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LA PROVOCACIÓN QUE ENCIENDE UNA MECHA

JOSÉ MANUEL LEÓN MELIÁ LA PELÍCULA DE HOY

Martes, 2 de enero 2018, 00:27

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Comienza la andadura de la programación cinematográfica de Actual 2018 en su sede del Teatro Bretón de Logroño con la proyección en su gala inagural de una película espinosa y rasposa que por su temática y energía narrativa es imposible que pase inadvertida para cualquier tipo de espectador.

'L'insulte' (El insulto), es un filme libanés escrito y dirigido por el cineasta Ziad Doueiri. Autor de la sobrecogedora 'El atentado' (2012), no abandona un territorio que conoce a la perfección para instalar en sus imágenes otro poderoso drama cainita revestido como un thriller judicial en el que exponer a través de una parábola convulsa el agresivo clima de tensión que se respira de la eterna enemistad entre etnias religiosas. Un incidente nimio y a todas luces subsanable enciende una mecha de violentos acontecimientos en una sociedad explosiva.

Yasser, encarnado por el actor Kamel El Basha, que obtuvo con todo merecimiento la Copa Volpi al mejor actor en el festival de Venecia, es un capataz de obra de origen palestino. En su labor como restaurador de un barrio de Beirut decide cortar una tubería de desagüe que sobresale de un balcón porque afea la estética. El propietario de la casa, Toni (Adel Karam), un cristiano libanés, se siente ultrajado por no ser advertido y destroza el bonito apaño que han hecho los albañiles. El contratista quiere pacificar la situación pero cuando los dos caballeros iban a estrecharse las manos y zanjar el asunto, un zasca desafortunado y una réplica canallesca enciende un grotesco polvorín.

El improperio tiene raíz religiosa y matiz ideológico. Demasiada afrenta, sobre todo porque tal y como están las cosas en la zona no es aconsejable provocar a la gente. Por lo tanto, el insulto surge como una acción espontánea motivada por un impetuoso acaloramiento en el temperamento de Yasser que harto de repetidas ignominias hacia su pueblo no tolera el agravio recibido.

La disputa es una despiadada lectura del ancestral conflicto geopolíticoreligiosa de Oriente Medio. Una gresca trivial y accidental que en buena concordia debía atajarse con calma y la razón por delante. Al no ser así el director se decanta por mostrar la ira desatada en un combate sobre la intransigencia. El enconado asunto no sólo llega a los tribunales sino que interviene el mismísimo presidente de la nación.

Ziad Douari cuenta el choque formal y estéticamente con una narratología enfervorizada, tensando los matices sobre los prejuicios, haciendo que la historia sea universal e introduciendo a mitad de metraje el género judicial con todos los tópicos conocidos cincelado (abogados de las partes) con ironía que si bien mantienen la coherencia de fricción del filme es posible que la argucia sea algo ventajista y arbitraria.

Pero en todo momento el realizador libanés va de cara. Intenta eludir el maniqueísmo y su cámara pone el foco en ambos bandos, describiendo cómo se percibe la guerra en las dos familias. Asistimos a la degradación de la convivencia. Ésta se emponzoña porque nadie quiere poner remedio. Todo lo contrario. La pequeña llama del inicio se agiganta hasta llegar a ser un soplete al mostrar la perpetua inquina de los dos pueblos enfrentados de por vida.

El autor de 'West Beirut' (1998) no trata de juzgar ni tampoco conoce el karma para dulcificar la pelea. Sólo deja ideas, tentativas y detalles para rebajar la crispación.

Entre tanto, el público asiste, bastante entretenido, a un largometraje sobre el odio y la venganza.

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