen en este fértil terruño, al Papa le gusta el pastel de manzana que preparan las monjas de clausura de Mater Ecclesiae, la 'casa' a la que se refiere la hermana Pilar. Un pequeño convento de clausura en el corazón del Vaticano donde la religiosa andaluza vivió desde 2009 hasta hace tres meses. Allí se retirará Benedicto XVI una vez se haya elegido al nuevo Papa. Hasta ese momento, el Santo Padre permanecerá en Castelgandolfo, su residencia de verano, a orillas del lago Albano, 18 kilómetros al sureste de Roma.

No parece que vaya a ser una mudanza engorrosa: Mater Ecclesiae está a solo 10 minutos a pie de su actual apartamento -el Papa pasea por los alrededores del convento cada tarde-. Pero, ¿con quién vivirá? «No creo que conviva con monjas, resultaría raro. Probablemente vaya con parte de su séquito», aventura la hermana Pilar. Y retoma el relato del feliz tiempo pasado en este convento que el Papa Juan Pablo II mandó construir en 1994 para que las monjas de clausura rezaran por él. Para contentar a todas las órdenes religiosas estableció un sistema rotatorio cada cinco años que se redujo a tres, «porque las comunidades no puede 'prestar' tanto tiempo a las religiosas».

Lo estrenaron las Clarisas y luego vivieron allí las Carmelitas y las Benedictinas. Las últimas inquilinas fueron siete religiosas de la Orden de la Visitación de Santa María, las 'salesas': una italiana, otra religiosa de Guinea Ecuatorial, una colombiana y cuatro españolas, entre ellas la afortunada hermana Pilar. Llegaron en el otoño de 2009 y acaban de regresar a sus conventos. «Ahora no hay nadie, están de obras, humedades, arreglo de ventanas...».

El monasterio, de trazo sencillo y estrictamente funcional, se levantó en el edificio donde antiguamente vivían los empleados de Radio Vaticana. «Es una casa sencilla de techos altos y con mucha luz. En el sótano está la lavadora y la sala de trabajo. Nosotras cosíamos ornamentos de altar que luego el Papa repartía entre los obispos pobres. En la planta baja está la cocina, el comedor y un baño y en los pisos superiores hay diez 'celdas', las habitaciones para las monjas. Y una biblioteca donde se guarda la última sotana que vistió Juan Pablo II, que es la mayor reliquia allí. Cuando el edificio se hizo convento se construyó una capilla».

«Te hace sentir importante»

Allí dio misa el 14 de diciembre de 2010 el Papa. «Juan Pablo II nunca celebró un oficio en Mater Ecclesiae, pero Benedicto XVI quiso tener ese detalle porque celebrámos los 400 años de la fundación de nuestra orden. Fue maravilloso, es un hombre que te mira y parece que no hay nadie más en el mundo. Te hace sentir importante», recuerda emocionada la religiosa.

Ayer se le quedó corta la hora y media diaria que no pasa entregada al silencio. Porque la oración es su labor casi exclusiva desde hace 12 años. Y la misma rutina que mantiene en el monasterio de Sevilla trasladó al Vaticano el tiempo que estuvo allí. «Nos levantábamos a las cinco y diez para la oración y los sacerdotes del Vaticano se turnaban para venir a dar misa. El desayuno, café y pan con aceite, se tomaba a las ocho y cuarto y a la comida, a la una. El día lo dedicábamos a orar y a trabajar». En Sevilla andan buscando ocupación. Hacían trabajos de administración para un banco pero se acabó: «Estamos en el paro».

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