Borrar
Neusa Martins repasa su libreta antes de comprar en el matadero de pollos de Catarroja. / Jesús Signes
La madre de Anglés sobre su hijo: «Si me dijeran que vive no querría saber nada de él»
Entrevista

La madre de Anglés sobre su hijo: «Si me dijeran que vive no querría saber nada de él»

La madre del fugitivo está convencida de que su hijo murió ahogado al saltar o ser arrojado desde el barco en la costa de Irlanda

JAVIER MARTINEZ

Domingo, 4 de noviembre 2012, 21:12

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El destino le ha puesto más obstáculos y zancadillas de las que puede saltar la voluntad de cualquier ser humano, pero Neusa Martins nunca se amilana. El triple crimen de Alcàsser también hizo saltar su vida por los aires. Para muchos se convirtió en una mujer odiada. Para otros, en una víctima más de uno de los crímenes más horrendos de la historia de España. El protagonista, su propio hijo, Antonio Anglés, un nombre que desde hace 20 años está marcado en sangre en la crónica negra de este país. Desde aquel fatídico 13 de noviembre de 1992, cuando fueron asesinadas Míriam, Toñi y Desirée, su hijo pasó a ser el enemigo público número uno. Hoy ni siquiera hay pruebas de si está vivo o si murió al saltar a las gélidas aguas de Irlanda. Anglés era entonces un escurridizo polizón que pudo sobornar a algún marinero del buque en el que huía.

A sus 72 años de edad, Neusa, que dejó su Brasil natal con 26 años para ganarse el pan en Valencia, no logra borrar de su memoria aquellos trágicos hechos. «Fue horrible», recuerda a 'Las Provincias', mientras empuja a duras penas un carro lleno de pollos, alitas y carne picada entre camiones aparcados en el polígono de Catarroja.

La anciana ya está jubilada, pero se aferra a la vida de la única manera que sabe, de la única forma que ha aprendido una mujer que sacó adelante hasta nueve hijos, y sin la ayuda de un marido al que la muerte se llevó pronto. Hoy se ha levantado a las seis de la madrugada. Es día de reparto. Tras comprar en el matadero de aves de Catarroja, donde trabajó 37 años, reparte en varias bolsas los pollos enteros, muslos y pechugas. Una pequeña libreta con anotaciones a mano le ayuda a recordar los pedidos. Uno para su consuegra, otro para su hijo Mauri, un pollo para su amiga Emilia... «Todas las semanas les compro, pero no saco nada. Es para mis hijos, mis amigas y gente pobre», asegura mientras sujeta el cuaderno con la mano temblorosa. «Cobro lo que me cuesta a mí o los regalo», insiste con la mirada fija. Otras veces rebusca en los contenedores de un supermercado de Albal y recoge comida «para los que menos tienen». Es la cara más solidaria de la madre de Antonio Anglés.

Volvemos a preguntarle por el triple crimen. Los malos recuerdos no silencian su voz:

-¿Cree usted que su hijo está muerto?

-Sí, yo creo que sí

Y su rostro se vuelve amargo. Sus ojos parecen retroceder al tiempo en que Antonio aún era un niño como cualquier otro, inocente y sin malicia. Su mirada se pierde durante unos segundos en el suelo, como buscando una explicación que alivie su dolor, aunque no exista. Duda, se contradice, como si su corazón de madre peleara contra su cabeza y los recuerdos de la mala vida que le dio Antonio Anglés.

«No sé si se fue, si está por ahí, si está muerto. Aunque yo creo que está muerto», musita casi para sí. Pero, al final, la imaginación puede más incluso que el irrefrenable amor de madre. «Yo creo que saltó, lo arrastró la hélice del barco, y por mucho que intentó salir, lo despedazó. Luego, los tiburones lo acabaron de rematar.»

Una madre siempre es una madre, capaz de perdonar los peores crímenes de un hijo, por horrendos que sean. Pero la propia Neusa demuestra que todo tiene un límite.

-¿Le gustaría que su hijo estuviera vivo?

-Si es verdad que hizo lo que dicen que hizo, no. Entonces bien muerto está. Fue una cosa horrenda.

-¿Y si estuviera vivo y se pusiera en contacto con usted?

- Si me dijeran que aún vive no querría saber nada de él. Desaparecería para no encontrármelo.

Neusa ha luchado y sigue haciéndolo por labrarse una vida digna. Sólo se le humedecen los ojos cuando habla de la muerte de su hijo Ricardo. «Pobrecillo, era muy joven. En el hospital le dieron penicilina, pero no pudieron hacer más», dice con el rostro cariacontecido. Casi 40 años trabajando en el matadero de aves le han dejado una pensión al alcance de muy pocos: 1.500 euros. La anciana se lo ha ganado con jornadas interminables en frías madrugadas, con horas y horas despedazando pollos tras las que regresaba a casa oliendo a carne cruda.

Hoy, su paga llega a los 2.000 euros mensuales, «haciendo faenillas aquí y allá, y con la pensión de viuda y la de mi Enrique, que no está bien», relata mientras arrastra el pesado carro por la pasarela de las vías del tren. Lo hace con una sonrisa en la boca pese a una ostensible cojera. «¡Me he lesionado bailando!», explica. Es una de sus pasiones. Para la brasileña, la ilusión y el trabajo han sido los motores de su vida.

Ya no vive en el destartalado cuarto piso de Catarroja del que Antonio Anglés se evaporó tras una tapia como el humo. Su hogar es ahora un coqueto bungalow de tres plantas y color crema en las afueras de Albal. A sus espaldas, «tres hipotecas», confiesa ella misma. Allí comparte techo con dos de sus siete hijos que aún viven, Roberto y Enrique, y guarda fotos de sus cuatro nietas. «¡Hasta le compré un piso a Roberto hace un mes!, pero nada, sigue viviendo conmigo. No hay forma de que se vaya.»

Reniegan de su apellido

Los Anglés parecen haber enderezado su torcido rumbo. Hace sólo tres años, el propio Roberto fue detenido por asaltar un bar de Massanassa. Antes ya acumulaba antecedentes bajo la alargada y funesta sombra de Antonio Anglés. En la década de los 90, los hermanos más conflictivos del clan, Juan Luis, Roberto y Mauricio, pasaron largas temporadas en prisión por delitos comunes. 'El Mauri' empezó a imitar a Antonio apenas siendo un mocoso.

Era aún menor cuando en noviembre de 1992, poco antes del sangriento triple crimen, perpetró un asalto a un banco de Buñol junto a sus dos hermanos y otro nombre elevado por los asesinatos de Alcàsser a los más nefastos altares de la crónica negra: Miguel Ricart.

Pero Mauricio ha encauzado su vida tras cambiarse los apellidos, como el resto de sus hermanos. Ahora regenta un restaurante en Valencia con Carlos, el más pequeño de la saga. Y Kelly Faces, nombre artístico de la hermana pequeña del fugitivo, participó en 'Tú si que vales' y aguantó con postín la lengua afilada de Risto Mejide.

Mientras su hijos renuncian al apellido Anglés, a Neusa no le falta tiempo para el ocio. Su gran pasión es el baile. La cojera que arrastra mientras empuja el carrito es buena prueba de ello. «¡Me caí!», dice sonriendo y todavía con un marcado acento portugués pese a sus 40 años en España. En una de esas sesiones de baile conoció a Fernando. «Siete años estuve con él perdiendo el tiempo», aclara sobre su exnovio. La gimnasia es otra de sus aficiones. Y alguna que otra escapada de fin de semana junto a sus amigas a Benidorm.

A Neusa aún la saludan con cariño cuando se cruza con los trabajadores del matadero de pollos que fue su segundo hogar tantos años. «No tiene culpa de lo que hizo su hijo», sostiene Vicente. Al otro lado de las vías, la anciana se encuentra con una mujer que le espera. Lleva años dándole un pollo cada semana. «Es una gran persona y ha sufrido mucho», afirma Emilia con una mezcla en su rostro de alegría, tristeza y melancolía. No son pocos los que piensan que es una buena mujer, pero ella nunca se quitará de encima una lacra: ser la madre de Antonio Anglés. Una víctima más del caso Alcàsser. Una víctima más de su hijo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios