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Dormir como verdaderos reyes

Dormir como verdaderos reyes

Algunos castillos transformados en hoteles con todo tipo de lujos

Guía repsol

Martes, 13 de enero 2015, 10:52

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Si el infante don Juan Manuel o los reyes de Portugal levantaran la cabeza y vieran sus castillos transformados en hoteles, maldecirían su suerte, porque ahora son mucho más cómodos, con camas king size en lugar de jergones de lana amazacotada, ascensores en vez de escaleras de caracol, buenos cocineros en los fogones y piscinas climatizadas. ¡Mi reino por un castillo-hotel!

Parador de Lorca

Paradores en castillos hay muchos (Jaén, Sigüenza, Alcañiz, Benavente, Jarandilla, Ciudad Rodrigo, Hondarribia, Olite, Oropesa, Tortosa, Zafra), pero ninguno más moderno que el de Lorca. Moderno porque abrió en 2012 y porque es un concepto novedoso: un hotel de diseño contemporáneo integrado en un yacimiento arqueológico, el de la judería que poblaba el extremo oriental de la alcazaba lorquina, donde se ha exhumado una sinagoga del siglo XV.

Tiene las ventajas de un castillo (estar rodeado de torres y murallas y gozar de unas vistas estratosféricas sobre la vega hortícola del Guadalentín) y también las de un hotel moderno, como la luz, el spa o un cocinero que sorprende al comensal con un gazpacho blanco de poleo con helado de aceite arbequina. También son modernas las bandas antisísmicas, unas fajas exteriores de acero que protegen el edificio de terremotos como el que sacudió Lorca en 2011. Quien busque grilletes, tapices raídos y almas en pena, este no es su castillo.

Parador de Cardona, Barcelona

A los duques de Cardona los llamaban los reyes sin corona y, viendo el castillo donde vivían, se comprende por qué. Encaramado desde hace 1.100 años en un promontorio que domina la vega del río Cardener y la famosa Montaña de Sal, el hoy Parador de Cardona es una fortaleza de roca oscura imponente, difícil de creer, que parece sacada de Juego de tronos.

Además de todas las vistas del mundo, hay una iglesia del primer románico y una torre con leyenda, la de la Minyona, ambas del siglo XI. Hay un notable restaurante, el Abad, donde se cuida la cocina regional (texturas de bacalao con brandada, surtido de embutidos catalanes, paletilla de cordero del país braseada). Y, cómo no, hay una habitación con fantasma, la 712.

Parador de Alarcón, Cuenca

Dicen los que saben de cromoterapia que el verde relaja mucho, y debe ser cierto, porque el castillo de Alarcón, que levanta su almenada torre a más de 50 metros sobre las aguas del Júcar, verdes como un elixir de menta, fue el lugar donde el infante don Juan Manuel encontró, entre batallas e intrigas, la paz necesaria para escribir la mayor parte de su obra.

La paz sigue estando garantizada en el Parador de Alarcón, porque es de los más pequeños (solo catorce habitaciones), y porque en sus remozadas dependencias se exhiben, en lugar de armaduras y pendones guerreros, cuadros de Tàpies, Redondela, Sempere Obras que remiten al Museo de Arte Abstracto de Cuenca. O, sin ir tan lejos, a las pinturas murales abstractas de Juan Mateo que decoran la iglesia de San Juan Bautista, en la misma villa medieval de Alarcón, declaradas de Interés Artístico Internacional por la Unesco.

Castillo del Buen Amor, Salamanca

El Castillo del Buen Amor tiene un nombre muy bien elegido, que funciona como un imán para las parejas que viajan por la Vía de la Plata y descubren, a medio camino entre Salamanca y Zamora, esta fortaleza palaciega del siglo XV. Gótica, cuadrada, con elegante patio de armas, enorme torre del homenaje y foso de 15 metros de ancho, aquí puede uno perderse en un laberinto vegetal francés, darse un baño con flores y champán.

En este hotel se puede ver como el sol se acuesta tras los viñedos de la propiedad desde lo alto de su torre privada y quererse en una cama king size entre muros de cinco metros de espesor, a prueba de todo tipo de ruidos. Declarado Bien de Interés Cultural, el castillo era una ruina que daba pena hasta que se restauró y abrió sus puertas en 2003 como hotel, con 45 habitaciones y un restaurante de cocina castellana donde los domingos triunfa el cocido.

Castillo de Arteaga, Gautegiz-Arteaga (Bizkaia)

Eugenia de Montijo, que además de emperatriz de Francia era señora de Arteaga, mandó reconstruir la torre que sus antepasados tenían a orillas de la ría de Gernika. Y fue Couvrechet, el arquitecto de los Sitios Imperiales, quien dibujó en 1856 este castillo neogótico que no se parecía en nada a lo que había antes, pero era mucho más imponente, francés y habitable, ideal para una emperatriz y no digamos ya para montar un hotelito como el que se abrió en 2003.

Además del primer y único Relais & Château del País Vasco, el Castillo de Arteaga es el hotel más romántico en cien kilómetros a la redonda, con trece habitaciones (seis de ellas, suites) que ni pintadas para arrullarse después de saborear en el restaurante el menú degustación María Eugenia. Y se halla en plena Reserva de la Biosfera de Urdabai, un paraíso de aves y playas salvajes (Laga y Laida), que tampoco está mal para pasear.

Pousada de Óbidos, Portugal

Elegido por votación popular como una de las siete maravillas de Portugal, el Castelo de Óbidos es una fortaleza de orígenes remotos (Óbidos viene de oppidum, ciudad amurallada) que se convirtió en hotel en 1951, marcando el inicio de la explotación del patrimonio protegido pr parte de Pousadas, los Paradores lusos. Las 17 habitaciones lucen nombres de reyes y reinas que pasaron por Óbidos, que fueron muchos, porque esta villa fortificada situada a 84 kilómetros al norte de Lisboa formó parte hasta 1883 de la dote que ellos entregaban a ellas.

Las hay muy medievales, con paredes de pura piedra y dosel de madera, y las hay menos medievales, con mucho azulejo y color pastel, más románticas y portuguesas. También es romántico el restaurante, donde hay que reservar al lado de la janela (ventana), para ver como el sol dora las murallas y las casas blancas festoneadas con buganvillas y madreselvas.

Cap Rocat. Cala Blava, Mallorca

Lo militar y lo lujoso son enemigos tradicionales, de los cuesta ver juntos en ninguna parte. Menos en Cap Rocat, una batería construida en 1889 para defender a cañonazos la bahía de Palma, que desde 2010 es un hotel de campanillas, propiedad y creación del diseñador Antonio Obrador. Claro que no es un lujo exuberante, sino comedido, respetuoso con la arquitectura defensiva del enclave y el paisaje que lo rodea, que es reserva marina y de aves.

Mandan la piedra desnuda y la decoración sencilla con elementos mallorquines, como las camas o las telas tradicionales, obra del taller Bujosa. Hay 25 habitaciones, la mayoría en los espacios que ocupaban los cañones, al borde del acantilado, con patios y terrazas que ofrecen grandes vistas a la bahía. Para bañarse, dos opciones: una piscina infinity situada sobre las murallas y las aguas de fantasía que bañan el antiguo embarcadero. Y para cenar, la cocina de Víctor García en La Fortaleza, uno de los mejores restaurantes de hotel de las islas Baleares.

Real Castillo de Curiel, Valladolid

Para un amante de las fortalezas medievales y los tintos ribereños, lo mejor sería alojarse en el castillo de Peñafiel, que es Museo del Vino. Pero como esto no puede ser, lo segundo mejor es hacerlo en el Real Castillo de Curiel, que está a diez minutos de Peñafiel, en el ápice de un cerro de 927 metros de altura desde el que se otea toda la Ribera del Duero.

Como el hotel es de los mismos dueños que las bodegas que elaboran Viejo Coso, ofrece a los huéspedes una visita gratuita a las mismas (curiosidad: están en una antigua iglesia) y se les regala una botella. Para dormir, 24 habitaciones de gusto clásico. Para comer, cordero asado. Y para relajarse, la piscina de la azotea.

Castell d'Empordà, Girona

Este castillo de La Bisbal aparece por citado primera vez en un documento de 1301, perteneció en el siglo XV a los Margarit (uno de ellos descubrió la isla Margarita) y en 1973 lo intentó comprar Dalí para Gala, pero como no le aceptaron pagar con sus cuadros, éste adquirió el de Púbol. En 1999, después de casi dos décadas de abandono, fue a parar a las manos de Albert Diks y Margo Vereijken, fundadores del actual hotel-restaurante Castell dEmpordà.

Es uno de los muy buenos hoteles que hay en la comarca, con piscina climatizada, enormes vistas y habitaciones de cuento. Hay que pedir, eso sí, las que están en el castillo medieval, no las del ala nueva. Y asegurarse de que los días escogidos no se celebra ninguna boda.

Fuente: Guía Repsol

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