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Vista general de Alfama.
Lisboa: discreta decadencia

Lisboa: discreta decadencia

Recorrer la capital portuguesa es caminar sobre aceras adoquinadas de blanco y negro obra de los artesanos calceteiros

GALO MARTÍN

Martes, 10 de febrero 2015, 13:33

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Hablar de Lisboa es hacerlo en susurro, escondido de miradas que sospechan y de oídos incisivos que delatan. Su neutralidad durante la II Guerra Mundial convirtió a la ciudad en un resort para espías como Arístides de Sousa -el Schindler portugués- y Juan Pujol -'Garbo' para los británicos y 'Arabel' para los alemanes-. Instalada en esa discreción entre siete colinas se sucede un paseo sobre calles adoquinadas, miradores con vistas al estuario del Tajo con el melancólico sonido de las campanas de los tranvías -eléctricos- de fondo a los pies de la sentimental atalaya orlada por el Castillo de San Jorge. La pena de la capital lusa puede ser la falta de respuestas, como ya advirtió un desasosegante Fernando Pessoa: "Llegué a Lisboa, pero no a una conclusión".

Información turística

  • Cómo ir

  • Vuelos desde Madrid, Barcelona, Bilbao, Málaga y Valencia con la compañía portuguesa de la

  • TAP

  • Descárgate la aplicación

  • GoEuro

  • para viajar a Oporto de la manera que mejor te convenga

  • Dónde dormir

  • Memmo Alfama Hotel

  • . Situado en el barrio de Alfama, que recorre la clásica línea de tranvía número 28.

  • Guest House Lavra

  • . Ubicado muy cerca del elevador de Lavra, en lo alto de una de las colinas que custodian la ciudad.

De paseo hasta el Atlántico

Recorrer Lisboa es caminar sobre aceras adoquinadas de blanco y negro obra de los artesanos calceteiros. Desde Rossio la Rua Augusta escinde la cuadrícula geométrica y rectilínea de Baixa hasta alcanzar la Praça do Comercio. Su lado sur está abierto y a orillas del Tajo cuenta con un embarcadero que apunta al estuario que respira Océano Atlántico. Tras el terremoto y maremoto del 1 de noviembre de 1755 que sacudió y destruyó la ciudad, está plaza se convirtió en el eje sobre el que el Marqués de Pombal -Sebastião José de Carvalho e Melo, estadista portugués- levantó la nueva Lisboa después de la célebre frase: "¿Y ahora? Se entierra a los muertos y se da de comer a los vivos". Además, también realizó un importante aporte para la sismología.

Siguiendo el curso de agua por la Avenida 24 de julio y por la de India se alcanzan los hitos vinculados con las historias y hazañas de los marinos portugueses. El Monumento de los Descubrimientos luce como si fuera el casco de una nave que se adentra en el mar. Se erigió para conmemorar el quinto centenario de la muerte de Enrique 'el Navegante'. En la explanada sobre la que se levanta el mismo hay un mosaico con una rosa de los vientos con un mapamundi en el que están señaladas las proezas de aquellos intrépidos hombres. La Torre de Belém es un pequeño fortín de estilo manuelino levantada entre los años 1515/19 para proteger la costa entre Lisboa y Cascais. Está declarado como monumento Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. A resguardo, en el interior, se adivina el Monasterio de los Jerónimos, también catalogado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y de estilo manuelino. Se construyó en el siglo XVI para celebrar la vuelta de Vasco de Gama de la India.

Pasteles y café

El barrio de Belém que alberga estos lugares da nombre a sus famosos pasteles. Los menos golosos tienen su espacio en los íntimos cafés, aunque no sea el caso del café art nouveau 'A Brasileira', en la Rua Garret. Su popularidad es culpa de una estatua que homenajea a su cliente más emblemático, Fernando Pessoa. Luego tomar aquí un cortado -garoto- o un café con leche -galao- sin aglomeraciones es tan difícil como imaginarse a un sonriente Pessoa. Este punto de la ciudad es una buena excusa para subirse al mítico tranvía de la línea 28 -cuidado con los furtos-. Atravesar la Praça de Luis de Camões, las calles estrechas ocupadas por coches, hacen entretenido el viaje que simula una montaña rusa pasando por el Parlamento y terminando el recorrido en el Jardim da Estrela.

Viendo desde miradores

En los arrabales del Barrio Alto -el que se recomienda visitar de noche por aquello del ambiente- las calles suben y bajan y para eso prestan su servicio los elevadores como los de Bica, Santa Justa y Lavra, por citar unos pocos. Muy cerca de cada uno de ellos, pero escondidos, se encuentran los miradores con las mejores panorámicas de la ciudad. El mirador del alto de Santa Catarina regala al forastero una imagen cotidiana lisboeta, además de las vistas al río Tajo. Muchos jóvenes se dan cita en los cafés y en el parquecito que hay y conversan y toman cerveza y fuman o solo miran. De vuelta al tranvía 28, uno se puede apear en el mirador de Santa Luzia, en el barrio de Alfama

La presencia musulmana

Dada sus cualidades defensivas, los árabes optaron por asentarse en esta colina y rematar la cima con una fortificación del siglo XI que hoy se conoce como el Castillo de San Jorge. Las ascensión hasta este Monumento Nacional es una sucesión de callejones y escaleras por el irregular barrio de Alfama. Lo primero con lo que uno se cruza es con la Catedral o Sé de la ciudad. Sir Gilbert de Hastings la mandó construir en el siglo XII donde antes había una mezquita. No está de más acercarse hasta el Panteón Nacional para después enfilar la pendiente que conduce al castillo. Una vez en la cima la bajada se puede hacer por el otro lado y cruzar la zona de Intendente, a la que se está haciendo un buen lavado y ahora ofrece una cara más amable y atractiva. Sin apenas tomar conciencia uno acaba cayendo en el barrio de la Mouraria, un lugar que rinde pleitesía al fado.

Y así, sin llegar a concluir nada, te dejas envolver por la saudade que aparece cuando en el coche que te lleva suenan los fados de Radio Amalia. Una emisora que comparte un sentimiento de intensa profundidad que los portugueses lucen en la mirada.

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