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El santuario se alza sobre un barranco. :: Félix Morquecho
Una puerta abierta

Una puerta abierta

El santuario es una obra de arte engarzada en un paisaje maravilloso que invita a recorrer sus senderos de diversa dificultad

gaizka olea

Viernes, 10 de noviembre 2017, 10:36

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Aránzazu es una puerta que algunos cruzarán para atender a su religiosidad, otros para descubrir la magna obra de unos artistas atrevidos a más no poder y, todos, para disfrutar de un paisaje indescriptible que invita a recorrerlo en la medida de sus posibilidades. Y hay opciones para todos en este lugar convertido desde hace más de cinco siglos en santuario desde que, según la leyenda, un pastor (o una doncella) encontrara oculta entre las zarzas una talla de la virgen con el niño en brazos. Luego vinieron los franciscanos, que a mediados del siglo pasado decidieron renovar el complejo y para ello se alejaron de tendencias historicistas para romper por lo sano.

Francisco Javier Sáenz de Oiza y Luis Laorga diseñaron un proyecto cuya estrella es la basílica, descomunal, y la torre de 44 metros de altura y recubierta de picos que asemejan las espinas de la zarza. Pero quizá las aportaciones más llamativas, sin duda más impactantes, fueron los apóstoles esculpidos por el iconoclasta Jorge Oteiza, que son 14, sí, y parecen flotar en la fachada.

Las puertas de Eduardo Chillida dan paso a un templo de gran altura presidido en el altar por el ábside Carlos Pascual de Lara, en el que las rocas de la montaña parece abrirse para acoger el camarín de la virgen. Las pinturas murales de la cripta de Néstor Basterretxea y las vidrieras Javier Álvarez de Eulate dotan al conjunto de un aura mística y grandiosa que retrotrae al asombro del mejor gótico sin serlo. Tan chocante resultó que la decoración final quedó paralizada por órdenes superiores durante décadas y, así, los apóstoles de Oteiza permanecieron 14 años tirados en una cuneta.

Un grupo de montañeros camina a través del bosque de regreso de las campas de Urbia. ::
Un grupo de montañeros camina a través del bosque de regreso de las campas de Urbia. :: I. P.RUBÍN DE CELIS

Pero Aránzazu es también su naturaleza, las cañadas empleadas por los pastores y los caminos de arrieros y peregrinos para ganarse el pan: el complejo monástico está en un punto clave en la comunicación de la meseta y la costa. Las praderas de Urbia eran el territorio de los rebaños, pero también el paso de los que iban y venían a través del túnel de San Adrián, desde la Llanada alavesa y la cercana Navarra hasta Guipúzcoa y el mar.

A las campas

El santuario es el punto de arranque de una red de senderos de diferente dificultad que merece la pena recorrer en función del estado físico, el tiempo disponible y, cómo no, el clima: los montes son hermosos y traicioneros, la niebla puede cubrirlos en cuestión de segundos y el camino que parecía seguro desaparece bajo tus pies. Pero no asustaremos a nadie (los imprudentes nunca tienen miedo) y partiremos hacia los pastos del caserío Gomiztegi después de pasar por el barrio de Aránzazu, con su área de descanso y su mirador, y el bosque. Una hora de paseo para el que bastan unas deportivas.

Datos

  • Cómo llegar El santuario se encuentra a 140 kilómetros de Logroño (por la AP8 hasta Haro y tomando después la AP1)

  • Web arantzazu.org

  • Información sobre los senderos hotelsantuariodearantzazu.com

La senda de los pastores (6,5 kilómetros, menos de tres horas) ya requiere unas botas resistentes, y transcurre en parte por el camino de Gomiztegi, pero nos conducirá hacia un hayedo trasmocho, con árboles de ramas taladas por los carboneros, Unaimendi (Unai es el pastor designado para atender los rebaños de los vecinos) y los prados de Sindika, con su fuente.

Descansar

Para descansar allí mismo, el santuario dispone de un hotel con habitaciones individuales y dobles por entre 40 y 86 € y diferentes fórmulas (desayuno, media pensión, pensión completa). El restaurante sirve a la carta y ofrece una gran variedad de menús por 15, 26 o 30 €. )943781313.

Una opción más exigente (8,5 kilómetros, tres horas de ida y vuelta) es seguir el viejo camino de las campas de Urbia, entre robles, hayas y alerces, por la fuente de Erroiti, donde la leyenda sitúa el hallazgo de la virgen, el collado de Elorrola (un repecho que hay que vencer porque lo que espera merece la pena) y las praderas, con la ermita y las cimas de Aketegi y Aizkorri (1.528 metros) como telón de fondo. Los montañeros conocen bien ese camino, pero si las piernas y el corazón no te dan para tanto, dirígete al cercano Aloña, una cima redondeada de 1.244 metros. El paseo (10 kilómetros, menos de cuatro horas) te permitirá conocer Duru, una majada de pastores asentados hace cuatro milenios para regresar al camino adaptado de Aránzazu del primer recorrido propuesto.

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